Beato de Liébana, códice de Fernando I y doña Sancha

f. 109, El Arca de Noé


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El insistente comentario sobre el mensaje de las iglesias y su identificación con la Iglesia lleva a Beato a encontrarse con otro signo de esta Iglesia: el Arca de Noé. Como acostumbra a hacer en otras ocasiones, no redacta un texto adecuado para hablar de ella, sino que toma directamente el De Arca Noe de Gregorio de Elvira, obispo hispano del siglo IV. Gregorio de Elvira identifica el Arca con la Iglesia. Noé es Cristo. La paloma es el Espíritu Santo y el cuervo ha de ser negativo, no sólo porque devora los cadáveres, sino por su color negro. Hay una larga explicación sobre la división en pisos del interior del arca y una interpretación simbólica, donde se identifica con las mansiones celestiales. Pero ¿hasta qué punto esta explicación se manifiesta en la imagen de los manuscritos?
Lo que confiere un carácter muy especial a la imagen es el sorprendente bestiario que ocupa esas estancias. Se debe considerar natural, dado que la Biblia habla de las parejas de todo tipo de animales que se reunieron allí, pero lo cierto es que el comentario de Gregorio de Elvira no cita a estos seres. También es curiosa la forma del arca, en la que el sentido simbólico o significativo prima sobre su proximidad a un objeto real que pudiera sostenerse sobre las aguas. Su forma es la de un pentágono cuyos dos lados menores se sitúan como tejado a dos aguas en la zona superior, mientras se abre en el vértice un hueco por el que Noé recoge a la enviada paloma que lleva el ramo de la alegría. A la izquierda de Noé se hallan su mujer y las de sus tres hijos, mientras éstos se encuentran al otro lado. Ocupan, evidentemente, la parte más alta. Luego comienzan los pisos llenos de animales.
Si examinamos todas las arcas de esta familia de manuscritos hasta fines del siglo XI, parece descubrirse la existencia de un modelo primero, pero que se modifica de modo bastante ostensible en lo que se refiere a la distribución de animales. En algunos casos, las semejanzas son casi totales, como entre los Beatos de Valcavado y de la Seu d’Urgell, salvo menudas diferencias. En todos se repite la idea de colocar a los grandes mamíferos tipo elefantes, camellos y caballos, abajo, y las aves, arriba.
Probablemente sea el segundo piso el que tenga un mayor interés, dentro del mundo de lo imaginario, porque está ocupado por cuatro seres fantásticos. Muy común es el dragón de larga cola, igual que el famoso grifo. Menos frecuente es el león alado que se le opone, muy similar a él en apariencia, trasunto de la forma simbólica del evangelista Marcos o recuerdo de una de las bestias de la visión de Daniel. Pero el ser más interesante es el de la izquierda, casi sin duda una mantícora. Hay que aclarar que los artistas no siempre supieron con claridad qué animal representaban, sobre todo si era alguno monstruoso. No obstante, desde la Antigüedad clásica, aunque no lo recoja san Isidoro, la mantícora era un fenómeno de la naturaleza, con cabeza humana, como se ve en la miniatura, cuerpo de león y cola de escorpión. En la Imago Mundo de Honorio Augustodunensis, que circuló mucho por Europa en el siglo XII, se le dedica un espacio relativamente extenso, dado que son pocos los animales descritos y se incluye en el capítulo de las bestias. Se dice que se alimenta de carne humana. ¿En qué medida se hacen eco nuestros miniaturistas de estas tradiciones luego revisadas en los siglos XI al XIII? Algo hubo de llegar hasta ellos, dado que en ningún otro manuscrito hispano conocido vuelve a representarse. En los reinos hispanos no parece haberse hecho nunca un bestiario iluminado. Existe como punto de referencia propio san Isidoro de Sevilla, sus Etimologías y otras obras, pero lo cierto es que el único repertorio de figuras de animales de toda clase representados son las Arcas de Noé, especialmente de los Beatos, aunque también de alguna biblia (Biblia de Ávila, Biblioteca Nacional) u otro manuscrito, como el tardío (siglo XIII) Ximénez de Rada (Madrid, Biblioteca de la Universidad Complutense).

Joaquín Yarza Luaces
Universidad Autónoma de Barcelona
(Fragmento del libro de estudio Beato de Fernando I y Doña Sancha)

 


f. 109, El Arca de Noé

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f. 109, El Arca de Noé

El insistente comentario sobre el mensaje de las iglesias y su identificación con la Iglesia lleva a Beato a encontrarse con otro signo de esta Iglesia: el Arca de Noé. Como acostumbra a hacer en otras ocasiones, no redacta un texto adecuado para hablar de ella, sino que toma directamente el De Arca Noe de Gregorio de Elvira, obispo hispano del siglo IV. Gregorio de Elvira identifica el Arca con la Iglesia. Noé es Cristo. La paloma es el Espíritu Santo y el cuervo ha de ser negativo, no sólo porque devora los cadáveres, sino por su color negro. Hay una larga explicación sobre la división en pisos del interior del arca y una interpretación simbólica, donde se identifica con las mansiones celestiales. Pero ¿hasta qué punto esta explicación se manifiesta en la imagen de los manuscritos?
Lo que confiere un carácter muy especial a la imagen es el sorprendente bestiario que ocupa esas estancias. Se debe considerar natural, dado que la Biblia habla de las parejas de todo tipo de animales que se reunieron allí, pero lo cierto es que el comentario de Gregorio de Elvira no cita a estos seres. También es curiosa la forma del arca, en la que el sentido simbólico o significativo prima sobre su proximidad a un objeto real que pudiera sostenerse sobre las aguas. Su forma es la de un pentágono cuyos dos lados menores se sitúan como tejado a dos aguas en la zona superior, mientras se abre en el vértice un hueco por el que Noé recoge a la enviada paloma que lleva el ramo de la alegría. A la izquierda de Noé se hallan su mujer y las de sus tres hijos, mientras éstos se encuentran al otro lado. Ocupan, evidentemente, la parte más alta. Luego comienzan los pisos llenos de animales.
Si examinamos todas las arcas de esta familia de manuscritos hasta fines del siglo XI, parece descubrirse la existencia de un modelo primero, pero que se modifica de modo bastante ostensible en lo que se refiere a la distribución de animales. En algunos casos, las semejanzas son casi totales, como entre los Beatos de Valcavado y de la Seu d’Urgell, salvo menudas diferencias. En todos se repite la idea de colocar a los grandes mamíferos tipo elefantes, camellos y caballos, abajo, y las aves, arriba.
Probablemente sea el segundo piso el que tenga un mayor interés, dentro del mundo de lo imaginario, porque está ocupado por cuatro seres fantásticos. Muy común es el dragón de larga cola, igual que el famoso grifo. Menos frecuente es el león alado que se le opone, muy similar a él en apariencia, trasunto de la forma simbólica del evangelista Marcos o recuerdo de una de las bestias de la visión de Daniel. Pero el ser más interesante es el de la izquierda, casi sin duda una mantícora. Hay que aclarar que los artistas no siempre supieron con claridad qué animal representaban, sobre todo si era alguno monstruoso. No obstante, desde la Antigüedad clásica, aunque no lo recoja san Isidoro, la mantícora era un fenómeno de la naturaleza, con cabeza humana, como se ve en la miniatura, cuerpo de león y cola de escorpión. En la Imago Mundo de Honorio Augustodunensis, que circuló mucho por Europa en el siglo XII, se le dedica un espacio relativamente extenso, dado que son pocos los animales descritos y se incluye en el capítulo de las bestias. Se dice que se alimenta de carne humana. ¿En qué medida se hacen eco nuestros miniaturistas de estas tradiciones luego revisadas en los siglos XI al XIII? Algo hubo de llegar hasta ellos, dado que en ningún otro manuscrito hispano conocido vuelve a representarse. En los reinos hispanos no parece haberse hecho nunca un bestiario iluminado. Existe como punto de referencia propio san Isidoro de Sevilla, sus Etimologías y otras obras, pero lo cierto es que el único repertorio de figuras de animales de toda clase representados son las Arcas de Noé, especialmente de los Beatos, aunque también de alguna biblia (Biblia de Ávila, Biblioteca Nacional) u otro manuscrito, como el tardío (siglo XIII) Ximénez de Rada (Madrid, Biblioteca de la Universidad Complutense).

Joaquín Yarza Luaces
Universidad Autónoma de Barcelona
(Fragmento del libro de estudio Beato de Fernando I y Doña Sancha)

 


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