Tras la marcha de los réprobos hacia las fauces de Leviatán, prosigue la evocación del Infierno sobre el fondo incandescente, teñido de anaranjado, y recorrido por rojas llamas. El artista lleva al espectador hacia las profundidades de la infernal hoguera donde reina, sentado en la espina dorsal de un dragón áptero y panzudo, la personificación del Hades con los rasgos de un hombre desnudo de piel grisácea. Este personaje sujeta sobre su regazo el alma rechoncha de un avaro que sostiene en la diestra una bolsa con los cordones anudados que contiene, verosímilmente, monedas de plata cuya forma se adivina a través del tejido. Esta figura antitética del seno de Abraham representada tras la descripción de la Jerusalén celestial (f. 84) es enmarcada por el cuello y la cola erguida de la bestia, terminados ambos en una cabeza azul que escupe almas condenadas a ser continuamente devoradas, digeridas y escupidas de nuevo por el monstruo. Dos demonios le procuran el alimento, el uno acercando una gran cesta llena de almas amontonadas como panecillos, el otro acarreando sobre sus hombros un manjar de excepción, es decir un religioso infiel, probablemente, a la regla que, aunque haya perdido la tonsura, conserva todavía el hábito dominico o de canónigo: un manto negro sobre una túnica blanca. Mientras a los pies del Hades cuatro almas se retuercen de dolor en el fuego del castigo, una mujer yergue su alta y elegante estatura a la izquierda de la composición. Los demonios se atarean a su alrededor, tal camareras asistiendo a una princesa. Mientras dos diablillos ajustan la caída de los pliegues de su larga túnica adornada con orifrés, el tercero peina su cabellera ceñida por una diadema, el cuarto le tiende un espejo y, finalmente, dos más, juguetones, se han metido en sus mangas y tocan la trompeta y el tambor. Esta mujer de rostro hermoso y lívido, que lleva a guisa de cetro una especie de punzón de oro, parece el reverso de la esposa del Cordero, acicalada para las bodas místicas (cf. f. 67). Es la imagen de la idolatría y la lujuria encarnada por Babilonia, la reina depuesta que ha sido arrojada al reino de Satán, al igual que la bestia y el dragón (cf. f. 65).
Marie-Thérèse Gousset y Marianne Besseyre
Centro de Investigación de Manuscritos Iluminados, Bibliothèque nationale de France
Fragmento del libro de estudio Apocalipsis 1313
Tras la marcha de los réprobos hacia las fauces de Leviatán, prosigue la evocación del Infierno sobre el fondo incandescente, teñido de anaranjado, y recorrido por rojas llamas. El artista lleva al espectador hacia las profundidades de la infernal hoguera donde reina, sentado en la espina dorsal de un dragón áptero y panzudo, la personificación del Hades con los rasgos de un hombre desnudo de piel grisácea. Este personaje sujeta sobre su regazo el alma rechoncha de un avaro que sostiene en la diestra una bolsa con los cordones anudados que contiene, verosímilmente, monedas de plata cuya forma se adivina a través del tejido. Esta figura antitética del seno de Abraham representada tras la descripción de la Jerusalén celestial (f. 84) es enmarcada por el cuello y la cola erguida de la bestia, terminados ambos en una cabeza azul que escupe almas condenadas a ser continuamente devoradas, digeridas y escupidas de nuevo por el monstruo. Dos demonios le procuran el alimento, el uno acercando una gran cesta llena de almas amontonadas como panecillos, el otro acarreando sobre sus hombros un manjar de excepción, es decir un religioso infiel, probablemente, a la regla que, aunque haya perdido la tonsura, conserva todavía el hábito dominico o de canónigo: un manto negro sobre una túnica blanca. Mientras a los pies del Hades cuatro almas se retuercen de dolor en el fuego del castigo, una mujer yergue su alta y elegante estatura a la izquierda de la composición. Los demonios se atarean a su alrededor, tal camareras asistiendo a una princesa. Mientras dos diablillos ajustan la caída de los pliegues de su larga túnica adornada con orifrés, el tercero peina su cabellera ceñida por una diadema, el cuarto le tiende un espejo y, finalmente, dos más, juguetones, se han metido en sus mangas y tocan la trompeta y el tambor. Esta mujer de rostro hermoso y lívido, que lleva a guisa de cetro una especie de punzón de oro, parece el reverso de la esposa del Cordero, acicalada para las bodas místicas (cf. f. 67). Es la imagen de la idolatría y la lujuria encarnada por Babilonia, la reina depuesta que ha sido arrojada al reino de Satán, al igual que la bestia y el dragón (cf. f. 65).
Marie-Thérèse Gousset y Marianne Besseyre
Centro de Investigación de Manuscritos Iluminados, Bibliothèque nationale de France
Fragmento del libro de estudio Apocalipsis 1313