Apocalipsis 1313

f. 11r, El mensaje a la Iglesia de Laodicea (Ap. 3, 14-22)


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La iglesia de Laodicea está construida del mismo modo que la de Esmirna: porche-torre y finos torreones enmarcan un amplio espacio cubierto por una cúpula en lo alto de la cual hay una punta, no adornada con un amplio florón, sino con un pájaro blanco. Ante la entrada del edificio, el ángel-obispo, con sus alas desplegadas, recibe la filacteria símbolo del mensaje divino; parece escuchar con atención las palabras transmitidas por Juan, que levanta el índice derecho. Este gesto de reconvención se adecua al tono reprobador del texto, «Conozco tu conducta: no eres ni frío ni calor», que se convierte en reprimenda paterna: «A aquéllos a los que amo, les regaño y les corrijo», escribe el apóstol tomándolo de la sabiduría del libro de los Proverbios (Prov 3, 12): «Yahvé reprende al que ama, como un padre al hijo que quiere». La ilustración refleja ese camino de esperanza al representar la voluntad de la comunidad de Laodicea de adecuarse a las enseñanzas que se le recuerdan. No hay escenas de orgía o idolatría bajo la vasta cúpula de la iglesia, sino dos escenas que anuncian la conversión y la recompensa que debe seguir. El espacio está dividido en dos arquerías. Bajo la de la derecha, un hombre revestido ya con la túnica y el manto blancos, símbolos de la recuperada inocencia bautismal, y llevando una palma, escucha al mercader que le tiende un pequeño bote de ungüento que sin duda contiene el colirio indispensable para recuperar la vista, símbolo de la acción del Espíritu Santo que permite posar una mirada lúcida sobre uno mismo. Durante esta conversación, el oro que el fiel debe también procurarse está siendo «purificado por el fuego», puede verse un fragmento entre las brasas del hogar. Este oro es, para el comentarista, la sabiduría o la caridad, «inflamada por el ardor de la predilección de Dios y liberada de todo imperio terrenal». Bajo la arquería de la izquierda se realiza la promesa de la intimidad con Dios: Cristo está sentado a la mesa de quienes han escuchado su llamada. Bajando del cielo, ha golpeado el batiente de la puerta con un bastón antes de participar en la cena. Según un esquema iconográfico que retoma el del encuentro con los discípulos de Emaús, dos hombres se recogen ante la mesa puesta que el Salvador bendice. Esta proximidad, expresada a través de la participación en la comida, es una de las imágenes principales empleadas en la Biblia para evocar la felicidad eterna.

Marie-Thérèse Gousset y Marianne Besseyre
Centro de Investigación de Manuscritos Iluminados, Bibliothèque nationale de France
Fragmento del libro de estudio Apocalipsis 1313


f. 11r, El mensaje a la Iglesia de Laodicea (Ap. 3, 14-22)

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f. 11r, El mensaje a la Iglesia de Laodicea (Ap. 3, 14-22)

La iglesia de Laodicea está construida del mismo modo que la de Esmirna: porche-torre y finos torreones enmarcan un amplio espacio cubierto por una cúpula en lo alto de la cual hay una punta, no adornada con un amplio florón, sino con un pájaro blanco. Ante la entrada del edificio, el ángel-obispo, con sus alas desplegadas, recibe la filacteria símbolo del mensaje divino; parece escuchar con atención las palabras transmitidas por Juan, que levanta el índice derecho. Este gesto de reconvención se adecua al tono reprobador del texto, «Conozco tu conducta: no eres ni frío ni calor», que se convierte en reprimenda paterna: «A aquéllos a los que amo, les regaño y les corrijo», escribe el apóstol tomándolo de la sabiduría del libro de los Proverbios (Prov 3, 12): «Yahvé reprende al que ama, como un padre al hijo que quiere». La ilustración refleja ese camino de esperanza al representar la voluntad de la comunidad de Laodicea de adecuarse a las enseñanzas que se le recuerdan. No hay escenas de orgía o idolatría bajo la vasta cúpula de la iglesia, sino dos escenas que anuncian la conversión y la recompensa que debe seguir. El espacio está dividido en dos arquerías. Bajo la de la derecha, un hombre revestido ya con la túnica y el manto blancos, símbolos de la recuperada inocencia bautismal, y llevando una palma, escucha al mercader que le tiende un pequeño bote de ungüento que sin duda contiene el colirio indispensable para recuperar la vista, símbolo de la acción del Espíritu Santo que permite posar una mirada lúcida sobre uno mismo. Durante esta conversación, el oro que el fiel debe también procurarse está siendo «purificado por el fuego», puede verse un fragmento entre las brasas del hogar. Este oro es, para el comentarista, la sabiduría o la caridad, «inflamada por el ardor de la predilección de Dios y liberada de todo imperio terrenal». Bajo la arquería de la izquierda se realiza la promesa de la intimidad con Dios: Cristo está sentado a la mesa de quienes han escuchado su llamada. Bajando del cielo, ha golpeado el batiente de la puerta con un bastón antes de participar en la cena. Según un esquema iconográfico que retoma el del encuentro con los discípulos de Emaús, dos hombres se recogen ante la mesa puesta que el Salvador bendice. Esta proximidad, expresada a través de la participación en la comida, es una de las imágenes principales empleadas en la Biblia para evocar la felicidad eterna.

Marie-Thérèse Gousset y Marianne Besseyre
Centro de Investigación de Manuscritos Iluminados, Bibliothèque nationale de France
Fragmento del libro de estudio Apocalipsis 1313


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