La miniatura de este salmo, descrito como “cántico de resurrección”, juega a las oposiciones en los espacios ofrecidos por dos registros. Siguiendo una vez más la alusión del inicio del salmo (...quando missit Saül, et custodivit domus ejus, ut eum interficeret // cuando envió Saúl, y puso guardias a su casa, para matarle), retornamos a la historia de Saúl, que hace vigilar la casa de David con el fin de acabar con su vida (I Sam 19,11). Micol, la esposa de David, conocedora de los planes de Saúl, advierte a su marido y lo descuelga por la ventana de una torre cuadrangular que alude a su vivienda, con lo cual este es salvado del acoso de su perseguidor (“Deposuit eum per fenestram: porrò ille abiit, et aufugit, atque salvatus est”, I Sam 19,12). En la misma escena un grupo de soldados malcarados espera inútilmente mientras huye su presa. Una ciudad asediada por perros famélicos precede esta escena (v. 7, Convertentur ad vesperam: et famen patientur ut canes, et circuibunt civitatem// Volverán a la tarde: y padecerán hambre como perros, y darán vueltas a la ciudad). Paralelamente el tema busca poner de manifiesto que el alma debe construirse como una fortaleza inexpugnable, ya que, aunque se dedica a Dios, puede ser atacada en cualquier momento (v. 10 Fortitudinem meam ad te custodiam, quia Deus susceptor meus es // Guardaré para ti mi Fortaleza, porque tú eres Dios amparador mío). Todo ello se refleja en dos secuencias contiguas separadas por un marco rojizo, pero en las que los elementos arquitectónicos son muy prominentes.
David prefigura a Cristo. Este escapará del asedio de sus enemigos, incluidos los guardianes de su tumba, con un gesto que sorprenderá a todos (v. 9, Et tu Domine deridebis eos: ad nihilum deduces omnes gentes // Mas tú, Señor, te burlarás de ellos: anonadarás a todas las gentes). El triunfo ante una muerte que también persigue a David sin conseguir su fin se manifiesta en la Resurrección. Con ella se debe sorprender incluso a los más próximos, al tiempo que pasa desapercibida a la guardia romana que se halla completamente dormida a los pies del sepulcro. Una vez desplazada la tapa, Jesús es representado emergiendo de la caja de piedra jaspeada, en una de las primeras imágenes explícitas de la resurrección que se conocen en la pintura gótica catalana. De nuevo la imagen superior rompe completamente el marco y engrandece la figura de Cristo, que muestra sus heridas cubierto con un manto rosa. En su mano derecha blande la cruz convertida en lanza y en la izquierda un rollo con una inscripción ficticia. El tema reemplaza la habitual Visita de las Marías al sepulcro. Adviértase además que el sepulcro equivale en este caso a la casa abandonada por David, según expone san Agustín con gran claridad, una idea que debió de favorecer y justificar la elección de la Resurrección frente a la Visitatio Sepulchri.
En el registro inferior se definen dos espacios: el de los hombres ciegos a la divinidad, encerrados en un recinto con los ojos vendados, y aquel que permite traspasar el dintel de la ceguera y advertir la presencia de Cristo para alcanzar, a continuación y mediante el ritual del bautismo, la adscripción a la Nueva Ley. El sentido de la vista tiene una importancia primordial como símbolo de la fe que se opone a la vieja Sinagoga invidente y a la ceguera de los judíos, representados por los hombres situados a la izquierda, incapaces de reconocer al verdadero Dios. Sólo algunos cederán a su falta de visión y serán bautizados por la Iglesia nueva. Un sacerdote procede en este sentido bautizando en una piscina comunitaria a hombres adultos que se convertirán ad vesperam, según san Agustín, después de hacer penitencia (Act 2,38). La pila bautismal de perfil lobulado puede ser relacionada con las representadas en el retablo de san Marcos (Manresa) y en el Decretum Gratiani de Londres. Los judíos son comparados con los perros que deben tener hambre y deseo de la gracia divina para recuperar a Dios. Dicha comparación puede haber sugerido el acoso de la ciudad de puertas cerradas, en torno a la cual vagan y deambulan perros de distintas razas y coloraciones. La última escena del registro inferior es protagonizada por Cristo, sobre una pequeña montaña, con un rollo en cada mano y bajo el espacio que corresponde a la Resurrección. Planea aquí la Transfiguración en el monte Táber, aunque no se trata de este episodio, que aparece representado en el f. 132r. El número de asistentes no es el habitual y podemos concluir que se trata de una alusión genérica a la presencia divina que se define sobre los planteamientos previos, en torno a la conversión y la aceptación de la Ley divina, la nueva ley, una vez ha caducado la antigua.
La miniatura de este salmo, descrito como “cántico de resurrección”, juega a las oposiciones en los espacios ofrecidos por dos registros. Siguiendo una vez más la alusión del inicio del salmo (...quando missit Saül, et custodivit domus ejus, ut eum interficeret // cuando envió Saúl, y puso guardias a su casa, para matarle), retornamos a la historia de Saúl, que hace vigilar la casa de David con el fin de acabar con su vida (I Sam 19,11). Micol, la esposa de David, conocedora de los planes de Saúl, advierte a su marido y lo descuelga por la ventana de una torre cuadrangular que alude a su vivienda, con lo cual este es salvado del acoso de su perseguidor (“Deposuit eum per fenestram: porrò ille abiit, et aufugit, atque salvatus est”, I Sam 19,12). En la misma escena un grupo de soldados malcarados espera inútilmente mientras huye su presa. Una ciudad asediada por perros famélicos precede esta escena (v. 7, Convertentur ad vesperam: et famen patientur ut canes, et circuibunt civitatem// Volverán a la tarde: y padecerán hambre como perros, y darán vueltas a la ciudad). Paralelamente el tema busca poner de manifiesto que el alma debe construirse como una fortaleza inexpugnable, ya que, aunque se dedica a Dios, puede ser atacada en cualquier momento (v. 10 Fortitudinem meam ad te custodiam, quia Deus susceptor meus es // Guardaré para ti mi Fortaleza, porque tú eres Dios amparador mío). Todo ello se refleja en dos secuencias contiguas separadas por un marco rojizo, pero en las que los elementos arquitectónicos son muy prominentes.
David prefigura a Cristo. Este escapará del asedio de sus enemigos, incluidos los guardianes de su tumba, con un gesto que sorprenderá a todos (v. 9, Et tu Domine deridebis eos: ad nihilum deduces omnes gentes // Mas tú, Señor, te burlarás de ellos: anonadarás a todas las gentes). El triunfo ante una muerte que también persigue a David sin conseguir su fin se manifiesta en la Resurrección. Con ella se debe sorprender incluso a los más próximos, al tiempo que pasa desapercibida a la guardia romana que se halla completamente dormida a los pies del sepulcro. Una vez desplazada la tapa, Jesús es representado emergiendo de la caja de piedra jaspeada, en una de las primeras imágenes explícitas de la resurrección que se conocen en la pintura gótica catalana. De nuevo la imagen superior rompe completamente el marco y engrandece la figura de Cristo, que muestra sus heridas cubierto con un manto rosa. En su mano derecha blande la cruz convertida en lanza y en la izquierda un rollo con una inscripción ficticia. El tema reemplaza la habitual Visita de las Marías al sepulcro. Adviértase además que el sepulcro equivale en este caso a la casa abandonada por David, según expone san Agustín con gran claridad, una idea que debió de favorecer y justificar la elección de la Resurrección frente a la Visitatio Sepulchri.
En el registro inferior se definen dos espacios: el de los hombres ciegos a la divinidad, encerrados en un recinto con los ojos vendados, y aquel que permite traspasar el dintel de la ceguera y advertir la presencia de Cristo para alcanzar, a continuación y mediante el ritual del bautismo, la adscripción a la Nueva Ley. El sentido de la vista tiene una importancia primordial como símbolo de la fe que se opone a la vieja Sinagoga invidente y a la ceguera de los judíos, representados por los hombres situados a la izquierda, incapaces de reconocer al verdadero Dios. Sólo algunos cederán a su falta de visión y serán bautizados por la Iglesia nueva. Un sacerdote procede en este sentido bautizando en una piscina comunitaria a hombres adultos que se convertirán ad vesperam, según san Agustín, después de hacer penitencia (Act 2,38). La pila bautismal de perfil lobulado puede ser relacionada con las representadas en el retablo de san Marcos (Manresa) y en el Decretum Gratiani de Londres. Los judíos son comparados con los perros que deben tener hambre y deseo de la gracia divina para recuperar a Dios. Dicha comparación puede haber sugerido el acoso de la ciudad de puertas cerradas, en torno a la cual vagan y deambulan perros de distintas razas y coloraciones. La última escena del registro inferior es protagonizada por Cristo, sobre una pequeña montaña, con un rollo en cada mano y bajo el espacio que corresponde a la Resurrección. Planea aquí la Transfiguración en el monte Táber, aunque no se trata de este episodio, que aparece representado en el f. 132r. El número de asistentes no es el habitual y podemos concluir que se trata de una alusión genérica a la presencia divina que se define sobre los planteamientos previos, en torno a la conversión y la aceptación de la Ley divina, la nueva ley, una vez ha caducado la antigua.