El elefante es la bestia de mayores proporciones que se conoce. Sus colmillos son de marfil. Su hocico recibe el nombre de trompa probóscide, y es semejante a una serpiente. Con ella se lleva el forraje a la boca y por eso está armada con los colmillos; con ella tiene tanta fuerza que rompe cuanto golpea.
Dicen los habitantes de Cremona que el emperador Federico II llevó a Cremona un elefante que le había enviado el Preste Juan de la India, y que lo vieron golpear con la trompa un asno cargado con tanta fuerza que lo arrojó contra una casa. Y a pesar de tratarse de animales muy fieros, se amansan en cuanto son capturados. Pero jamás montará en una nave para cruzar el mar si su dueño no le promete que lo traerá de regreso.
Y se le puede montar, y llevarlo aquí y allá, no con un freno sino con un garfio de hierro. Y es tan fuerte que se colocan sobre él torretas de madera y máquinas de guerra para combatir. Pero Alejandro Magno hizo construir contra ellos unas figuras humanas de cobre, llenas de carbones ardientes, de tal forma que, cuando los elefantes lo golpeaban, quemaban y destrozaban sus trompas, no volvían a acercarse por miedo al fuego.
Y sabed que están dotados de una gran inteligencia y memoria, pues observan la disciplina del sol y de la luna igual que los hombres. Y van juntos en gran multitud, por escuadrones, y el de más edad es el capitán de todos ellos; y el que le sigue en edad los guía y los azuza por detrás. Y cuando están en combate solo utilizan uno de sus colmillos, y guardan el otro por si lo necesitan; sin embargo, cuando van a ser vencidos, se esfuerzan en utilizar los dos.
La naturaleza de los elefantes es tal que la hembra antes de los trece años y el macho antes de los quince ignoran lo que es la lujuria; e incluso entonces, son tan castos, que no hay entre ellos pelea alguna por las hembras: cada uno tiene la suya, a la que permanece unido durante todos los días de su vida, de tal modo que si uno pierde a su hembra o ella al macho, jamás vuelven a tener pareja, sino que van siempre solos por los desiertos.
Y porque la lujuria en ellos no es tan caliente, que se unan como los demás animales, sucede, por aviso de la naturaleza, que ambos viajan hacia oriente cerca del Paraíso Terrenal, hasta que la hembra encuentra una hierba llamada mandrágora, de la que come; y a continuación se la da a comer al macho. Al punto, se calienta la voluntad de cada uno y se unen para engendrar. Paren solamente una cría, y no más que una vez en la vida. En cambio, llegan a vivir hasta trescientos años.
Cuando llega el momento del parto, la hembra se introduce en un lago, y el macho la vigila mientras está dando a luz, por miedo del dragón, que es enemigo de los elefantes y vive deseoso de su sangre, pues los elefantes la tienen más fría y en mayor cantidad que otra bestia del mundo.
Y dicen los que lo han visto que la naturaleza del elefante es tal que si cae al suelo no es capaz de incorporarse, pues carece de articulaciones en las rodillas. Pero la naturaleza, que es sabia maestra de todos los animales, le enseña a pedir auxilio a gritos, y empieza a dar tantas voces que acuden todos los elefantes de la tierra, o al menos doce, y todos ellos gritan a la vez hasta que viene un elefante muy pequeño, que coloca su boca bajo el caído y lo levanta.
Traducción del texto original de Brunetto Lattini en el Bestiario del Libro del Tesoro (ca. 1230-1294)
Conservado en la Biblioteca Nacional de Rusia, San Petersburgo