La complejidad de la imagen obliga a transcribir el texto apocalíptico: “Fui en espíritu un día del Señor y oí tras de mi una voz grande como de trompeta que decía: Escribe en un libro lo que veas y envíalo a las siete iglesias que hay en Asia, Éfeso, y Esmirna y Pérgamo y Thiatira y Sardes y Filadelfia y Laodicea. Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo. Y vuelto, vi siete candelabros de oro, y en medio de los candelabros de oro a uno semejan te a Hijo de hombre, vestido con túnica talar y ceñido en los pechos un cinturón de oro; por otra parte, su cabeza y sus cabellos eran blancos como lana alba y así como la nieve, y sus ojos como llama de fuego y sus pies semejantes al latón del Líbano incandescente en el horno. Y tenía en su diestra siete estrellas y de su boca salía una aguda espada de doble filo y su cara era como el sol cuando resplandece con su mayor fuerza. Y cuando lo vi caí a sus pies como muerto. Y puso su diestra sobre mi diciendo: no quiero que temas; yo soy el primero y el último, el viviente que fue muerto, y he aquí que vivo por los siglos de los siglos y tengo las llaves de la muerte y de los infiernos. Escribe pues las cosas que viste y las que son y las que han de ser después de éstas. El misterio de las siete estrellas que has visto en mi diestra, las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias y los siete candelabros son las siete iglesias”. Así se escribe en la storia que precede a la explanatio.
Aunque ya Juan da ciertas explicaciones, Beato se extiende aún más, poniendo de manifiesto que le interesa la imagen de Dios y los problemas relativos a la Iglesia. Al Señor la blancura le conviene porque es signo de candor. Dios es fuego y en sus ojos se manifiestan los preceptos que iluminan la ignorancia. La ropa que viste es ropa de iglesia. Las siete iglesias son la Iglesia. Esta es una idea que no sabemos hasta qué punto estaba en la mente del autor del Apocalipsis, pero que resulta básico a la hora de dar un contenido universal a un mensaje que, en apariencia, era bastante local. También interesa a Beato recalcar la relación entre ambos testamentos, así que los pechos ceñidos por la cinta de oro representan a la ley antigua y al evangelio. Y si la espada de dos filos que sale de la boca divina alude a su palabra, los filos son los dos Testamentos. Desarrollando una idea que está asimismo en ciertas inscripciones de la cruces dice que la espada-palabra sirve para defender a los buenos y atacar a los malos.
Una visión tan compleja como la descrita, donde el color y la luz tienen una parte tan determinante resultaba muy difícil de transcribir en términos de forma para unos artistas que poseían un lenguaje de signos relativamente restringido. Por ello quizás no resulten muy convincentes las imágenes que ofrecen manuscritos tan destacados, por otra parte, como los Beatos Morgan o de Gerona. Ni aún la espada sale de la boca del viviente, ni el color de sus cabellos es claramente blanco, mientras los pies se limitan a estar descalzos. Se crea una composición que permanecerá bastante inalterada en los códices de la familia: arriba, la visión del viviente de blanca luz ante Juan y, abajo, Juan con los signos de las siete iglesias.
Aunque estamos de nuevo ante el segundo miniaturista, su capacidad de colorista (o la del primer maestro que podría haber colaborado con él en ello) le lleva a una fidelidad textual que desemboca en una forma más llamativa que la obtenida antes de entonces. Así, el cabello del Señor es blanquísimo y llamativo en este sentido, mientras lo ojos se siluetean con tintas rojas incluso en la pupila, al tiempo que de la boca sale una espada roja, con una inscripción que transcribe fielmente el texto apocalíptico: “Gladius ex utraque parte acutus”. También la línea de los pies se traza con tinta roja. La llave que porta en su izquierda tiene una forma muy característica que se repetirá en multitud de ocasiones. Para indicar que Juan cae ante sus pies se le ve casi en la actitud de “proskinesis” oriental, mientras la mano de Dios toca su cabeza, igual que el Pantocrátor imponía las manos sobre el “basileos” o emperador bizantino. Otra vez detrás del trono hay un ángel, aunque tiene en sus manos un rollo. Encima, las siete lámparas identificadas con inscripciones que, aunque innecesarias, son en esta escena especialmente numerosas. Se han pintado como si se tratara de verlas en sección vertical, de modo que se descubre el fuego en su parte interior y se ve el perfil cóncavo. Las estrellas son blancas y se distribuyen de modo relativamente ordenado ante el viviente.
El escenario bajo lo ocupa un san Juan que se dirige a las siete iglesias representadas como siete arcos de herradura apoyado en columnillas y divididos en dos pisos, en cuyo interior figura el hombre de cada iglesia. La inscripción principal, curiosamente, presenta a Juan como si fuera a dirigirse únicamente a la primera iglesia: “Ubi Iones Ephesum redit”. Hasta tal punto se repiten esquemas, que mucho más adelante (f. 262), en Apoc. XXII, 8 y ss., Juan vuelve a acercarse a las iglesias y la inscripción sólo alude a la de Éfeso. El modo esquemático de ver las iglesias recuerda los arcos de un pórtico, más que un esquema de edificio. De este modo nada indica que se trata de la Iglesia septiforme. Se ha dicho muchas veces, y es completamente cierto, que los miniaturistas apenas se han hecho eco en sus ilustraciones de la exégesis de Beato, sino que transcriben fielmente el modelo apocalíptico ilustrado que utilizaron. Tendríamos aquí un caso de estos. Sólo los artistas del Beato de Gerona crearon una superestructura que abarcaba a las siete iglesias, como si fuera una especie de gigantesca iglesia mayor, apuntando plásticamente a una visión unitaria acorde con el comentario.
Joaquín Yarza Luaces
Universidad Autónoma de Barcelona
(Fragmento del libro de estudio Beato de Fernando I y Doña Sancha)
La complejidad de la imagen obliga a transcribir el texto apocalíptico: “Fui en espíritu un día del Señor y oí tras de mi una voz grande como de trompeta que decía: Escribe en un libro lo que veas y envíalo a las siete iglesias que hay en Asia, Éfeso, y Esmirna y Pérgamo y Thiatira y Sardes y Filadelfia y Laodicea. Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo. Y vuelto, vi siete candelabros de oro, y en medio de los candelabros de oro a uno semejan te a Hijo de hombre, vestido con túnica talar y ceñido en los pechos un cinturón de oro; por otra parte, su cabeza y sus cabellos eran blancos como lana alba y así como la nieve, y sus ojos como llama de fuego y sus pies semejantes al latón del Líbano incandescente en el horno. Y tenía en su diestra siete estrellas y de su boca salía una aguda espada de doble filo y su cara era como el sol cuando resplandece con su mayor fuerza. Y cuando lo vi caí a sus pies como muerto. Y puso su diestra sobre mi diciendo: no quiero que temas; yo soy el primero y el último, el viviente que fue muerto, y he aquí que vivo por los siglos de los siglos y tengo las llaves de la muerte y de los infiernos. Escribe pues las cosas que viste y las que son y las que han de ser después de éstas. El misterio de las siete estrellas que has visto en mi diestra, las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias y los siete candelabros son las siete iglesias”. Así se escribe en la storia que precede a la explanatio.
Aunque ya Juan da ciertas explicaciones, Beato se extiende aún más, poniendo de manifiesto que le interesa la imagen de Dios y los problemas relativos a la Iglesia. Al Señor la blancura le conviene porque es signo de candor. Dios es fuego y en sus ojos se manifiestan los preceptos que iluminan la ignorancia. La ropa que viste es ropa de iglesia. Las siete iglesias son la Iglesia. Esta es una idea que no sabemos hasta qué punto estaba en la mente del autor del Apocalipsis, pero que resulta básico a la hora de dar un contenido universal a un mensaje que, en apariencia, era bastante local. También interesa a Beato recalcar la relación entre ambos testamentos, así que los pechos ceñidos por la cinta de oro representan a la ley antigua y al evangelio. Y si la espada de dos filos que sale de la boca divina alude a su palabra, los filos son los dos Testamentos. Desarrollando una idea que está asimismo en ciertas inscripciones de la cruces dice que la espada-palabra sirve para defender a los buenos y atacar a los malos.
Una visión tan compleja como la descrita, donde el color y la luz tienen una parte tan determinante resultaba muy difícil de transcribir en términos de forma para unos artistas que poseían un lenguaje de signos relativamente restringido. Por ello quizás no resulten muy convincentes las imágenes que ofrecen manuscritos tan destacados, por otra parte, como los Beatos Morgan o de Gerona. Ni aún la espada sale de la boca del viviente, ni el color de sus cabellos es claramente blanco, mientras los pies se limitan a estar descalzos. Se crea una composición que permanecerá bastante inalterada en los códices de la familia: arriba, la visión del viviente de blanca luz ante Juan y, abajo, Juan con los signos de las siete iglesias.
Aunque estamos de nuevo ante el segundo miniaturista, su capacidad de colorista (o la del primer maestro que podría haber colaborado con él en ello) le lleva a una fidelidad textual que desemboca en una forma más llamativa que la obtenida antes de entonces. Así, el cabello del Señor es blanquísimo y llamativo en este sentido, mientras lo ojos se siluetean con tintas rojas incluso en la pupila, al tiempo que de la boca sale una espada roja, con una inscripción que transcribe fielmente el texto apocalíptico: “Gladius ex utraque parte acutus”. También la línea de los pies se traza con tinta roja. La llave que porta en su izquierda tiene una forma muy característica que se repetirá en multitud de ocasiones. Para indicar que Juan cae ante sus pies se le ve casi en la actitud de “proskinesis” oriental, mientras la mano de Dios toca su cabeza, igual que el Pantocrátor imponía las manos sobre el “basileos” o emperador bizantino. Otra vez detrás del trono hay un ángel, aunque tiene en sus manos un rollo. Encima, las siete lámparas identificadas con inscripciones que, aunque innecesarias, son en esta escena especialmente numerosas. Se han pintado como si se tratara de verlas en sección vertical, de modo que se descubre el fuego en su parte interior y se ve el perfil cóncavo. Las estrellas son blancas y se distribuyen de modo relativamente ordenado ante el viviente.
El escenario bajo lo ocupa un san Juan que se dirige a las siete iglesias representadas como siete arcos de herradura apoyado en columnillas y divididos en dos pisos, en cuyo interior figura el hombre de cada iglesia. La inscripción principal, curiosamente, presenta a Juan como si fuera a dirigirse únicamente a la primera iglesia: “Ubi Iones Ephesum redit”. Hasta tal punto se repiten esquemas, que mucho más adelante (f. 262), en Apoc. XXII, 8 y ss., Juan vuelve a acercarse a las iglesias y la inscripción sólo alude a la de Éfeso. El modo esquemático de ver las iglesias recuerda los arcos de un pórtico, más que un esquema de edificio. De este modo nada indica que se trata de la Iglesia septiforme. Se ha dicho muchas veces, y es completamente cierto, que los miniaturistas apenas se han hecho eco en sus ilustraciones de la exégesis de Beato, sino que transcriben fielmente el modelo apocalíptico ilustrado que utilizaron. Tendríamos aquí un caso de estos. Sólo los artistas del Beato de Gerona crearon una superestructura que abarcaba a las siete iglesias, como si fuera una especie de gigantesca iglesia mayor, apuntando plásticamente a una visión unitaria acorde con el comentario.
Joaquín Yarza Luaces
Universidad Autónoma de Barcelona
(Fragmento del libro de estudio Beato de Fernando I y Doña Sancha)