Judas, a la vez que sostiene un saco de monedas, besa a Cristo mientras los soldados lo están prendiendo. Cristo aparece con aspecto sereno y resignado, con las manos cruzadas sobre el abdomen; lleva una túnica morada y los pies descalzos. Judas está representado con nariz prominente, pelo rojo y vestido de amarillo, color simbólico de la envidia, empleado para el judío y el traidor. El artista lo ha pintado con el aspecto físico que el antisemitismo eclesiástico aplicó a los judíos.
La escena tiene lugar en el Huerto de los Olivos, donde se ve a dos discípulos huyendo. A la derecha, Pedro levanta una espada, en la que se refleja el brillo de la antorcha, para cortar la cabeza a Malco, que, de rodillas y sosteniendo una gran lámpara, grita. Jerusalén se divisa al fondo a la izquierda, bajo el aspecto de una ciudad flamenca contemporánea al artista.
La traición fue una de las primeras escenas de la Pasión en ser representadas. Su origen se ha datado en el siglo IV y desde entonces no ha dejado de aparecer en los ciclos medievales. Está presente incluso en el arte bizantino, que utilizaba pocas escenas de la Pasión. Hacia el año 800 ya se han encontrado imágenes en las que Cristo, mientras es besado por Judas, extiende su mano para detener el ataque de Pedro a Malco. Esta imagen irá evolucionando y se representará a Cristo incluso curando a Malco, escena muy habitual en el arte del período gótico.