Beato de Liébana, códice de Fernando I y doña Sancha

f. 116v, Visión del Cordero, tetramorfos y ancianos (Apoc. V)


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La presencia del tetramorfos completa la visión anterior, si se sigue el texto apocalíptico, y de este modo sucede con la tradición ilustrativa europea. Pero la tradición utilizada en los Beatos prescinde en la imagen de este último elemento, pese a que será utilizado abundantemente a partir de aquí. Así lo encontramos en la siguiente visión, donde sigue presente la maiestas anterior, al tiempo que se incorpora el Cordero de los siete ojos y los siete cuernos, único digno de abrir el libro de los siete sellos.

Al describir el tetramorfos, los seres se califican de animales en general, individualizándose cada uno por la similitud que tiene con un hombre, un león, un toro y un águila. Se les describe con seis alas llenas de ojos. En definitiva, dependen de los seres descritos en las visiones de Isaías y Ezequiel, singularmente del segundo. Cuando se traducen en imágenes de Beato, resultan los conocidos seres teriomórficos, aunque no se respeta la idea de las seis alas, ni los ojos que se distribuyen en su torno. Sin embargo, se añaden, como se ve aquí, una especie de ruedas a las que se dota de movimiento de giro virtual merced a su división cuatripartita por medio de líneas onduladas, tomando la idea de las mencionadas descripciones veterotestamentarias.

Aunque los comentarios de Beato pueden sorprender más de una vez, según a qué fuente recurra, y la minuciosidad con que trata las figuras del tetramorfos es paradigmática en este sentido, ya que le dedica un capítulo especial y exclusivo del libro III, con storia primera y explanatio posterior, en los sustancial está de acuerdo en que estamos ante los cuatro evangelistas. Si el primero se asemeja a un hombre se debe a su carácter racional, si el segundo es como un león se debe a que posee su fuerza para luchar, mientras que la forma del tercero alude al sacrificio y el vuelo del águila es signo de la capacidad contemplativa de la mente. Son cuatro evangelistas y se refieren a una sola Iglesia. Sin duda, cada cual representa a uno de los escritores del Nuevo Testamento, tal como siempre se dice.

El libro que lleva en la mano el sedente en el trono, será centro de la revelación posterior. Está escrito por dentro y fuera y sellado con siete sellos. Contiene un mensaje, pero nadie es digno de romper los sellos, lo que provoca el llanto de Juan, el vidente. Pero uno de los ancianos le consuela, porque, le dice, existe el Cordero que lo hará. Surge en la visión éste, en pie, pero como muerto, que toma el libro y lo abre en presencia de los ancianos. Prorrumpen en cantos los seres y los ancianos, postrándose éstos ante el Cordero, portadores de instrumentos musicales y copas de oro con perfumes, que son las oraciones de los santos.

En otras tradiciones ilustrativas, el Cordero es el protagonista destacado, mencionándose los demás en una composición en vertical. Pero en los beatos se conforma todo en torno a un círculo muy singular, que, se diría, depende de una composición cupular, y que ocupa todo un folio. Un elemento discordante puede distraer de esta idea. Magio en su beato se limitó a colocar el nombre del trono en la zona superior (f. 87), sin romper la idea cupular, donde en las cuatro esquinas, lugar estratégico para unas supuestas pechinas, hay otros tantos ángeles que parecen sostener una enorme mandorla mística. Pero los artistas de Beato producen una cierta desazón rompiendo la idea circular, al situar arriba una “maiestas domini” envuelta en fuego y flanqueada por dos gigantescos ángeles, mientras abajo hay otras dos parejas angélicas de menor tamaño. No obstante, persiste la impresión de que todo deriva de una decoración cupular, donde la base sirve de apoyo de todos los seres que se postran ante el Cordero y que en la forma actual están en disposición radial, mientras los ángeles de las esquinas ocuparían las pechinas o trompas de sostén. En la zona superior de la cúpula estaría el Cordero, que aquí se encuentra en el centro.

Es claro que se trata de una visión cósmica, de manera que el anillo mayor que envuelve el conjunto se anima con la presencia de veinticuatro estrellas blancas, número por cierto nada casual. En dos ejes (vertical y horizontal) se encuentran los seres teriomórficos que representan los evangelios, mientras que los doce personajes restantes son los 24 ancianos organizados en cuatro grupos de tres, de modo que en cada cual uno porta el instrumento músico, otro la copa de oro y el tercero cae en “proskinesis” ante el Cordero.

Este se halla en un nuevo círculo. Una vez más hay un divorcio entre lo que reclama el texto y la imagen. Se trata de un cordero cuya única rareza consiste en que sostiene la cruz con una pata, porque ningún rastro existe de los siete ojos o los cuernos. Tampoco en la mayoría de los beatos se respetó este aspecto monstruoso, salvo, por ejemplo, en el Beato de San Millán de la Cogolla (Madrid, Academia de la Historia, cod. 33, f. 92). También en las pinturas románicas catalanas de San Clemente de Taüll se pinta una alucinante figura que reúne las características exigidas. El libro se encuentra próximo a él. En esta ocasión no se dispuso una sola inscripción.

Entre los ancianos representados, los que portan instrumentos músicos están sentados y vistos, como los músicos musulmanes que figuran sobre las cajas de marfil califales y, más tarde, en pinturas, etc. Es uno de los islamismos incluidos en unos códices que demuestran recibir mucha menos influencia de ese origen de lo que comúnmente se dice. Es normal que se copie este tipo de personajes y sus actitudes, por varios motivos. En primer lugar, por la pobreza que se adivina en la música hispana en lo que se refiere a instrumentos, que no a voces. Luego, porque los cristianos apreciaron mucho estas cajas y se hacían con ellas cuando podían. En fechas posteriores, como en el Poema de Fernán González, todavía se habla de que en los botines obtenidos a costa de los musulmanes, los cristianos se hacían con ellas para regalar a iglesias o monasterios, donde fueron convertidas en relicarios, entre otras cosas. De aquí que pudieran servir de modelo a los miniaturistas de los beatos.

Beato nos cuenta que en este libro se escribe la vida y hechos de las criaturas, conociendo Dios de antemano lo que está escrito y queda por escribir. Si está escrito por fuera y dentro es por alusión a ambos testamentos (ley mosaica y evangelios). La voz del que consuela a Juan es la de los profetas que consuelan a la Iglesia. El Cordero, qué duda cabe, es Cristo, que parece como muerto, pero no lo está, debido a su pasión.

Aun cuando no existan cambios originales, el miniaturista ha cuidado todo, de modo que se diría que se aproxima a la calidad del primero, aunque no debe de ser él. Existe de nuevo una depuración de la disposición antigua que, añadido a la sensibilidad cromática, convierten la composición en otra obra maestra de la miniatura, superando a todos sus modelos.

Joaquín Yarza Luaces
Universidad Autónoma de Barcelona
(Fragmento del libro de estudio Beato de Fernando I y Doña Sancha)


f. 116v, Visión del Cordero, tetramorfos y ancianos (Apoc. V)

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f. 116v, Visión del Cordero, tetramorfos y ancianos (Apoc. V)

La presencia del tetramorfos completa la visión anterior, si se sigue el texto apocalíptico, y de este modo sucede con la tradición ilustrativa europea. Pero la tradición utilizada en los Beatos prescinde en la imagen de este último elemento, pese a que será utilizado abundantemente a partir de aquí. Así lo encontramos en la siguiente visión, donde sigue presente la maiestas anterior, al tiempo que se incorpora el Cordero de los siete ojos y los siete cuernos, único digno de abrir el libro de los siete sellos.

Al describir el tetramorfos, los seres se califican de animales en general, individualizándose cada uno por la similitud que tiene con un hombre, un león, un toro y un águila. Se les describe con seis alas llenas de ojos. En definitiva, dependen de los seres descritos en las visiones de Isaías y Ezequiel, singularmente del segundo. Cuando se traducen en imágenes de Beato, resultan los conocidos seres teriomórficos, aunque no se respeta la idea de las seis alas, ni los ojos que se distribuyen en su torno. Sin embargo, se añaden, como se ve aquí, una especie de ruedas a las que se dota de movimiento de giro virtual merced a su división cuatripartita por medio de líneas onduladas, tomando la idea de las mencionadas descripciones veterotestamentarias.

Aunque los comentarios de Beato pueden sorprender más de una vez, según a qué fuente recurra, y la minuciosidad con que trata las figuras del tetramorfos es paradigmática en este sentido, ya que le dedica un capítulo especial y exclusivo del libro III, con storia primera y explanatio posterior, en los sustancial está de acuerdo en que estamos ante los cuatro evangelistas. Si el primero se asemeja a un hombre se debe a su carácter racional, si el segundo es como un león se debe a que posee su fuerza para luchar, mientras que la forma del tercero alude al sacrificio y el vuelo del águila es signo de la capacidad contemplativa de la mente. Son cuatro evangelistas y se refieren a una sola Iglesia. Sin duda, cada cual representa a uno de los escritores del Nuevo Testamento, tal como siempre se dice.

El libro que lleva en la mano el sedente en el trono, será centro de la revelación posterior. Está escrito por dentro y fuera y sellado con siete sellos. Contiene un mensaje, pero nadie es digno de romper los sellos, lo que provoca el llanto de Juan, el vidente. Pero uno de los ancianos le consuela, porque, le dice, existe el Cordero que lo hará. Surge en la visión éste, en pie, pero como muerto, que toma el libro y lo abre en presencia de los ancianos. Prorrumpen en cantos los seres y los ancianos, postrándose éstos ante el Cordero, portadores de instrumentos musicales y copas de oro con perfumes, que son las oraciones de los santos.

En otras tradiciones ilustrativas, el Cordero es el protagonista destacado, mencionándose los demás en una composición en vertical. Pero en los beatos se conforma todo en torno a un círculo muy singular, que, se diría, depende de una composición cupular, y que ocupa todo un folio. Un elemento discordante puede distraer de esta idea. Magio en su beato se limitó a colocar el nombre del trono en la zona superior (f. 87), sin romper la idea cupular, donde en las cuatro esquinas, lugar estratégico para unas supuestas pechinas, hay otros tantos ángeles que parecen sostener una enorme mandorla mística. Pero los artistas de Beato producen una cierta desazón rompiendo la idea circular, al situar arriba una “maiestas domini” envuelta en fuego y flanqueada por dos gigantescos ángeles, mientras abajo hay otras dos parejas angélicas de menor tamaño. No obstante, persiste la impresión de que todo deriva de una decoración cupular, donde la base sirve de apoyo de todos los seres que se postran ante el Cordero y que en la forma actual están en disposición radial, mientras los ángeles de las esquinas ocuparían las pechinas o trompas de sostén. En la zona superior de la cúpula estaría el Cordero, que aquí se encuentra en el centro.

Es claro que se trata de una visión cósmica, de manera que el anillo mayor que envuelve el conjunto se anima con la presencia de veinticuatro estrellas blancas, número por cierto nada casual. En dos ejes (vertical y horizontal) se encuentran los seres teriomórficos que representan los evangelios, mientras que los doce personajes restantes son los 24 ancianos organizados en cuatro grupos de tres, de modo que en cada cual uno porta el instrumento músico, otro la copa de oro y el tercero cae en “proskinesis” ante el Cordero.

Este se halla en un nuevo círculo. Una vez más hay un divorcio entre lo que reclama el texto y la imagen. Se trata de un cordero cuya única rareza consiste en que sostiene la cruz con una pata, porque ningún rastro existe de los siete ojos o los cuernos. Tampoco en la mayoría de los beatos se respetó este aspecto monstruoso, salvo, por ejemplo, en el Beato de San Millán de la Cogolla (Madrid, Academia de la Historia, cod. 33, f. 92). También en las pinturas románicas catalanas de San Clemente de Taüll se pinta una alucinante figura que reúne las características exigidas. El libro se encuentra próximo a él. En esta ocasión no se dispuso una sola inscripción.

Entre los ancianos representados, los que portan instrumentos músicos están sentados y vistos, como los músicos musulmanes que figuran sobre las cajas de marfil califales y, más tarde, en pinturas, etc. Es uno de los islamismos incluidos en unos códices que demuestran recibir mucha menos influencia de ese origen de lo que comúnmente se dice. Es normal que se copie este tipo de personajes y sus actitudes, por varios motivos. En primer lugar, por la pobreza que se adivina en la música hispana en lo que se refiere a instrumentos, que no a voces. Luego, porque los cristianos apreciaron mucho estas cajas y se hacían con ellas cuando podían. En fechas posteriores, como en el Poema de Fernán González, todavía se habla de que en los botines obtenidos a costa de los musulmanes, los cristianos se hacían con ellas para regalar a iglesias o monasterios, donde fueron convertidas en relicarios, entre otras cosas. De aquí que pudieran servir de modelo a los miniaturistas de los beatos.

Beato nos cuenta que en este libro se escribe la vida y hechos de las criaturas, conociendo Dios de antemano lo que está escrito y queda por escribir. Si está escrito por fuera y dentro es por alusión a ambos testamentos (ley mosaica y evangelios). La voz del que consuela a Juan es la de los profetas que consuelan a la Iglesia. El Cordero, qué duda cabe, es Cristo, que parece como muerto, pero no lo está, debido a su pasión.

Aun cuando no existan cambios originales, el miniaturista ha cuidado todo, de modo que se diría que se aproxima a la calidad del primero, aunque no debe de ser él. Existe de nuevo una depuración de la disposición antigua que, añadido a la sensibilidad cromática, convierten la composición en otra obra maestra de la miniatura, superando a todos sus modelos.

Joaquín Yarza Luaces
Universidad Autónoma de Barcelona
(Fragmento del libro de estudio Beato de Fernando I y Doña Sancha)


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