«Es la historia: cómo Nuestro Señor Jesucristo tras su Resurrección se apareció a sus discípulos y a santo Tomás, y le dijo: Tomás mira mis manos, y pon tu mano en mi costado y no quieras ser descreído, pero sé fiel, así como san Juan lo dice en su evangelio, en el vigésimo capítulo».
Tras haberse manifestado a María Magdalena, el Señor visita a sus discípulos en la casa donde solían reunirse. El pintor B retoma el principio de la caja arquitectónica abierta por delante para poner en escena el episodio de la incredulidad de santo Tomás, pero a diferencia del miniaturista A, no fuerza lo oblicuo de las líneas de fuga; la perspectiva, unificada, ofrece una visión ilusionista y «moderna» del espacio representado.
El interior está pintado como una rica capilla gótica decorada con acanto de inspiración giottesca (cfr. la capilla Peruzzi de la iglesia Santa Croce de Florencia, hacia 1310-1315). El techo está simplemente salpicado de astros dorados pero las imitaciones de los mármoles de color, especialmente en el suelo, atestiguan una habilidad pictórica real. Los Once (Judas no ha sido sustituido aún) rodean al resucitado que ha aparecido de pronto entre ellos, «con todas las puertas cerradas» (Juan 20, 26). Le dice a Tomás: «Alarga tu mano y húndela en mi costado, deja de ser incrédulo y conviértete en un hombre de fe» (Juan 20, 27). Una gran efervescencia reina entre los discípulos que se inclinan hacia Jesús o intercambian atónitas miradas. El Mesías está desnudo hasta la cintura para descubrir su costado diestro y mantiene su brazo en el aire mientras Tomás, arrodillado a sus pies, pone sus dos dedos en la herida abierta causada por la lanza del centurión, durante la Crucifixión. El manto de Cristo está sombreado de reflejos azulosos y, a su alrededor, las vestiduras de los apóstoles dibujan una ronda de colores complementarios, vivos y acidulados. Los rostros, todos distintos, constituyen una galería de retratos sensibles y la mano del maestro se reconoce en el tratamiento muy gráfico de las cabelleras, en los volúmenes de los cuerpos, amplios y flexibles a la vez, esculpidos por los pliegues de las telas y los matices cromáticos que simulan la luz. La plasmación de las encarnaciones es sutil y el alargado torso de Cristo, de un arrobador realismo anatómico, irradia una claridad lechosa que indica el verdadero tema de esta composición.
Yves Christe
Universidad de Ginebra
Marianne Besseyre
Centro de Investigación de Manuscritos Iluminados, Bibliothèque nationale de France
(Fragmento del libro de estudio Biblia moralizada de Nápoles)
«Es la historia: cómo Nuestro Señor Jesucristo tras su Resurrección se apareció a sus discípulos y a santo Tomás, y le dijo: Tomás mira mis manos, y pon tu mano en mi costado y no quieras ser descreído, pero sé fiel, así como san Juan lo dice en su evangelio, en el vigésimo capítulo».
Tras haberse manifestado a María Magdalena, el Señor visita a sus discípulos en la casa donde solían reunirse. El pintor B retoma el principio de la caja arquitectónica abierta por delante para poner en escena el episodio de la incredulidad de santo Tomás, pero a diferencia del miniaturista A, no fuerza lo oblicuo de las líneas de fuga; la perspectiva, unificada, ofrece una visión ilusionista y «moderna» del espacio representado.
El interior está pintado como una rica capilla gótica decorada con acanto de inspiración giottesca (cfr. la capilla Peruzzi de la iglesia Santa Croce de Florencia, hacia 1310-1315). El techo está simplemente salpicado de astros dorados pero las imitaciones de los mármoles de color, especialmente en el suelo, atestiguan una habilidad pictórica real. Los Once (Judas no ha sido sustituido aún) rodean al resucitado que ha aparecido de pronto entre ellos, «con todas las puertas cerradas» (Juan 20, 26). Le dice a Tomás: «Alarga tu mano y húndela en mi costado, deja de ser incrédulo y conviértete en un hombre de fe» (Juan 20, 27). Una gran efervescencia reina entre los discípulos que se inclinan hacia Jesús o intercambian atónitas miradas. El Mesías está desnudo hasta la cintura para descubrir su costado diestro y mantiene su brazo en el aire mientras Tomás, arrodillado a sus pies, pone sus dos dedos en la herida abierta causada por la lanza del centurión, durante la Crucifixión. El manto de Cristo está sombreado de reflejos azulosos y, a su alrededor, las vestiduras de los apóstoles dibujan una ronda de colores complementarios, vivos y acidulados. Los rostros, todos distintos, constituyen una galería de retratos sensibles y la mano del maestro se reconoce en el tratamiento muy gráfico de las cabelleras, en los volúmenes de los cuerpos, amplios y flexibles a la vez, esculpidos por los pliegues de las telas y los matices cromáticos que simulan la luz. La plasmación de las encarnaciones es sutil y el alargado torso de Cristo, de un arrobador realismo anatómico, irradia una claridad lechosa que indica el verdadero tema de esta composición.
Yves Christe
Universidad de Ginebra
Marianne Besseyre
Centro de Investigación de Manuscritos Iluminados, Bibliothèque nationale de France
(Fragmento del libro de estudio Biblia moralizada de Nápoles)