Una escena de siembra nos introduce en el salmo 66. Este alude al fruto que la tierra dio al hombre, quien deberá alabar a Dios reconociendo su equidad (v. 7, Terra dedit fructum suum // La tierra dio su fruto). Un hombre esparce la simiente caminando ante una pareja de bueyes que tiran de un arado guiado por un segundo personaje. Según san Jerónimo, el fruto de la tierra es Cristo salvador, nacido de la Virgen y de la estirpe de Adán (“Terra dedit fructum suum, Maria genuit Salvatorem”). El espacio inferior acoge la Natividad de Jesús, episodio central del ciclo de la infancia que el mundo bizantino e italiano amplió a menudo con otros episodios que se concentran en una misma imagen. Por tanto, es obvia la intención del programador que hace explícita referencia al fruto del vientre de María, nacido de la tierra a través de su representante humana.
La Virgen, como sucederá también en el Libro de Horas de María de Navarra, muestra el Niño cuidadosamente envuelto sobre la cuna-sepulcro a un san José que lo adora. Una estructura de madera con techumbre a la italiana amplía el espacio de la cueva, al fondo de la cual asoman las cabezas del buey y la mula que esconden su cuerpo detrás de la caja marmórea. Algo más a la derecha, dos jóvenes parteras preparan el baño de Jesús atentas, como en otros casos, a la temperatura del agua. El tema, muy estimado en la tradición italo-bizantina, y conocido ya por los maestros carolingios y por los ingleses del siglo XII (Sigena), se reencuentra en el oracional de la reina María conservado en Venecia (f. 61v). El fondo rocoso que sitúa ambos episodios se prolonga para dar cabida a un anuncio a los pastores que no resulta superfluo en este contexto, ya que confirma la llegada de Jesús a los hombres. No se olvide que los cánticos del salmo ensalzan al Mesías como fruto de la Tierra. De este modo, la Virgen María lo presenta a los primeros creyentes, simbolizados por el san José orante. Estos darán testimonio de la gloria del Dios de Israel y de su fortaleza (v. 8, Benedicat nos Deus: et metuant eum omnes fines terrae // Bendíganos Dios: y témanle todos los términos de la tierra).
De nuevo en el primer registro penetramos en una bella estancia donde tiene lugar la confesión. Un hombre maduro postrado alarga el cuello para exponer sus faltas a un dominico sedente, que cubre su rostro y que dictará la penitencia consiguiente, mientras dos clérigos de la misma orden azotan a un penitente semidesnudo en el rincón opuesto de la estancia. La dimensión sacerdotal y el papel de la Iglesia en este itinerario son asumidos por unas imágenes singulares que aluden al sacramento que garantiza el perdón de los pecados. No es extraño que el tema se reencuentre en el f. 102v del llamado Drecretum Gratiani de Londres (British Library, Add. ms. 15275,) texto jurídico de carácter marcadamente eclesiástico que en esta versión, magníficamente ilustrada, se relaciona con el taller de los Bassa.
Una escena de siembra nos introduce en el salmo 66. Este alude al fruto que la tierra dio al hombre, quien deberá alabar a Dios reconociendo su equidad (v. 7, Terra dedit fructum suum // La tierra dio su fruto). Un hombre esparce la simiente caminando ante una pareja de bueyes que tiran de un arado guiado por un segundo personaje. Según san Jerónimo, el fruto de la tierra es Cristo salvador, nacido de la Virgen y de la estirpe de Adán (“Terra dedit fructum suum, Maria genuit Salvatorem”). El espacio inferior acoge la Natividad de Jesús, episodio central del ciclo de la infancia que el mundo bizantino e italiano amplió a menudo con otros episodios que se concentran en una misma imagen. Por tanto, es obvia la intención del programador que hace explícita referencia al fruto del vientre de María, nacido de la tierra a través de su representante humana.
La Virgen, como sucederá también en el Libro de Horas de María de Navarra, muestra el Niño cuidadosamente envuelto sobre la cuna-sepulcro a un san José que lo adora. Una estructura de madera con techumbre a la italiana amplía el espacio de la cueva, al fondo de la cual asoman las cabezas del buey y la mula que esconden su cuerpo detrás de la caja marmórea. Algo más a la derecha, dos jóvenes parteras preparan el baño de Jesús atentas, como en otros casos, a la temperatura del agua. El tema, muy estimado en la tradición italo-bizantina, y conocido ya por los maestros carolingios y por los ingleses del siglo XII (Sigena), se reencuentra en el oracional de la reina María conservado en Venecia (f. 61v). El fondo rocoso que sitúa ambos episodios se prolonga para dar cabida a un anuncio a los pastores que no resulta superfluo en este contexto, ya que confirma la llegada de Jesús a los hombres. No se olvide que los cánticos del salmo ensalzan al Mesías como fruto de la Tierra. De este modo, la Virgen María lo presenta a los primeros creyentes, simbolizados por el san José orante. Estos darán testimonio de la gloria del Dios de Israel y de su fortaleza (v. 8, Benedicat nos Deus: et metuant eum omnes fines terrae // Bendíganos Dios: y témanle todos los términos de la tierra).
De nuevo en el primer registro penetramos en una bella estancia donde tiene lugar la confesión. Un hombre maduro postrado alarga el cuello para exponer sus faltas a un dominico sedente, que cubre su rostro y que dictará la penitencia consiguiente, mientras dos clérigos de la misma orden azotan a un penitente semidesnudo en el rincón opuesto de la estancia. La dimensión sacerdotal y el papel de la Iglesia en este itinerario son asumidos por unas imágenes singulares que aluden al sacramento que garantiza el perdón de los pecados. No es extraño que el tema se reencuentre en el f. 102v del llamado Drecretum Gratiani de Londres (British Library, Add. ms. 15275,) texto jurídico de carácter marcadamente eclesiástico que en esta versión, magníficamente ilustrada, se relaciona con el taller de los Bassa.