En esta composición inolvidable, el artista despliega todo su talento. Un ángel con sus magníficas alas de plumas de pavo real extendidas sujeta, a modo de atlante clásico, la mandorla que rodea el trono donde se sitúa Cristo. Sobre el fondo de un cielo nocturno, destacan las siete lámparas y el oro de coronas, un arpa, un violín y una trompeta que pertenecen a los ancianos, sombras pálidas apenas visibles. Flechas de fuego de un rojo vivísimo y blancos granizos caen sobre un prado. Ningún artista ha ilustrado jamás esta visión con tanta fuerza.