Se puede decir que el olivo, con la vid (Vitis vinifera) y el trigo (Triticum aestivum), es una de las especies más importantes de nuestra cultura mediterránea. Su cultivo está extendido por todos los países ribereños del mar Mediterráneo. El acebuche es su antecesor silvestre y vive en España, Italia y toda la región mediterránea. Su frutito es mucho más pequeño que la aceituna del olivo cultivado y poco aprovechable. Existen muchas variedades de olivo cultivado. Andalucía es el lugar del mundo con mayor densidad de olivares. Sus hojas en cocimiento, debido a su contenido en oleuropeósido, rebajan la tensión. El aceite de oliva es uno de los productos que más se han utilizado en fitoterapia, como base para ungüentos y preparados farmacéuticos. Dioscórides trata del olivo en el capítulo que lleva por título «Del olivo silvestre y doméstico». Indica que sus hojas majadas y aplicadas en emplasto sanan las llagas y el fuego de san Antón, enfermedad frecuente en épocas pasadas producida por intoxicación, cuando, en años húmedos, los cereales eran infestados por el cornezuelo del centeno (Claviceps purpurea). Es curioso que en el capítulo siguiente indique Dioscórides que las aceitunas negras y bien maduras son ingratas al estómago. También da un remedio para las encías enfermas y los dientes flojos, que se deben untar con aceite de acebuche hasta que se vean blancas. Árbol sagrado de la diosa Atenea, patrona de Atenas, que lo regaló a la ciudad, el olivo se usaba para coronar los campeones de los juegos olímpicos en la antigua Grecia, y los reyes y caudillos eran ungidos con su aceite.
Ramón Morales
Real Jardín Botánico de Madrid
(Fragmento del libro de estudio del Dioscórides de Cibo y Mattioli)