Libro de Horas de Jean de Montauban

Libro de Horas de Jean de Montauban Salmos penitenciales. Resurrección de los muertos y Juicio Final, f.76v-77r
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Salmos penitenciales. Resurrección de los muertos y Juicio Final, f.76v-77r

Estamos ante una página excepcional: f. 77r se trata de una de las tres en todo el manuscrito, junto con los folios 127r y 128r, que está desprovista de flores y rebosa imágenes. Su composición es al mismo tiempo compleja y erudita, si bien parece acertado considerar que está enteramente consagrada a la representación del fin del mundo, de la resurrección de los muertos, del juicio particular del alma tras la muerte y del juicio universal de los vivos y los muertos.

Preside todos estos aspectos del juicio un Cristo juez nimbado y sentado sobre un arcoíris, rodeado de una suntuosa mandorla de la que emanan rayos en todas direcciones y adorado por ocho serafines. Porta la corona de espinas y va vestido con un gran manto rosa que deja al descubierto las cinco llagas sangrantes del torso, las manos y los pies, apoyados estos sobre la bola del mundo. De su boca surgen dos gladios hacia las alturas y hace una señal de bendición con la mano derecha. De ambos lados emanan filacterias con las palabras que, según san Mateo, pronunciará el Hijo del Hombre cuando venga en su gloria. La de la izquierda invita al cielo, en la dirección del brazo levantado, a los «benditos» del padre (Mt 25, 34), mientras que la de la derecha condena a los réprobos al infierno (Mt 25, 41), en la dirección sugerida por la mano. Arrodillados junto a él, en calidad de intercesores, se encuentran la Virgen y Juan el Bautista, envueltos también en una mandorla luminosa y radiante. Más abajo tiene lugar la resurrección de los muertos el último día: a un lado se sitúan los elegidos, arrodillados con las manos juntas en señal de adoración, y al otro, los réprobos ensangrentados que caen de inmediato en sus respectivas tumbas, quedando así excluidos de la vida eterna. 

Asisten a este fin del mundo, arriba del todo, cargos de la jerarquía angelical: a la izquierda, un arcángel rojo rodeado de una mandorla, y a la derecha, tres arcángeles más de color azul, el primero de ellos también rodeado de gloria. Los elegidos se reparten a continuación en tres grupos compactos donde todos los personajes están arrodillados. A la izquierda tenemos una primera congregación formada en su mayoría por mujeres, todas ellas desnudas y algunas con corona real, acompañadas de un ángel de alas azules que porta una cruz roja. En el siguiente nivel vemos otro grupo de mujeres también arrodilladas, aunque en este caso vestidas, encabezadas por tres que están coronadas y por dos santos nimbados. Al otro lado, por debajo de los arcángeles de color azul, aparece otro grupo compacto con personajes masculinos nimbados: se trata, por lo tanto, de santos que asisten a la participación de María y de Juan el Bautista en el Juicio Final y respaldan su intercesión. 

En el centro de la página, la paloma del Espíritu Santo en gloria, de nuevo en posición frontal y en vuelo, habita la D capitular de la oración Domine ne in furore tuo arguas me neque in ira tua corripias me («Señor, no me reprendas en tu enojo ni me castigues con tu ira», tomada del salmo 6, 2, uno de los salmos penitenciales).

En la parte inferior, a la derecha, vemos lo que les espera a los réprobos, es decir, acabar arrojados por el ejército demoníaco a las fauces abiertas y en llamas del infierno, que los engullirán para toda la eternidad. Asistimos también a la representación de algunos suplicios concretos, como ser ahorcado sobre las llamas o lanzado y amontonado en un caldero abrasador, sin la menor esperanza de conocer el final del martirio, salvo que la intercesión activa de los santos, representados más arriba, permita a algunos pecadores escapar in extremis. Este parece ser el caso de las figuras blancas de la izquierda que, salvadas en el último momento, son recibidas por cuatro ángeles al pie de los peldaños que conducen ante san Pedro con su monumental llave; un pecador rezagado, perseguido por un demonio, parece zafarse por los pelos 


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