Los ojos de la Virgen aparecen enrojecidos por el llanto y el dolor ante la muerte de su Hijo. Viste como es habitual a finales de la Edad Media: túnica morada y manto azul. Así la ha representado siempre el maestro Bourdichon en las Grandes Horas de Ana de Bretaña, aunque el artista tiene la sutileza de variar ligeramente la edad de María en las diferentes pinturas. En las escenas de la Anunciación y la Visitación, María aparece casi como una joven novicia, mientras que en la escena de la Natividad se puede apreciar un ligero cambio en su rostro, que se hará más evidente en la Crucifixión y en esta dramática imagen de la Lamentación sobre el cuerpo de Cristo.
San Juan, a la izquierda, intenta envolver a Cristo en el sudario, mientras que María Magdalena, a la derecha, ya ha abierto el tarro de ungüentos. Detrás los acompañan otras santas mujeres y, al fondo a la derecha, José de Arimatea sostiene el tarro donde ha recogido la sangre divina, el Santo Grial de las narraciones artúricas. En el primer plano, tres clavos y la corona de espinas; en el fondo, el tablón de la Cruz flanqueado por dos escaleras.
El conjunto de la composición tiene sus raíces en la piedad meditativa y en la liturgia.
Los ojos de la Virgen aparecen enrojecidos por el llanto y el dolor ante la muerte de su Hijo. Viste como es habitual a finales de la Edad Media: túnica morada y manto azul. Así la ha representado siempre el maestro Bourdichon en las Grandes Horas de Ana de Bretaña, aunque el artista tiene la sutileza de variar ligeramente la edad de María en las diferentes pinturas. En las escenas de la Anunciación y la Visitación, María aparece casi como una joven novicia, mientras que en la escena de la Natividad se puede apreciar un ligero cambio en su rostro, que se hará más evidente en la Crucifixión y en esta dramática imagen de la Lamentación sobre el cuerpo de Cristo.
San Juan, a la izquierda, intenta envolver a Cristo en el sudario, mientras que María Magdalena, a la derecha, ya ha abierto el tarro de ungüentos. Detrás los acompañan otras santas mujeres y, al fondo a la derecha, José de Arimatea sostiene el tarro donde ha recogido la sangre divina, el Santo Grial de las narraciones artúricas. En el primer plano, tres clavos y la corona de espinas; en el fondo, el tablón de la Cruz flanqueado por dos escaleras.
El conjunto de la composición tiene sus raíces en la piedad meditativa y en la liturgia.