La imagen del folio 141 refrenda la lectura del salmo de modo bastante claro y directo. El primer registro describe sobre un muro de fondo liláceo, decorado con los habituales motivos vegetales y arcuaciones ciegas, las consecuencias de las órdenes de un rey entronizado que, acompañado de un par de hebreos con la cabeza cubierta y largas barbas, se sitúa sobre un asiento decorado por una tela de rojo muy intenso, que recuerda el color de la sangre que él mismo hará derramar. Su brazo tendido relaciona el poder que ejerce con la muerte de siete personajes arrodillados y orantes, en los que hay que reconocer a los inocentes o fieles aludidos por el salmo, y para los que se reclama justicia divina (v. 11-12,...posside filios mortificatorum. Et redde vicinis nostris septuplum in sinu eorum: improperium ipsorum, quod exprobraverunt tibi Domine...// ...conserva los hijos de los que han sido muertos. Y retorna a nuestros vecinos siete tantos en el seno de ellos: el improperio de ellos mismos, con que te zahirieron, Señor...). Un verdugo procede a cortar la cabeza del primer fiel, que sostiene por los cabellos, con un golpe de espada que sugiere un gesto de derecha a izquierda y no de arriba a bajo. La sangre mana abundante del cuello del hombre sacrificado, del mismo modo que lo hace del cuello de la mujer que, situada algo más a la derecha, sufre idéntico destino a manos de otro verdugo, tocado con un turbante rojo. La mujer reclama la atención sobre la Hija de Sión que es la ciudad de Jerusalén (v. 1), pero también puede evocar a la mujer que triunfará sobre el pecado, comprometida con la Ciudad de Dios (la otra Jerusalén). Todavía más a la derecha vemos un grupo de al menos ocho personajes que se lamentan o entristecen ante estas ejecuciones injustas. Se trata de las muertes y sacrificio de los fieles a los que alude el Salterio (v. 2, Posuerunt morticina servorum tuorum, escas volatilibus coeli: carnes sanctorum tuorum bestiis terrae// Dieron los cadáveres de tus siervos por comida a las aves del cielo: las carnes de tus santos a las bestias de la tierra). Una referencia redundante que nos lleva también hasta Jerusalén. Después de asistir a la ejecución discriminada y detallada de los fieles en estos espacios interiores del primer registro, la miniatura se hace eco en el segundo de una matanza que se multiplica a manos del ejército que golpea y asesina a los habitantes, hombres y mujeres, de la Jerusalén terrena. Son tantas las muertes que por las puertas de sus murallas se llega a formar un verdadero río de sangre. Se trata de una notoria mancha roja, aludida en el salmo, (v 3, Effunderunt sanguinem eorum tanquam aquam in circuitu Jerusalén: et non erat qui sepeliret// Derramaron la sangre de ellos como agua alrededor de Jerusalén: y no había quien sepultase), de un líquido que se desparrama, como agua, en torno a Jerusalén, una ciudad compleja con sus tejados a la manera italiana y sus torrecillas, torres y torreones salidos de este y de otros hemisferios. Como en la matanza de los inocentes, los habitantes de la ciudad no combaten y son los soldados -con sus escudos rojos y verdes poblados de leones rampantes y sus cascos azules, redondeados o apuntados, y algunas corazas salidas directamente del mundo giottesco- los que a golpe de espada o lanza, hieren ferozmente a todos, de forma que ya no quedará nadie para enterrar a los muertos (v. 3, ...et non erat qui sepeliret// y no había quien sepultase). Un árbol aislado sobre un promontorio y algunos matojos sobre las rocas sitúan la periferia de la ciudad, violentada por un ejército implacable.