De nuevo estamos ante uno de los momentos apocalípticos más emblemáticos y que ha sido explicado de modos muy diversos. El Cordero comienza a abrir los sellos. A cada sello abierto, uno de los seres teriomórficos se dirigen a Juan y surge un hombre a caballo, hasta completar los cuatro primeros. Aunque ciertas tradiciones quieren ver en todos algo negativo o la amenaza de plagas sobre la tierra, Beato distingue entre el primer jinete y los demás.
Monta aquel sobre un caballo blanco, lleva un arco tensado y se coloca sobre su cabeza la corona de los vencedores. Para Beato el caballo representa a la Iglesia y el que lo monta es Cristo. Cuando ascendió al cielo y apareció a las gentes, envió el Espíritu Santo cuyo soplo llenó la inspiración de los predicadores. Sus palabras son como flechas dirigidas contra el corazón de los hombres. La corona de victoria se promete a estos predicadores.
En el Beato de Fernando I y doña Sancha, como en otros de la familia, tal como el de Gerona (f. 126) o el de Valcavado (f. 93), estamos ante otro folio entero, dividido en dos niveles, con dos jinetes en cada uno de ellos, sobre los que planean cada uno de los cuatro evangelistas. En el de Gerona, más cerca en esto del texto, por encima de todos se encuentra aún el Cordero, que falta en los restantes. Nada indica con seguridad que el primero de los jinetes sea esencialmente diferente de los otros y hay que esperar a obras más tardías para que ciertos signos, como el nimbo, lo identifiquen con Jesucristo. Las inscripciones se limitan a reflejar el Apocalipsis, pero no su exégesis. Así, junto al primer jinete del Beato de Fernando I se lee: “Equus alvus et q(ui) sedebat super eu(m) a€bat arcum”. El caballo es blanco con pintas negras y lleva jaeces de adorno, mientras el jinete está envuelto en una especie de túnica tratada linealmente muy al modo altomedieval, recordando poco los esfuerzos del primer miniaturista de utilizar un lenguaje formal distinto del tradicional.
El segundo jinete monta un caballo bermejo y lleva una gran espada que se le dio para que quitase la paz de la tierra y hubiera muertes. Para Beato, “el caballo rojo (“roesus”) es el pueblo contrario a la Iglesia y el que lo monta, el diablo sanguinolento”. Si esto comenta en la primera parte, en la más detallada, indica que aquí se anuncian las guerras futuras que enfrentarán entre sí a las iglesias. Si el caballo es rojo es porque está manchado con la sangre de los mártires. Con la palabra muerte se refiere a la material y a la espiritual. En la miniatura no hay un solo signo que permita identificar al diablo. Ni siquiera se ha respetado el color que es de un tono rosado muy pálido, aunque la inscripción remarque las descripciones textuales: “equus roseus et q(ui) sedebat eum abebat gladium”.
El tercer jinete monta un caballo negro y lleva una balanza en la mano (“equus Níger et qui sedebat super eum abebat stateram”). Igual que el primero, se vuelve hacia atrás, respetándose los colores. Para el abad liebaniego estamos ante el falso profeta que será cuestión más adelante, y el caballo es el hambre espiritual dentro de la iglesia. Esa hambre llegará hasta tiempo del Anticristo, personaje que va a tener luego un gran protagonismo. Aunque la balanza es un signo de justicia, no lo es en este caso.
Finalmente, el cuarto jinete, surgido después de que el Cordero abra el cuarto sello y se oiga la voz del cuarto ser que le dice a Juan: “ven y verás”, cabalga sobre un caballo pálido (“pallidus”) y su nombre es Muerte. Tras de él va el infierno. Se le da poder sobre todo el mundo para que mate con espada, hambre y bestias de la tierra. El Apocalipsis es ya bastante explícito sobre el significado de cada ser, por lo que Beato comienza a repetir casi lo mismo en su glosa. Para él, las plagas y las bestias, son herejías y herejes. De todos modos, introduce un cambio en el texto. Donde se habla de que se da al jinete poder sobre las cuatro partes de la tierra, esto es, sobre toda la tierra, dice que se le da sobre la cuarta parte de la tierra (“super quartam partem térrea”). Esto le lleva a señalar un dualismo que está presente con frecuencia en la obra. La tierra está dividida en dos partes, la que corresponde al pueblo de Dios y la del pueblo del diablo. En el segundo hay que distinguir entre el pueblo de los herejes y el de los paganos o gentiles. Ambos luchan contra el pueblo de Dios. Pero dentro de la Iglesia hay una cuarta parte, aunque no le pertenece en realidad. La constituyen los hipócritas y los cismáticos y, entre ellos, se mueve muy bien el Anticristo. Estos hipócritas o falsos hermanos (“falsi fratres”) son admitidos en la Iglesia, aunque ésta sabe de quién se trata.
Una vez más los ilustradores han sido poco explícitos con el jinete mortal, pero no ocurre lo mismo con el infierno. En otras tradiciones apocalípticas, bien se le da escasa relevancia (Apocalipsis de Tréveris), bien ni se le representa (Apocalipsis de Bamberg). Sin embargo, en los beatos se le identifica casi con el diablo, se personaliza y se convierte en un ser horrendo, de los que abundan mucho más y antes que en cualquier otro lugar de Europa en el reino leonés y el condado castellano. En el Beato de Fernando I y doña Sancha se ha creado este tipo de imagen horrenda. Estamos ante un ser peludo y gigante, alado, de cuerpo azul muy oscuro, con una especie de garras en vez de manos y pies. La gran cabeza barbada, se asiluetea con tonos rojos. Debía poseer una mirada penetrante con la zona de la pupila blanca. Fue objeto de ataques por parte de monjes alucinados, temerosos de la capacidad energética de esa mirada y creyentes en el mal de ojo. Con figuras como esta la miniatura hispana, nacida y desarrollada en ámbitos preferentemente monásticos, se adelanta a la europea en la creación de seres malignos dotados de aspecto horroroso, como serán luego los diablos del románico y posteriores.
Joaquín Yarza Luaces
Universidad Autónoma de Barcelona
(Fragmento del libro de estudio Beato de Fernando I y Doña Sancha)
De nuevo estamos ante uno de los momentos apocalípticos más emblemáticos y que ha sido explicado de modos muy diversos. El Cordero comienza a abrir los sellos. A cada sello abierto, uno de los seres teriomórficos se dirigen a Juan y surge un hombre a caballo, hasta completar los cuatro primeros. Aunque ciertas tradiciones quieren ver en todos algo negativo o la amenaza de plagas sobre la tierra, Beato distingue entre el primer jinete y los demás.
Monta aquel sobre un caballo blanco, lleva un arco tensado y se coloca sobre su cabeza la corona de los vencedores. Para Beato el caballo representa a la Iglesia y el que lo monta es Cristo. Cuando ascendió al cielo y apareció a las gentes, envió el Espíritu Santo cuyo soplo llenó la inspiración de los predicadores. Sus palabras son como flechas dirigidas contra el corazón de los hombres. La corona de victoria se promete a estos predicadores.
En el Beato de Fernando I y doña Sancha, como en otros de la familia, tal como el de Gerona (f. 126) o el de Valcavado (f. 93), estamos ante otro folio entero, dividido en dos niveles, con dos jinetes en cada uno de ellos, sobre los que planean cada uno de los cuatro evangelistas. En el de Gerona, más cerca en esto del texto, por encima de todos se encuentra aún el Cordero, que falta en los restantes. Nada indica con seguridad que el primero de los jinetes sea esencialmente diferente de los otros y hay que esperar a obras más tardías para que ciertos signos, como el nimbo, lo identifiquen con Jesucristo. Las inscripciones se limitan a reflejar el Apocalipsis, pero no su exégesis. Así, junto al primer jinete del Beato de Fernando I se lee: “Equus alvus et q(ui) sedebat super eu(m) a€bat arcum”. El caballo es blanco con pintas negras y lleva jaeces de adorno, mientras el jinete está envuelto en una especie de túnica tratada linealmente muy al modo altomedieval, recordando poco los esfuerzos del primer miniaturista de utilizar un lenguaje formal distinto del tradicional.
El segundo jinete monta un caballo bermejo y lleva una gran espada que se le dio para que quitase la paz de la tierra y hubiera muertes. Para Beato, “el caballo rojo (“roesus”) es el pueblo contrario a la Iglesia y el que lo monta, el diablo sanguinolento”. Si esto comenta en la primera parte, en la más detallada, indica que aquí se anuncian las guerras futuras que enfrentarán entre sí a las iglesias. Si el caballo es rojo es porque está manchado con la sangre de los mártires. Con la palabra muerte se refiere a la material y a la espiritual. En la miniatura no hay un solo signo que permita identificar al diablo. Ni siquiera se ha respetado el color que es de un tono rosado muy pálido, aunque la inscripción remarque las descripciones textuales: “equus roseus et q(ui) sedebat eum abebat gladium”.
El tercer jinete monta un caballo negro y lleva una balanza en la mano (“equus Níger et qui sedebat super eum abebat stateram”). Igual que el primero, se vuelve hacia atrás, respetándose los colores. Para el abad liebaniego estamos ante el falso profeta que será cuestión más adelante, y el caballo es el hambre espiritual dentro de la iglesia. Esa hambre llegará hasta tiempo del Anticristo, personaje que va a tener luego un gran protagonismo. Aunque la balanza es un signo de justicia, no lo es en este caso.
Finalmente, el cuarto jinete, surgido después de que el Cordero abra el cuarto sello y se oiga la voz del cuarto ser que le dice a Juan: “ven y verás”, cabalga sobre un caballo pálido (“pallidus”) y su nombre es Muerte. Tras de él va el infierno. Se le da poder sobre todo el mundo para que mate con espada, hambre y bestias de la tierra. El Apocalipsis es ya bastante explícito sobre el significado de cada ser, por lo que Beato comienza a repetir casi lo mismo en su glosa. Para él, las plagas y las bestias, son herejías y herejes. De todos modos, introduce un cambio en el texto. Donde se habla de que se da al jinete poder sobre las cuatro partes de la tierra, esto es, sobre toda la tierra, dice que se le da sobre la cuarta parte de la tierra (“super quartam partem térrea”). Esto le lleva a señalar un dualismo que está presente con frecuencia en la obra. La tierra está dividida en dos partes, la que corresponde al pueblo de Dios y la del pueblo del diablo. En el segundo hay que distinguir entre el pueblo de los herejes y el de los paganos o gentiles. Ambos luchan contra el pueblo de Dios. Pero dentro de la Iglesia hay una cuarta parte, aunque no le pertenece en realidad. La constituyen los hipócritas y los cismáticos y, entre ellos, se mueve muy bien el Anticristo. Estos hipócritas o falsos hermanos (“falsi fratres”) son admitidos en la Iglesia, aunque ésta sabe de quién se trata.
Una vez más los ilustradores han sido poco explícitos con el jinete mortal, pero no ocurre lo mismo con el infierno. En otras tradiciones apocalípticas, bien se le da escasa relevancia (Apocalipsis de Tréveris), bien ni se le representa (Apocalipsis de Bamberg). Sin embargo, en los beatos se le identifica casi con el diablo, se personaliza y se convierte en un ser horrendo, de los que abundan mucho más y antes que en cualquier otro lugar de Europa en el reino leonés y el condado castellano. En el Beato de Fernando I y doña Sancha se ha creado este tipo de imagen horrenda. Estamos ante un ser peludo y gigante, alado, de cuerpo azul muy oscuro, con una especie de garras en vez de manos y pies. La gran cabeza barbada, se asiluetea con tonos rojos. Debía poseer una mirada penetrante con la zona de la pupila blanca. Fue objeto de ataques por parte de monjes alucinados, temerosos de la capacidad energética de esa mirada y creyentes en el mal de ojo. Con figuras como esta la miniatura hispana, nacida y desarrollada en ámbitos preferentemente monásticos, se adelanta a la europea en la creación de seres malignos dotados de aspecto horroroso, como serán luego los diablos del románico y posteriores.
Joaquín Yarza Luaces
Universidad Autónoma de Barcelona
(Fragmento del libro de estudio Beato de Fernando I y Doña Sancha)