Tras su derrota definitiva, las bestias son arrojadas al Infierno, representado por tres grandes cabezas animalescas con las fauces abiertas; en la de abajo se integran dos cabezas humanas de torvo aspecto. En medio de las tres bocas del Infierno, las bestias descienden de cabeza a las llamas, donde son visibles las almas de los condenados. Un diablo parduzco empuja al Dragón bermejo con un garfio. De las nubes de color gris plata oscuro baja el fuego del cielo que aniquiló a las tres bestias. La escena tiene un fondo diapreado en tonos verdosos. Esta peculiar iconografía de las tres cabezas animalescas como marco del Infierno tuvo su origen en la Inglaterra de mediados del siglo XIII: aparece por vez primera en el Apocalipsis de Metz, hacia 1250-1255, y fue copiada unos diez años más tarde, con todos sus detalles, en el Apocalipsis de Lambeth. No obstante, nuestro artista normando ha añadido a dos de las cabezas unos enormes dientes que probablemente no estaban en su modelo.
“[...] Y el diablo, que los engañaba, fue metido en el estanque de fuego y de azufre; en donde también la bestia y los falsos profetas serán atormentados día y noche en los siglos de los siglos”. (Ap 20, 9-10)