Es una de las más impresionantes y de mayor complejidad iconográfica de este manuscrito. La miniatura puede dividirse, en primer lugar, en el ciclo de la Mujer vestida de sol con la lucha contra el dragón y, en segundo, la derrota de éste. La Mujer aparece, como la describe la storia, de pie, de frente, con un nimbo de oro con doce estrellas dentro dispuestas radialmente. Lleva una gran corona de oro con gemas y su cabeza cubierta por manto y velos; extiende sus brazos mostrando sus palmas; sobre sus hombros, rodeándole el torso, una forma solar con rayos angulares vacía en su interior; sus pies, calzados, reposan sobre un cuarto lunar de plata con las puntas hacia arriba. Debajo, de nuevo ella, sentada sobre un trono, nimbada, mayestática, con alas extendidas en su espalda. Parece apoyar sus pies desnudos en un escabel. El sector correspondiente a la lucha contra el dragón presenta, en lo alto, a dos ángeles atacándolo con sus lanzas: uno de ellos con un escudo; el otro lo señala. El monstruo se muestra bajo el aspecto de dragón alado, con seis cabezas de animal de potentes dientes; cada una con un cuerno y una corona encima; se destaca por su tamaño una séptima cabeza con cuatro cuernos también coronados. El número de coronas de la miniatura se aparta del relato apocalíptico, ya que se dice que tenía sobre sus cabezas siete diademas, habiéndose representado diez. La gran cabeza superior vomita un chorro de agua de distintos tonos de azul con márgenes blancos que cae sobre una forma verde, acorazonada, rodeada por una cenefa ocre, como representación de la boca de la tierra que sorbe el río de agua. Su cuerpo, con cola de serpiente que muestra una doble vuelta, presenta alas extendidas y dos potentes garras. La ilustración continúa, parcialmente, en el folio siguiente con la cola sobre ocho estrellas dispuestas verticalmente, referidas a la tercera parte de las que hay en el cielo, que arrastra y precipita contra la tierra.
El folio siguiente ilustra del ciclo de la derrota del dragón. En la parte superior de la ilustración, hay un par de ángeles que precipitan a los rebeldes al infierno; su caída está concebida como una abertura del cielo de forma trapezoidal irregular de lados sinuosos, cuyo fondo es ocre con rayas rojas para figurar el fuego. Se representa a los ángeles rebeldes, según lo narrado en los versículos 8 y 9, de busto, desnudos, boca abajo, de perfil; debajo de ellos, unos diablos desnudos les esperan con unas armas indeterminadas en su mano derecha. Sus rasgos están más deformados que los de los ángeles caídos: uno de cabellos oscuros y erizados, carece de barbilla y su boca y nariz forman casi una unidad orgánica; el que está a su lado, lleva cuernos y barbilla puntiaguda; ambos enseñan los dientes. Se asiste, pues, a un proceso de demonización de la figura humana que va desde los ángeles caídos en su grado menos intenso al gran diablo apresado en su aspecto más terrorífico, pasando por uno intermedio, representado en los que esperan a los ángeles rebeldes. Al lado de los ángeles que expulsan a los rebeldes, Dios, flanqueado por dos ángeles con las palmas de las manos extendidas y uno con sus brazos abiertos en gesto de adoración
Debajo del recuadro dedicado a la caída de los ángeles rebeldes, aparece el dragón, con fauces y cuello sangrantes, al que un ángel alancea y sujeta con una cuerda para conducirlo al Abismo, donde tiene ya sus pies. Esta escena no aparece en ninguno de los beatos conservados.
Carlos Miranda
Doctor en Historia
Fragmento del libro Beato de San Andrés de Arroyo