Esta miniatura es, sin lugar a dudas, la más extraña de todo el manuscrito. Un centauro con una mujer salvaje montada sobre su lomo es atacado y abatido por dos hombres medio desnudos, que se disponen a golpearlos con sus hachas. Pero las flechas que llevan clavadas el centauro y su jinete proceden de la mismísima Muerte, personificada bajo la forma de un cadáver descarnado que arroja sus macabras lanzas sobre ellos. El artista representó al fondo, a la izquierda, un bosque por el que vaga un león y, a la derecha, un castillo sobre un promontorio.
Aunque la Muerte permite vincular la miniatura con su ubicación, el Oficio de los Muertos, no explica el resto de la composición, que mezcla de forma curiosa un tema iconográfico italiano (el combate del centauro) y uno nórdico (la mujer salvaje). En realidad, Robinet Testard compuso su miniatura a partir de un grabado atribuido al monogramista IAM, posiblemente originario de Zwolle (Países Bajos), o activo en esta ciudad entre los años 1470 y 1495. En dicho grabado solo se halla reproducido el grupo que está en primer plano; el centauro, sin el jinete, y los dos hombres. Se trata, sin duda, de la primera representación de este animal mitológico en un grabado nórdico del siglo XV. El centauro que rapta a una joven se ha utilizado en numerosos ciclos dedicados a Hércules y a la historia de su esposa, Deyanira. Los artistas del Renacimiento recuperaron esta figura copiando y estudiando los bajorrelieves de la Antigüedad. Sin embargo, Robinet Testard parece haber querido destacar más el carácter nórdico de la composición que el italiano, añadiendo la mujer salvaje, tan popular en el arte alemán del siglo XV y en los grabados desde sus inicios (en especial en la baraja de cartas grabadas al buril entre 1430 y 1440 por el Maestro del Juego de cartas, que trabajó en el Rin Superior). A esta escena, el artista añadió la Muerte, que en el arte de la miniatura se encuentra representada de este modo desde el siglo XIV, como es el caso del conocido pasaje del «encuentro de los tres vivos y los tres muertos» del
Salterio de Bona de Luxemburgo, iluminado por Jean le Noir antes de 1349. Así pues, la miniatura es el resultado de todas estas fuentes. Sin embargo, el significado continúa siendo una incógnita: ¿se trata de una alegoría moralista del triunfo de la muerte sobre la bestialidad? ¿O es simplemente un capricho, en el sentido artístico de la palabra, destinado a mostrar el conocimiento e interés del miniaturista, y muy probablemente de Carlos de Angulema, por estas novedades iconográficas procedentes de Alemania e Italia, dos de los centros creativos más dinámicos a finales de la Edad Media?
Séverine Lepape
Conservador
Musée du Louvre