Esta miniatura sirve de frontispicio que indica el comienzo del nuevo oficio. Se sitúa sobre el invitatorio, donde se lee «Domine Labia mea aperies. Et os meum anuntiabit Lau[dem]». Cristo, crucificado, aparece muerto; su cabeza está ligeramente inclinada y de su costado brota sangre, por lo que esta imagen se ciñe al himno de nona, donde se lee, en el folio 85v: «Hora nona dominus Ihesus expirauit». Su cabeza presenta el preceptivo nimbo crucífero, su cuerpo, lacerado con múltiples heridas, y el abundante reguero de sangre que corre por la cruz hasta el suelo, lo sitúan dentro de las imágenes del momento. Sin embargo, no existe el fuerte patetismo que caracteriza a algunos crucificados, sino que, más bien, presenta un cierto clasicismo en su cuerpo robusto. A su derecha, se encuentran las santas mujeres y, detrás de ellas, otras cabezas femeninas veladas y con nimbos, la Virgen, de perfil y con las manos juntas, mira hacia el Señor. Aunque no es necesario, san Juan Evangelista la sujeta; ambas figuras son idénticos al grupo que aparece en la escena de la crucifixión de un misal franciscano (Lyon, Bibliothèque municipale, ms. 514, f. 180v.).
A partir de esta ilustración, el aspecto de la Virgen vuelve a cambiar: ya no es la doncella de facciones finas y cabeza ligeramente grande, siempre desvelada ni la mujer que aparece con rasgos aniñados a partir de la Presentación en el Templo; ahora aparece siempre con tocas y cubierta con manto azul: sus facciones pierden el refinamiento de las representaciones anteriores, y muestra la frente corta, los párpados pesados y la nariz algo ancha.
A los pies de la cruz, en una actitud muy dramática, casi prosternada y abrazada al madero, María Magdalena. Detrás, a la izquierda de Cristo, tres hombres con vestiduras del siglo xv sayos largos y gorras, hacen gestos de sorpresa o juntan sus manos mientras miran a Cristo reconociendo en Él su divinidad. Por último, un grupo de hombres, uno de ellos a caballo, se marcha por un camino hacia el fondo, donde se ve un lago posiblemente, como ya se ha señalado, por influencia de los que Jean Colombe pintó en Las muy ricas horas del duque de Berry, una ciudad a la derecha y un alto promontorio con una fortificación encima a la izquierda de la composición. El recuerdo de Jean Fouquet se advierte en el sendero arqueado del fondo, innovación del maestro de Tours empleada en la miniatura que muestra a Job en las Horas de Étienne Chevalier (Chantilly, Musée Condé) o en la muerte del rey Luis VIII de Les Grandes Chroniques de France (París, Bibliothèque nationale de France, ms. fr. 6465, f. 251v.). Asimismo, la composición es parecida a la ya empleada en las Horas de Luis de Laval (París, Bibliothèque nationale de France, ms. lat. 920, f. 197v.). En el margen inferior de la cenefa, hay un pavo real con la cola desplegada flanqueado por dos animales monstruosos dorados que llevan filacterias en sus bocas: en el de la izquierda, se lee «tut se cha[n]ge»; en la de la derecha, «laudet deu[m]», que A. Stérligov interpreta como una abreviatura de la divisa del taller de Jean Colombe «Omnis spiritus laudet Deum».
Como puede verse, esta crucifixión parece obedecer más a un modelo abreviado que al habitual de la época, con multitud de personajes. Así, la crucifixión del Libro de horas de Luis de Orleans se sitúa entre las grandes representaciones narrativas y aquellas que tendrán lugar, sobre todo, a partir de principios del siglo xvi, donde, sin llegar a los modelos altomedievales, se reduce el número de personajes. Un antecedente de todo ello puede encontrarse en una pequeña tabla repintada de Robert Campin de hacia 1440 (Berlín, Stiftung Preussischer Kulturbesitz, Staaliche Museen). Al igual que en el Libro de horas de Luis de Orleans, con mayor o menor dramatismo, la acción se concentra en sus personajes principales como si fuera una imagen devocional. En el manuscrito petersburgués aparecen Cristo, la Virgen, san Juan que, como en el siglo xiv, sostiene a María, aunque esta se mantenga erguida y mire a Cristo como en el texto del Stabat mater atribuido a Jacopone da Todi; y la Magdalena, que, como es habitual a fines de la Edad Media, se sitúa al pie de la cruz. Los otros personajes –las santas mujeres, hombres del fondo– no son más que comparsas que con sus gestos o miradas contribuyen a concentrar la atención en la imagen de Cristo crucificado.
Hay dos elementos simbólicos de los que conviene hablar: uno dentro de la ilustración y otro en la cenefa. Por lo que se refiere al primero, se trata de la calavera y de los huesos de Adán al pie de la cruz y casi regados con la sangre del Salvador. Los evangelistas señalan que la colina donde fue crucificado Cristo se llamaba Gólgota, que quiere decir calavera. Por eso, durante la Edad Media se incluyó la representación de la cabeza de un esqueleto al pie de la cruz que, en principio, debió de ser un signo toponímico; posteriormente, se vio en ella un símbolo de la muerte sobre la que se yergue la cruz, símbolo de vida. No obstante, la leyenda la identifica con la de Adán, que habría sido enterrado en el Gólgota, en el mismo lugar donde se elevó la cruz. En ocasiones, a la calavera de Adán se le agrega la costilla de la que saliera Eva.
El segundo elemento, situado en la cenefa del folio, es el gran pavo real que extiende su cola justo en el centro del margen inferior. Esta misma ave aparece en el lateral izquierdo pero con la cola cerrada. A su vez, ya se había encontrado en otras dos ilustraciones: en el centro, también, del margen inferior de los folios 71r, que muestra el banquete de Epulón, y 77v, que representa la misa de difuntos; es decir, en estos dos casos, aparece dentro del Officium defunctorum. Como es sabido, el pavo real es un animal de significado ambiguo, ya que puede expresar la vanidad, como propone san Isidoro de Sevilla en el Aviarium, o, dado el contexto en que aparecen estas aves en el Libro de horas de Luis de Orleans, la beatitud de los elegidos y la inmortalidad que se les ha prometido. San Agustín, en la Ciudad de Dios, cita el pretendido carácter imputrescible de la carne de esta ave como una alegoría de la inmortalidad del alma. En las catacumbas, el pavo se representa en un marco de vegetación con connotaciones paradisíacas; se encuentra en sarcófagos, donde su significado escatológico es evidente. Ahora bien, téngase en cuenta que ha de procederse con sumo cuidado a la hora de ver si la imagen de una cenefa se corresponde con la ilustración o, por el contrario, su sentido es totalmente independiente; es más, se ha llegado incluso a discutir si estas imágenes tienen un significado fuera del meramente ornamental. En el caso del Libro de horas de Luis de Orleans debe tenerse en cuenta, en primer lugar, que el pavo es el único animal, más o menos naturalista, que aparece en las cenefas de las tres ilustraciones y, sobre todo, su contexto. En el versículo de la primera lección, donde se sitúa la historia de Lázaro y del malvado rico, además de mencionar el juicio por fuego, se pide para los muertos, concretamente, el descanso y la indulgencia del Señor; asimismo, en un pasaje de la sexta lección, donde se incluye la misa de difuntos, se lee: «¿Piensas que no ha de vivir de nuevo el hombre que ha muerto?»; además, se demanda a Dios piedad de los pecados para acceder a la salvación. Por último, se sabe que Cristo resucitó al tercer día. Por todo ello, y en estos tres casos, un elemento ornamental de la cenefa enriquece el significado de la ilustración.