En el siglo XIV, la zona de Cataluña-Valencia-Mallorca floreció como centro comercial y cultural, donde elementos árabes y judíos se entremezclaban con la cultura Cristiana. Se conservan numerosos mapas realizados en esa escuela cartográfica, entre ellos el Mapamundi Catalán, que recogen las características de un portulano: las líneas loxodrómicas, y las banderas o escudos que identifican reinos y ciudades, pero está claro que este mapa no fue creado para ser utilizado en la navegación. Puede ser considerado un paradigma de la técnica del dibujante, extensiones lógicas de su visión más allá del Mediterráneo, en los límites del mundo conocido. El dibujante anónimo del Mapamundi Catalán ha combinado fuentes literarias de algunas regiones del mundo con datos empíricos de la región mediterránea, que era la que mejor conocía. De este modo, podemos ver detalles de las narraciones de Marco Polo, conocidas ya dos siglos antes, en el trazado descriptivo de China, y datos de las recientes exploraciones portuguesas en Cabo Verde, navegado por primera vez por Dias en 1444. El elemento religioso también está presente en este mapa, no sólo por su forma circular, sino por el dibujo del Paraíso, representado en África del este y no en Asia como era habitual.
La característica geográfica más curiosa es la forma de África: en el límite del Golfo de Guinea, un río o estrecho conecta el océano Atlántico con el Índico, y una gran masa terrestre surge para completar la base del mapa. No aparece ningún nombre del lugar, y no está claro si se considera como parte de África u otro continente. Estilísticamente, la característica más destacable de la escuela catalana es la serie de retratos de los amos del desierto en sus tiendas, algunos son sultanes reales, otros, personajes legendarios. Son los primeros mapas europeos que reconocen y plasman la presencia del poder islámico en el Mediterráneo.
El interés de este mapa recae en su incierta y ecléctica identidad: de forma circular, con algunos motivos religiosos y legendarios, así como ciertas influencias árabes, conserva el rigor de los portulanos. No hay ningún título, ninguna dedicatoria, ni ninguna nota que aporte alguna pista que nos indique el uso al que iba destinado. Un mapa de tal complejidad presenta varias incógnitas sobre el nivel de realismo al que el dibujante aspiraba. Cabe preguntarse en qué medida sus contemporáneos creían literalmente lo que veían dibujado. Parece increíble, por ejemplo, que marineros profesionales creyesen que existía esa gran zona uniforme en el sur de África. O que los científicos del Nuevo Humanismo creyeran en la existencia de reyes con rostro de perro. O que los teólogos aceptaran que el paraíso, que dejó de figurar en Asia tras los viajes de Marco Polo, podía reubicarse en Etiopía. Es difícil de aceptar que creyeran que más allá de las puertas de Europa las leyes de Dios y de la naturaleza perdían su poder y cualquier cosa era posible. Es más lógico pensar que este mapa presenta diferentes niveles de representación.