«Es la historia: cómo Judas Iscariote traiciona a Nuestro Señor besándolo de acuerdo con la señal que había dado a los judíos. Y cómo Nuestro Señor fue apresado entonces por esos judíos. Y cómo san Pedro cortó la oreja al sirviente del príncipe de los sacerdotes de los judíos. Así como san Mateo lo dice en su evangelio en el vigesimosexto capítulo».
La ilustración de los últimos días de Cristo prosigue apoyándose en el relato de su arresto según Mateo. Jesús y sus apóstoles se ven de pronto rodeados por una tropa armada –el texto habla de espadas y garrotes, pero el pintor A prefirió representar las largas picas con aceradas puntas o las hachas que utilizaba habitualmente la infantería medieval–. Dibuja en segundo plano una prieta hilera que cierra el horizonte con ranuras verticales, a través de las que se perfilan las curvas de una montaña. Antorchas y teas encendidas completan el decorado para recordar que el acontecimiento ocurre al amanecer. Los cascos, de tipos variados, son fieles al equipamiento militar del siglo xiv italiano: los judíos (sumos sacerdotes, escribas y ancianos del pueblo) han enviado al lugar una escuadra especial de guardias del templo, que el miniaturista representa como soldados de c. 1350.
Una larga espada blandida por un guantelete de hierro traza una agresiva diagonal por encima de la multitud, mientras un hombre vestido con armadura amenaza con el puño cerrado la cabeza de Jesús, sobre la que ha posado ya la mano. El Señor comparte el centro de la composición con Judas, que se mantiene a su espalda y lo toma con el brazo derecho, dispuesto a besarlo. El modo en que el Iscariote aborda a Cristo por detrás hace suponer su engaño, pero la pose no iguala en intensidad el cara a cara giottesco de la capilla de la Arena, pues Jesús está ocupado al mismo tiempo reprendiendo a Pedro, que acaba de cortar la oreja de Malco: «Devuelve la espada a la vaina, pues los que toman la espada perecerán por la espada» (Mateo 26, 52). Sólo el evangelista Juan hizo al primero de los apóstoles responsable de ese gesto belicoso contra el sirviente del sumo sacerdote, los Evangelios sinópticos no lo mencionan pero la tradición iconográfica cristiana recordó la lección. Sin embargo, Cristo no quiere ser defendido por la fuerza, pues «todo eso sucedió para que se cumplieran los escritos de los profetas» (Mateo 26, 56). Un individuo barbudo muestra con el dedo a Jesús a un joven con casco que lo agarra por el manto: el acusador se encuentra en el fresco de Padua donde el responsable de la operación resulta ser el propio sumo sacerdote. En el ángulo inferior derecho de la imagen, un soldado sentado en el borde del marco parece contemplar la escena: contemporáneo del drama, pero también del «espectador» por su atavío de infante gótico, sirve de «pasador» entre el momento de la lectura y el del arresto, reactualizado con su contemplación devota.
La pintura ha envejecido; el friso decorativo que rodea la miniatura se ha desportillado aquí y allá, y la plata de las lanzas ha manchado, al oxidarse, el pan de oro.
Yves Christe
Universidad de Ginebra
Marianne Besseyre
Centro de Investigación de Manuscritos Iluminados, Bibliothèque nationale de France
(Fragmento del libro de estudio Biblia moralizada de Nápoles)
«Es la historia: cómo Judas Iscariote traiciona a Nuestro Señor besándolo de acuerdo con la señal que había dado a los judíos. Y cómo Nuestro Señor fue apresado entonces por esos judíos. Y cómo san Pedro cortó la oreja al sirviente del príncipe de los sacerdotes de los judíos. Así como san Mateo lo dice en su evangelio en el vigesimosexto capítulo».
La ilustración de los últimos días de Cristo prosigue apoyándose en el relato de su arresto según Mateo. Jesús y sus apóstoles se ven de pronto rodeados por una tropa armada –el texto habla de espadas y garrotes, pero el pintor A prefirió representar las largas picas con aceradas puntas o las hachas que utilizaba habitualmente la infantería medieval–. Dibuja en segundo plano una prieta hilera que cierra el horizonte con ranuras verticales, a través de las que se perfilan las curvas de una montaña. Antorchas y teas encendidas completan el decorado para recordar que el acontecimiento ocurre al amanecer. Los cascos, de tipos variados, son fieles al equipamiento militar del siglo xiv italiano: los judíos (sumos sacerdotes, escribas y ancianos del pueblo) han enviado al lugar una escuadra especial de guardias del templo, que el miniaturista representa como soldados de c. 1350.
Una larga espada blandida por un guantelete de hierro traza una agresiva diagonal por encima de la multitud, mientras un hombre vestido con armadura amenaza con el puño cerrado la cabeza de Jesús, sobre la que ha posado ya la mano. El Señor comparte el centro de la composición con Judas, que se mantiene a su espalda y lo toma con el brazo derecho, dispuesto a besarlo. El modo en que el Iscariote aborda a Cristo por detrás hace suponer su engaño, pero la pose no iguala en intensidad el cara a cara giottesco de la capilla de la Arena, pues Jesús está ocupado al mismo tiempo reprendiendo a Pedro, que acaba de cortar la oreja de Malco: «Devuelve la espada a la vaina, pues los que toman la espada perecerán por la espada» (Mateo 26, 52). Sólo el evangelista Juan hizo al primero de los apóstoles responsable de ese gesto belicoso contra el sirviente del sumo sacerdote, los Evangelios sinópticos no lo mencionan pero la tradición iconográfica cristiana recordó la lección. Sin embargo, Cristo no quiere ser defendido por la fuerza, pues «todo eso sucedió para que se cumplieran los escritos de los profetas» (Mateo 26, 56). Un individuo barbudo muestra con el dedo a Jesús a un joven con casco que lo agarra por el manto: el acusador se encuentra en el fresco de Padua donde el responsable de la operación resulta ser el propio sumo sacerdote. En el ángulo inferior derecho de la imagen, un soldado sentado en el borde del marco parece contemplar la escena: contemporáneo del drama, pero también del «espectador» por su atavío de infante gótico, sirve de «pasador» entre el momento de la lectura y el del arresto, reactualizado con su contemplación devota.
La pintura ha envejecido; el friso decorativo que rodea la miniatura se ha desportillado aquí y allá, y la plata de las lanzas ha manchado, al oxidarse, el pan de oro.
Yves Christe
Universidad de Ginebra
Marianne Besseyre
Centro de Investigación de Manuscritos Iluminados, Bibliothèque nationale de France
(Fragmento del libro de estudio Biblia moralizada de Nápoles)