Estamos ante una de las visiones más complejas, ricas y con mayor futuro del Apocalipsis. Del mismo modo ha tenido la más espectacular de las respuestas plásticas de la historia de la miniatura hispana. Dos hechos destacan entre todos los relatados. La fantástica mujer va a convertirse más adelante en imagen de la Inmaculada Concepción de María, por tanto será la Virgen, aunque ahora domina la idea de que se trata de la Iglesia. Seguramente, por entonces algunos daban la otra explicación, porque menos de un siglo después san Bernardo, quien también creía que se trataba de la Iglesia, desacredita por incorrecta e inapropiada la opción de algunos que ya suponían que se trataba de María, pese al interés que siempre demostró por ella. El otro hecho importante lo constituye la lucha de Miguel y sus ángeles contra el dragón diabólico, porque es la primera vez que se encuentra ante tal situación el arcángel y más adelante su lucha se situará no al fin, sino al principio de los tiempos.
Para Beato la mujer es “la antigua iglesia de los padres, los profetas y los apóstoles” que espera la segunda venida de Cristo. El sol es la esperanza de la resurrección y la luna, “los peligros de los santos, que padecen en las tinieblas de este siglo”. La corona de doce estrellas representa los coros de los doce padres, las doce tribus de Israel y la Iglesia también. El hijo de la mujer es Cristo. El cielo del que procede el dragón es la Iglesia asimismo y el monstruo, el diablo. Las siete cabezas se refieren a los siete reyes de la tierra y los cuernos a sus reinos. Su cola son los sacerdotes inicuos y los profetas falsos. Y, una vez más, la tercera parte de las estrellas que arrastra con ella simboliza a los que parecen cristianos y no lo son. El dragón actúa como Herodes, porque también Herodes es el diablo, que al tener conocimiento del nacimiento de Jesús quiso saber el lugar donde había sucedido para matarlo. La predicación del Anticristo atraerá a los hombres, del mismo modo que la cola del dragón arrastra la muchedumbre de las estrellas del cielo. Miguel, además de ser el arcángel, es Cristo, el cielo es la Iglesia y los ángeles sus santos. El dragón persigue a la Iglesia, por eso acosa a la mujer. El dragón diabólico será arrojado a tierra con los suyos, los espíritus inmundos. Se anuncia la futura victoria de Cristo y el Cordero. Las dos alas que se entregan a la mujer son los dos testamentos. Llega al desierto, que es el lugar de las serpientes y las bestias, porque Jesús había dicho que los suyos serían como ovejas entre lobos. El agua que sale de la boca del dragón es el pueblo perseguidor de la Iglesia, mientras la tierra compasiva es Cristo.
La mujer tiene situado el sol sobre la zona del vientre, bien por motivos compositivos, bien porque allí está el niño Jesús. Sin embargo, se diría que el dragón es el mayor protagonista, porque es el gigantesco elemento ordenador o centralizador de mensajes de todo el escenario. Mientras se hará una segunda imagen de la mujer, el dragón es único y ha de dividir su atención entre todos los asuntos que le ocupan. Para ello resulta imprescindible la existencia de tantas cabezas que le permiten atender varias partes de la historia. Así, tres de ellas se vuelven contra la primera imagen de la mujer, dos se ocupan de ella y de anegarla cuando se va al desierto y las dos restantes se enfrentan a Miguel y a sus ángeles. Se convierte de esta manera en el eje vertebrador de la historia. Es un ser gigantesco por eso mismo y una de las figuras más hermosas concebidas por los miniaturistas, pese a su monstruosidad. Más que de un cuerpo con cabezas, se consigue el efecto de que se trata de siete serpientes distintas que se unen en la parte media de su cuerpo en un tremendo nudo; a partir de ahí todas se metamorfosean en una de larguísima cola.
El niño ha sido llevado al trono de Dios. La característica mandorla circular es aquí rectangular y en ella está el Señor, el Niño y dos ángeles que flanquean el trono. Para indicar que se trata de un lugar más allá del cielo visible, se dibujan, como siempre, varias estrellas. Y no es casual entonces que el dragón introduzca allí su cola en la operación de arrastre de la tercera parte de ellas. En la lucha de Miguel y sus ángeles, el jefe no se distingue de los otros, adoptando los cuatro dos tipos de posturas, en pie y completamente echados, atacando las cabezas del dragón con lanzas.
La mujer ha huido al desierto, que, no obstante, está poblado de diversas plantas. Una de las cabezas de la bestia vomita un agua abundante y oscura.
La zona más sorprendente e inesperada está en la parte inferior derecha. Los ángeles victoriosos lanzan a una estancia de fuego los cadáveres de los que han seguido al dragón. En el centro, un ángel ata a Satanás en un mueble en el que tiene cogida la cabeza, los pies y las manos. Es un ser completamente negro, aunque se siluetee en rojo, desnudo y con una cabeza monstruosa. De una manera similar, el ángel encerrará al diablo en Apoc. XX, 1-3.
El aspecto monumental, de gran superficie de fresco, que se obtiene en esta composición sin igual ha hecho meditar a algún estudioso sobre la posibilidad de un modelo pintado sobre un muro, aunque la ha rechazado al no existir constancia de tales pinturas en el siglo X hispano. No obstante, se entiende que esa grandiosa monumentalidad produzca ese efecto, porque conviene mejor a un soporte distinto que el pergamino de los códices. Los manuscritos de la tradición europea contemporáneos o algo anteriores, aunque han concedido enorme atención al asunto, nunca han obtenido resultados similares.
Joaquín Yarza Luaces
Universidad Autónoma de Barcelona
(Fragmento del libro de estudio Beato de Fernando I y Doña Sancha)