Santa Isabel, vistiendo con la austeridad de las mujeres de edad en la época de Bourdichon, acompaña a la Virgen en medio de un paisaje montañoso. El castillo que aparece al fondo, con sus torres de tejados rojos, confiere un aire meridional al paisaje.
La extraordinaria expresividad de los dos rostros y la armonía exquisita y serena de la composición hacen de esta pintura una de las más conmovedoras de las Grandes Horas de Ana de Bretaña.
Santa Isabel, vistiendo con la austeridad de las mujeres de edad en la época de Bourdichon, acompaña a la Virgen en medio de un paisaje montañoso. El castillo que aparece al fondo, con sus torres de tejados rojos, confiere un aire meridional al paisaje.
La extraordinaria expresividad de los dos rostros y la armonía exquisita y serena de la composición hacen de esta pintura una de las más conmovedoras de las Grandes Horas de Ana de Bretaña.