“Y miré y he aquí una nube blanca y sobre la nube estaba sentado uno semejante al Hijo del hombre, quien tenía en su cabeza una corona áurea y en su mano una hoz aguda. Y otro ángel salió del templo, clamando al que estaba sentado sobre la nube: echa tu hoz y siega, porque llega la hora de segar, puesto que está seca la mies de la tierra. Y el que estaba sentado sobre la nube echó su hoz sobre la tierra y la tierra fue segada. Y salió otro ángel del templo que hay en el cielo, que también tenía una hoz aguda. Y otro ángel salió del altar, que tenía poder sobre el fuego y gritó con una gran voz a aquel que tenía la hoz aguda: echa tu hoz aguda y vendimia los racimos de la viña de la tierra, porque maduras están sus uvas. Y metió el ángel su hoz aguda y vendimió la viña de la tierra, y la echó en el gran lagar de la ira de Dios. Y fue pisado el lagar de fuera de la ciudad y salió sangre del lagar hasta los frenos de los caballos hasta mil seiscientos estadios”.
Cualquiera que lea este texto sabiendo que procede del Apocalipsis ve claro que anuncia alegóricamente un enorme castigo divino. De hecho, es un anuncio previo del Juicio Final. Pero, quien vea las miniaturas a que da lugar se lleva una sorpresa porque en ningún momento de los códices se tiene tal tensa sensación, sino que, por el contrario, creemos que estamos antes unas escenas de la vida cotidiana rural, controladas o protegidas desde lo alto. Nada tiene que ver la forma en que se ha ilustrado en miembros destacados de la tradición del Apocalipsis de Bamberg (f. 37), donde el protagonismo del primer ángel que es Cristo y la colaboración de los restantes ángeles les convierte en únicos actores de la historia. El cambio reside en que, además de concederles un espacio más amplio, quienes siegan la mies, cortan los racimos de la vid y prensan las uvas son personajes comunes, campesinos, con ayuda en el último trabajo de algún animal. Existe un cambio en los actores que incide sobre el efecto. Y, además, realmente se nos presentan ciertas faenas del campo similares alas que se ven en los mensarios contemporáneos, en manuscritos y, poco después, portadas esculpidas. Y esto sucedió desde tiempos muy antiguos, anteriores al Beato de Magio. En lo que se considera que representa la tradición figurativa más antigua, en la primera familia, ya se procedía así. Véase el Beato Vitr. 14-1, de la Biblioteca Nacional (Madrid), con composiciones en general mucho más simples que las de la segunda familia, como en este caso (f. 127v), que presenta una gran miniatura, donde la parte alta pertenece al mundo de los ángeles, mientras abajo están las faenas agrícolas y el prensado de la uva vistos como escena de género. Faltan los caballos, hay un segundo individuo que ayuda al primero en el lagar, y no existe el marco general ni la división en bandas de los fondos, pero por lo demás todo es igual.
Es tan claro el sentido del texto que ni siquiera Beato, tan dado a la especulación espiritual, intenta otra exégesis. La nube blanca es la Iglesia que refulge en la claridad de su paciencia. El hijo del hombre es Cristo, señor de su iglesia. Su corona son los ancianos y la hoz el poder de su maldición. El ángel que grita anuncia la predicación. La Iglesia desea el día del Juicio y lo recuerda a Dios. En la siega y vendimia se alude al pueblo que, por no haber hecho penitencia, será arrojado a la gehenna. El vendimiador será el propio Jesucristo. Si se dice que el lagar ha de estar fuera de la ciudad es porque ésta es la Iglesia. En el día del Juicio la sangre alcanzará a todos, llegará a las cuatro pares del mundo.
En la imagen destaca la capacidad de ordenar la superficie que poseen los miniaturistas del Beato de Fernando I y doña Sancha, tanto como la sensibilidad cromática que les lleva a combinar los colores de un modo inédito en la zona superior, donde se manifiestan todos los ángeles y Jesucristo. La nube es casi completamente blanca y cándida y el ángel va tocado con una corona sin precedentes (“ubi angelus sedet super nubem albam”). Si en otras ocasiones es un círculo, ahora tiene más forma, pero en nada se asemeja a lo que comúnmente entendemos por una corona. ¿De dónde tomó el modelo? ¿Es una invención al margen de la realidad que vivía en León? La idea de que se trata de una invención parece razonable, si comparamos esta corona con la que lleva el rey Fernando I en el Diurnal, realizado muy pocos años después y teniendo presente sus miniaturistas el Beato de Facundo, como lo demuestra el inicio con el Alfa que cobija a dios. Porta la mayor hoz de las varias que se ven. El segundo ángel: “s(an)ct(u)s ang(e)l(u)s”, y los otros tres no presentan ninguna particularidad iconográfica, aunque posean una extraordinaria prestancia, salvo el tercero (“tertius angelus”) que está bajo el templo.
En el piso intermedio se desarrollan las labores de siega y vendimia, como trabajos rurales cotidianos, siendo en cada caso dos personajes los que llevan a cabo las faenas rurales, armados de las correspondientes hoces. De los dos de la izquierda se dice: “Ubi metent messem terram”. La inscripción de los otros ha sufrido ciertos daños que permiten reconstruir el texto, pero no leerlo.
Abajo se recrea un tipo de construcción de madera demasiado esquemática, que quizás se lea mejor en el Beato de Magio (f. 178v) o en el de Gerona (ff. 193v-194), pero que responde a un tipo de lagar que estuvo en uso en España hasta tiempos muy recientes con ligereas variantes. Aquí la inscripción es muy extensa: “Ubi calcatum est torcular extra civitate. Et exit sanguis de torculari usque ad frenos equorum”. Si en la zona superior nada contraindicaba lo que veíamos, aquí el aspecto placentero del trabajo se ve desmentido por el texto. El jugo de la uva es rojo y salpica a los dos caballos que están a un lado. La ciudad (“civitas”) es la esquemática de siempre.
Joaquín Yarza Luaces
Universidad Autónoma de Barcelona
(Fragmento del libro de estudio Beato de Fernando I y Doña Sancha)
“Y miré y he aquí una nube blanca y sobre la nube estaba sentado uno semejante al Hijo del hombre, quien tenía en su cabeza una corona áurea y en su mano una hoz aguda. Y otro ángel salió del templo, clamando al que estaba sentado sobre la nube: echa tu hoz y siega, porque llega la hora de segar, puesto que está seca la mies de la tierra. Y el que estaba sentado sobre la nube echó su hoz sobre la tierra y la tierra fue segada. Y salió otro ángel del templo que hay en el cielo, que también tenía una hoz aguda. Y otro ángel salió del altar, que tenía poder sobre el fuego y gritó con una gran voz a aquel que tenía la hoz aguda: echa tu hoz aguda y vendimia los racimos de la viña de la tierra, porque maduras están sus uvas. Y metió el ángel su hoz aguda y vendimió la viña de la tierra, y la echó en el gran lagar de la ira de Dios. Y fue pisado el lagar de fuera de la ciudad y salió sangre del lagar hasta los frenos de los caballos hasta mil seiscientos estadios”.
Cualquiera que lea este texto sabiendo que procede del Apocalipsis ve claro que anuncia alegóricamente un enorme castigo divino. De hecho, es un anuncio previo del Juicio Final. Pero, quien vea las miniaturas a que da lugar se lleva una sorpresa porque en ningún momento de los códices se tiene tal tensa sensación, sino que, por el contrario, creemos que estamos antes unas escenas de la vida cotidiana rural, controladas o protegidas desde lo alto. Nada tiene que ver la forma en que se ha ilustrado en miembros destacados de la tradición del Apocalipsis de Bamberg (f. 37), donde el protagonismo del primer ángel que es Cristo y la colaboración de los restantes ángeles les convierte en únicos actores de la historia. El cambio reside en que, además de concederles un espacio más amplio, quienes siegan la mies, cortan los racimos de la vid y prensan las uvas son personajes comunes, campesinos, con ayuda en el último trabajo de algún animal. Existe un cambio en los actores que incide sobre el efecto. Y, además, realmente se nos presentan ciertas faenas del campo similares alas que se ven en los mensarios contemporáneos, en manuscritos y, poco después, portadas esculpidas. Y esto sucedió desde tiempos muy antiguos, anteriores al Beato de Magio. En lo que se considera que representa la tradición figurativa más antigua, en la primera familia, ya se procedía así. Véase el Beato Vitr. 14-1, de la Biblioteca Nacional (Madrid), con composiciones en general mucho más simples que las de la segunda familia, como en este caso (f. 127v), que presenta una gran miniatura, donde la parte alta pertenece al mundo de los ángeles, mientras abajo están las faenas agrícolas y el prensado de la uva vistos como escena de género. Faltan los caballos, hay un segundo individuo que ayuda al primero en el lagar, y no existe el marco general ni la división en bandas de los fondos, pero por lo demás todo es igual.
Es tan claro el sentido del texto que ni siquiera Beato, tan dado a la especulación espiritual, intenta otra exégesis. La nube blanca es la Iglesia que refulge en la claridad de su paciencia. El hijo del hombre es Cristo, señor de su iglesia. Su corona son los ancianos y la hoz el poder de su maldición. El ángel que grita anuncia la predicación. La Iglesia desea el día del Juicio y lo recuerda a Dios. En la siega y vendimia se alude al pueblo que, por no haber hecho penitencia, será arrojado a la gehenna. El vendimiador será el propio Jesucristo. Si se dice que el lagar ha de estar fuera de la ciudad es porque ésta es la Iglesia. En el día del Juicio la sangre alcanzará a todos, llegará a las cuatro pares del mundo.
En la imagen destaca la capacidad de ordenar la superficie que poseen los miniaturistas del Beato de Fernando I y doña Sancha, tanto como la sensibilidad cromática que les lleva a combinar los colores de un modo inédito en la zona superior, donde se manifiestan todos los ángeles y Jesucristo. La nube es casi completamente blanca y cándida y el ángel va tocado con una corona sin precedentes (“ubi angelus sedet super nubem albam”). Si en otras ocasiones es un círculo, ahora tiene más forma, pero en nada se asemeja a lo que comúnmente entendemos por una corona. ¿De dónde tomó el modelo? ¿Es una invención al margen de la realidad que vivía en León? La idea de que se trata de una invención parece razonable, si comparamos esta corona con la que lleva el rey Fernando I en el Diurnal, realizado muy pocos años después y teniendo presente sus miniaturistas el Beato de Facundo, como lo demuestra el inicio con el Alfa que cobija a dios. Porta la mayor hoz de las varias que se ven. El segundo ángel: “s(an)ct(u)s ang(e)l(u)s”, y los otros tres no presentan ninguna particularidad iconográfica, aunque posean una extraordinaria prestancia, salvo el tercero (“tertius angelus”) que está bajo el templo.
En el piso intermedio se desarrollan las labores de siega y vendimia, como trabajos rurales cotidianos, siendo en cada caso dos personajes los que llevan a cabo las faenas rurales, armados de las correspondientes hoces. De los dos de la izquierda se dice: “Ubi metent messem terram”. La inscripción de los otros ha sufrido ciertos daños que permiten reconstruir el texto, pero no leerlo.
Abajo se recrea un tipo de construcción de madera demasiado esquemática, que quizás se lea mejor en el Beato de Magio (f. 178v) o en el de Gerona (ff. 193v-194), pero que responde a un tipo de lagar que estuvo en uso en España hasta tiempos muy recientes con ligereas variantes. Aquí la inscripción es muy extensa: “Ubi calcatum est torcular extra civitate. Et exit sanguis de torculari usque ad frenos equorum”. Si en la zona superior nada contraindicaba lo que veíamos, aquí el aspecto placentero del trabajo se ve desmentido por el texto. El jugo de la uva es rojo y salpica a los dos caballos que están a un lado. La ciudad (“civitas”) es la esquemática de siempre.
Joaquín Yarza Luaces
Universidad Autónoma de Barcelona
(Fragmento del libro de estudio Beato de Fernando I y Doña Sancha)