Libro de Horas de Luis de Orleans

f. 58r, El baño de Betsabé


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La ilustración presenta un jardín con una fuente en medio de un estanque o de un lago donde se encuentra Betsabé, de piel muy blanca, cabeza grande y cabellos larguísimos, de pie y desnuda. Detrás, la flanquean dos árboles de un jardín, dividido en numerosas parcelas cuadradas, frente a la fachada de un palacio con algunos elementos clasicistas, como las cajas que imitan mármoles de colores. David, con corona y vestiduras regias, apoya su brazo en el alféizar de la ventana, cuyo muro está decorado con una tela roja bordada de oro, y observa a Betsabé. En el fondo, en una especie de galería porticada, como un claustro, se ve la silueta de un monje, utilizada casi como fórmula de taller en este tipo de construcciones, como puede verse en el folio 80v. Destaca el naturalismo de las flores que ornan la cenefa, en especial, las rosas y los claveles, a los que se les ha dotado de un volumen conveniente.
Ya desde los inicios de su carrera, Jean Colombe había utilizado una composición similar para representar el Baño de Betsabé, como puede verse en un libro de horas conservado en Florencia (Biblioteca Laurenziana, Pal. Med. 241, f. 105r.), donde la esposa de Urías muestra la misma actitud amanerada, arqueada y tensa; asimismo, esta representación es muy parecida a la del baño de Susana –solo que, ahí, la protagonista peinaba sus cabellos– y al igual que ésta es muy semejante a Eva: las tres mujeres desnudas compendian un topos que asigna al cuerpo femenino los componentes de una belleza canónica: blancura de tez, realzada por un toque rosado, cabellera rubia, disposición armoniosa de los rasgos, rostro delgado, nariz aguda y regular, boca pequeña, labios finos y bermejos; aspectos que muestran, por lo que se refiere al tinte de la piel, una complexión sanguínea. Debe notarse el cabello larguísimo, que, en esta ilustración y en la de Susana, adquiere un valor erótico; así, es posible relacionar este aspecto con el jardín –poseedor de todos los tópicos del locus amoenus– como lugar de seducción, donde se exponen los encantos femeninos, convirtiéndolo en el punto focal de la mirada indiscreta. Con independencia de su función simbólica como lugar secreto, el jardín presenta una combinación de elementos capaces de solicitar las virtualidades perceptivas del hombre: disposición del jardín, flores, emanación de aromas y de sonidos.
El tema del baño de Betsabé cuenta con una tradición que arranca, por lo menos, del siglo vi, como puede verse en el tesoro de plata de Chipre conservado en el Museo Metropolitano de Nueva York. En el siglo xiii, se muestra en los bajorrelieves del zócalo de la portada derecha, de la catedral de Auxerre y, en el xiv, en el conocido como Salterio de Juan de Gante.
Para los comentaristas, David simboliza a Cristo y Betsabé el baño de la Iglesia que se lava de la suciedad mundana para hacerse digna del Esposo; así, la fuente es una alusión a las bautismales. En ocasiones, Betsabé puede simbolizar a la Virgen.

f. 58r, El baño de Betsabé

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f. 58r, El baño de Betsabé

La ilustración presenta un jardín con una fuente en medio de un estanque o de un lago donde se encuentra Betsabé, de piel muy blanca, cabeza grande y cabellos larguísimos, de pie y desnuda. Detrás, la flanquean dos árboles de un jardín, dividido en numerosas parcelas cuadradas, frente a la fachada de un palacio con algunos elementos clasicistas, como las cajas que imitan mármoles de colores. David, con corona y vestiduras regias, apoya su brazo en el alféizar de la ventana, cuyo muro está decorado con una tela roja bordada de oro, y observa a Betsabé. En el fondo, en una especie de galería porticada, como un claustro, se ve la silueta de un monje, utilizada casi como fórmula de taller en este tipo de construcciones, como puede verse en el folio 80v. Destaca el naturalismo de las flores que ornan la cenefa, en especial, las rosas y los claveles, a los que se les ha dotado de un volumen conveniente.
Ya desde los inicios de su carrera, Jean Colombe había utilizado una composición similar para representar el Baño de Betsabé, como puede verse en un libro de horas conservado en Florencia (Biblioteca Laurenziana, Pal. Med. 241, f. 105r.), donde la esposa de Urías muestra la misma actitud amanerada, arqueada y tensa; asimismo, esta representación es muy parecida a la del baño de Susana –solo que, ahí, la protagonista peinaba sus cabellos– y al igual que ésta es muy semejante a Eva: las tres mujeres desnudas compendian un topos que asigna al cuerpo femenino los componentes de una belleza canónica: blancura de tez, realzada por un toque rosado, cabellera rubia, disposición armoniosa de los rasgos, rostro delgado, nariz aguda y regular, boca pequeña, labios finos y bermejos; aspectos que muestran, por lo que se refiere al tinte de la piel, una complexión sanguínea. Debe notarse el cabello larguísimo, que, en esta ilustración y en la de Susana, adquiere un valor erótico; así, es posible relacionar este aspecto con el jardín –poseedor de todos los tópicos del locus amoenus– como lugar de seducción, donde se exponen los encantos femeninos, convirtiéndolo en el punto focal de la mirada indiscreta. Con independencia de su función simbólica como lugar secreto, el jardín presenta una combinación de elementos capaces de solicitar las virtualidades perceptivas del hombre: disposición del jardín, flores, emanación de aromas y de sonidos.
El tema del baño de Betsabé cuenta con una tradición que arranca, por lo menos, del siglo vi, como puede verse en el tesoro de plata de Chipre conservado en el Museo Metropolitano de Nueva York. En el siglo xiii, se muestra en los bajorrelieves del zócalo de la portada derecha, de la catedral de Auxerre y, en el xiv, en el conocido como Salterio de Juan de Gante.
Para los comentaristas, David simboliza a Cristo y Betsabé el baño de la Iglesia que se lava de la suciedad mundana para hacerse digna del Esposo; así, la fuente es una alusión a las bautismales. En ocasiones, Betsabé puede simbolizar a la Virgen.

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