María Magdalena, con la cabeza descubierta, abraza los pies sangrantes de Cristo crucificado. A la izquierda, la Virgen y a la derecha, san Juan, muestran su dolor por la muerte de Jesús.
El cielo estrellado y las montañas del fondo tiñen de añil un paisaje nocturno, efecto muy del gusto de Bourdichon, como podemos ver en otras espléndidas escenas nocturnas de las Grandes Horas de Ana de Bretaña.
Un nutrido grupo de soldados regresa a Jerusalén, la gran ciudad de plano circular que se entreve en la oscuridad, al fondo, donde destaca la planta centralizada del Templo de Salomón.
María Magdalena, con la cabeza descubierta, abraza los pies sangrantes de Cristo crucificado. A la izquierda, la Virgen y a la derecha, san Juan, muestran su dolor por la muerte de Jesús.
El cielo estrellado y las montañas del fondo tiñen de añil un paisaje nocturno, efecto muy del gusto de Bourdichon, como podemos ver en otras espléndidas escenas nocturnas de las Grandes Horas de Ana de Bretaña.
Un nutrido grupo de soldados regresa a Jerusalén, la gran ciudad de plano circular que se entreve en la oscuridad, al fondo, donde destaca la planta centralizada del Templo de Salomón.