La ilustración representa a Micol, con los cabellos sueltos de las muchachas solteras, junto con un grupo de doncellas, una de las cuales sujeta la capa dorada de la hija de Saúl; a la derecha, a David, con vestiduras regias, pero sin corona, consistentes en una loba con alas o mangas colgantes y maneras, forrada de armiño, lo que se nota, asimismo, en el cuello, sobre una ropa y un jubón púrpura de mangas estrechas y ajustadas; detrás de él, dos hombres. En el centro, un oficiante, con vestiduras episcopales, une las manos de los cónyuges. La escena tiene lugar frente a la entrada de un templo con vano formado por arco carpanel con arquivoltas con motivos de sogueado y dos puertas, en medio de las cuales hay un parteluz con una columna de fuste torso y capitel corintio sobre el que se encuentra la estatua de un hombre con un cirio en su mano derecha. Este tema, sin embargo, no ha gozado de numerosas representaciones; sin embargo, y aunque pertenece a otro contexto totalmente distinto, es muy similar a la escena matrimonial que aparece en el Romuléon (París, Bibliothèque nationale de France, ms. fr. 364, f. 229r.).
La representación de la ceremonia matrimonial corresponde a la que, en aquella época, era habitual en Francia: los contrayentes, de pie o de rodillas, juntaban sus manos frente al sacerdote que los bendice. En derecho romano, este gesto simbólico de unión conyugal, recibía el nombre de Dextrarum junctio o Conjunctio manuum. Hacia el año 1100 hicieron su aparición los primeros rituales litúrgicos del matrimonio en la Francia del norte; en concreto, los del tipo anglonormando. Es el indicio de una penetración creciente del poder de los clérigos en la vida de las familias: verifican los consentimientos de ambos esposos e inquieren sobre las relaciones de consanguinidad en grado prohibido que pudieran impedir la unión legítima. Los canonistas y los teólogos del siglo xii, particularmente en París, precisaron el pensamiento de la Iglesia sobre el matrimonio, añadiendo una dimensión consensual y sacramental a la moral más realista y más propiamente terrena de sus predecesores de tiempos carolingios: éstos se mostraban atentos sobre todo a la fidelidad (fides) mutua de los esposos como valor social y al decisivo papel de la consumación en la formación del vínculo. La primacía otorgada a los elementos más espirituales a partir del siglo xii representa una avanzada de la alta cultura clerical. En los nuevos rituales cabe distinguir los rasgos heredados del contexto civil y de las innovaciones debidas a los propósitos espirituales. Después de verificar los consentimientos y la ausencia de consanguinidad, el sacerdote hace que se proceda a una ceremonia en que él es el testigo fundamental y a la que pone término con una oración. Son el padre o el pariente más próximo encargados de su custodia quienes ponen a la esposa (sponsa) en manos del marido: la unión de las manos derechas lleva a cabo una donación; algo más tarde la Iglesia lo interpretará como un compromiso de mutua fidelidad de los esposos, y el sacerdote ejercerá, en el siglo xiii, el papel de unidor, mostrando así su nuevo poder.