De nuevo son cuatro las escenas que dejan grandes espacios libres de figuración y se cubren con espléndidos fondos dorados. La primera muestra la predicación de un anciano sobre una superficie singular que parece formada de pequeñas monedas de oro situadas sobre un suelo de mármol rosa. Un grupo muy compacto de oyentes atiende a sus explicaciones que se transmiten al dictado de la divinidad. El que podría identificarse como salmista o profeta pisotea las riquezas y exhorta a su público a seguir los caminos marcados por Dios. Como en otras oportunidades, Cristo comparece en el cielo azul y semicircular, acompañado de siete ángeles orantes o de brazos cruzados, tres a la izquierda y cuatro a la derecha, para forzar la perspectiva y cierta necesaria asimetría que comunica el grupo celeste con su interlocutor en la tierra (v. 2, Voce mea ad Dominum clamavi: voce mea ad Deum, et intendit mihi.// Con mi voz al Señor clamé: con mi voz a Dios, y me atendió). El salmo advierte que después de la noche llegará el día y después de la lucha, la consolación. El cansancio de los que predican y desfallecen en su espíritu debe encontrar su recompensa (S. Agustín, Enarraciones, III, p. 23), que en este caso es definida en forma de paloma blanca nimbada en el espacio siguiente. El mismo personaje -al que se ha respetado la indumentaria, túnica azul y manto naranja-, recibe orante las fuerzas del Espíritu Santo, que desciende del arco azul del cielo. El flanco derecho es ocupado por un amplio altar en perspectiva, sobre una plataforma de granito rosa que hace juego con el granate de la tela superpuesta al mantel y que deja visible los faldones blancos de este, con una cenefa bordada en oro, y a un frontal azul con ajedrezado decorativo también en oro.
En la franja inferior, de nuevo un anciano, sentado ahora ante un atril de curioso diseño redondeado, parece querer mostrar un gran libro abierto, escrito a dos columnas con texto fingido, mientras un ángel en pie señala hacia arriba. Se podría pensar en la figura de san Mateo y en su evangelio. El ángel comparecería como símbolo del evangelista, que representaría también a los restantes autores de los evangelios, ya que según san Agustín estos son aludidos por el salmo (Enarraciones, II, p. 29), pero sea quien sea el personaje no ha sido nimbado. La última imagen corresponde a los que viven apartados de la comunidad, al menos durante una etapa de su vida. Se elige la ascensión de María Magdalena que, cubierta completamente por sus cabellos rubios, es elevada al cielo por seis ángeles, mientras un eremita observa todavía en el interior de su cueva la sorprendente escena. La cueva sirve de contrapunto a la que debía ser habitación de la Magdalena. En ésta es visible el mismo altar que aparecía en el registro superior, ahora completado por la cruz. Sobre las rocas, sombreadas para conseguir el efecto de distintos relieves y accidentes, se distribuyen hábilmente algunas notas de vegetación que consiguen subrayar más que atenuar la aridez del paisaje. La singularidad de la recompensa ofrecida a la pecadora arrepentida conviene a lo expuesto en el salmo, ya que refleja perfectamente la ayuda o fuerza brindada por Dios a sus fieles.
En el folio 133v aparecen de nuevo tres iniciales de tema vegetal decoradas en su interior con dinámicas hojas de acanto.