La escena cierra la serie casi ininterrumpida de las ocho miniaturas consagradas a la representación de la Gran Ciudad durante su caída, desde su escisión en tres partes (f. 53) hasta su condenación eterna (f. 65). El artista, a veces con un leve desfase en relación con el texto, para asegurar visualmente la continuidad de la narración y la simultaneidad de los acontecimientos, repite la imagen alternando las formas de la ciudad o de la mujer. Así, el fin de las lamentaciones de los mercaderes por la aniquilación de la ciudad proveedora de riquezas se inscribe frente a su entrada en el Infierno, evocada ya en el registro inferior del f. 62.
Por orden de Cristo que sale de la nube, los diablos que se han apoderado de la reina destronada la lanzan a las fauces de Leviatán. La cabeza del monstruo navega, como una nave infernal, por las aguas de iniquidad, de un verde obscuro; sus abiertas fauces, provistas de temibles dientes, escupe las llamas del horno cuya incandescencia tiñe de rojo su ojo y su oreja. Encaramado en la punta del maxilar inferior, un demonio con alas de murciélago toca el tambor acompañándose con un silbato mientras un comparsa arranca la corona de Babilonia, medio enterrada, y otro, encaramado en su hombro, la obliga a doblar el cuello por medio de una horca para hundirla irremediablemente en la garganta de Satán.
Marie-Thérèse Gousset y Marianne Besseyre
Centro de Investigación de Manuscritos Iluminados, Bibliothèque nationale de France
Fragmento del libro de estudio Apocalipsis 1313
La escena cierra la serie casi ininterrumpida de las ocho miniaturas consagradas a la representación de la Gran Ciudad durante su caída, desde su escisión en tres partes (f. 53) hasta su condenación eterna (f. 65). El artista, a veces con un leve desfase en relación con el texto, para asegurar visualmente la continuidad de la narración y la simultaneidad de los acontecimientos, repite la imagen alternando las formas de la ciudad o de la mujer. Así, el fin de las lamentaciones de los mercaderes por la aniquilación de la ciudad proveedora de riquezas se inscribe frente a su entrada en el Infierno, evocada ya en el registro inferior del f. 62.
Por orden de Cristo que sale de la nube, los diablos que se han apoderado de la reina destronada la lanzan a las fauces de Leviatán. La cabeza del monstruo navega, como una nave infernal, por las aguas de iniquidad, de un verde obscuro; sus abiertas fauces, provistas de temibles dientes, escupe las llamas del horno cuya incandescencia tiñe de rojo su ojo y su oreja. Encaramado en la punta del maxilar inferior, un demonio con alas de murciélago toca el tambor acompañándose con un silbato mientras un comparsa arranca la corona de Babilonia, medio enterrada, y otro, encaramado en su hombro, la obliga a doblar el cuello por medio de una horca para hundirla irremediablemente en la garganta de Satán.
Marie-Thérèse Gousset y Marianne Besseyre
Centro de Investigación de Manuscritos Iluminados, Bibliothèque nationale de France
Fragmento del libro de estudio Apocalipsis 1313