El obispo al frente de la Iglesia de Éfeso, como un prelado de comienzos del siglo XIV, reviste las insignias episcopales, la mitra y el báculo. Sin embargo, está provisto de una aureola y de un par de alas para recordar el título de «ángel» que le confiere simbólicamente el texto del Apocalipsis. Se encuentra en el umbral de su catedral, un amplio edificio cuyo porche-campanario, flanqueado por torreones, es coronado por una cruz de oro en la que se encarama un gallo veleta también dorado.
El obispo toma la filacteria portadora del mensaje que Juan le entrega. El apóstol, con el rostro impregnado de una expresión grave, parece hacerle una advertencia sobre la pérdida de su celo y las reprensibles actuaciones que han visto la luz entre los éfesos. Una amplia arquería practicada en el muro lateral de la iglesia permite ver en el interior a un demonio que incita a un hombre a abrazar a una mujer ricamente vestida mientras un diablo con cabeza de perro intenta introducir en la pareja a un tercer individuo. La imagen alude a los descarríos de los nicolaítas. Constituían una secta poco conocida, fundada por un tal Nicolás a quien los autores cristianos de los primeros siglos, como san Ireneo de Lyon en su tratado contra los herejes, identifican sin base alguna con Nicolás, prosélito de Antioco, uno de los siete diáconos instituidos por los apóstoles cuando la Iglesia naciente comienza a estructurarse (Hechos 6, 1-7). En este sentido, el texto del comentario sigue la tradición y explica que el diácono, que tenía «hermosa mujer», predicaba que «todos podían tener no sólo una esposa sino tantas como pudieran mantener».
Por encima de Juan aparece Cristo en el cielo: lleva un tallo rojo provisto de un verdeante follaje, una rama del árbol de la Vida, alimento celestial prometido a los justos y a los que se arrepienten, a quienes hayan recuperado la caridad que animaba al Éfeso cristiano en sus comienzos, esa comunidad cuyo nombre significa, según el comentarista, «voluntad y consejo». Entre las torres de la iglesia, la nube deja escapar las llamas infernales que aguardan a quienes se nieguen a escuchar la advertencia divina y a convertirse.
Marie-Thérèse Gousset y Marianne Besseyre
Centro de Investigación de Manuscritos Iluminados, Bibliothèque nationale de France
Fragmento del libro de estudio Apocalipsis 1313
El obispo al frente de la Iglesia de Éfeso, como un prelado de comienzos del siglo XIV, reviste las insignias episcopales, la mitra y el báculo. Sin embargo, está provisto de una aureola y de un par de alas para recordar el título de «ángel» que le confiere simbólicamente el texto del Apocalipsis. Se encuentra en el umbral de su catedral, un amplio edificio cuyo porche-campanario, flanqueado por torreones, es coronado por una cruz de oro en la que se encarama un gallo veleta también dorado.
El obispo toma la filacteria portadora del mensaje que Juan le entrega. El apóstol, con el rostro impregnado de una expresión grave, parece hacerle una advertencia sobre la pérdida de su celo y las reprensibles actuaciones que han visto la luz entre los éfesos. Una amplia arquería practicada en el muro lateral de la iglesia permite ver en el interior a un demonio que incita a un hombre a abrazar a una mujer ricamente vestida mientras un diablo con cabeza de perro intenta introducir en la pareja a un tercer individuo. La imagen alude a los descarríos de los nicolaítas. Constituían una secta poco conocida, fundada por un tal Nicolás a quien los autores cristianos de los primeros siglos, como san Ireneo de Lyon en su tratado contra los herejes, identifican sin base alguna con Nicolás, prosélito de Antioco, uno de los siete diáconos instituidos por los apóstoles cuando la Iglesia naciente comienza a estructurarse (Hechos 6, 1-7). En este sentido, el texto del comentario sigue la tradición y explica que el diácono, que tenía «hermosa mujer», predicaba que «todos podían tener no sólo una esposa sino tantas como pudieran mantener».
Por encima de Juan aparece Cristo en el cielo: lleva un tallo rojo provisto de un verdeante follaje, una rama del árbol de la Vida, alimento celestial prometido a los justos y a los que se arrepienten, a quienes hayan recuperado la caridad que animaba al Éfeso cristiano en sus comienzos, esa comunidad cuyo nombre significa, según el comentarista, «voluntad y consejo». Entre las torres de la iglesia, la nube deja escapar las llamas infernales que aguardan a quienes se nieguen a escuchar la advertencia divina y a convertirse.
Marie-Thérèse Gousset y Marianne Besseyre
Centro de Investigación de Manuscritos Iluminados, Bibliothèque nationale de France
Fragmento del libro de estudio Apocalipsis 1313