El salmo se inicia con una exhortación a los jueces, hijos de los hombres, para que su juicio sea recto (v. 2, Si vere utique justitiam loquimini: recta judicate, filii hominum // Si verdaderamente habláis justicia; juzgad con rectitud, hijos de los hombres). La miniatura muestra en primer lugar al magistrado, que ahora comparece frontal y entronizado, con el texto de la ley en la mano. Se rodea de aquellos que deben dar testimonio sobre las cuestiones que deberá examinar, al tiempo que un escribano de menor tamaño, sentado en el suelo, levanta acta de la sesión. La figura del escribiente fue habitual en la miniatura catalana de la primera mitad del siglo XIV, sobre todo en libros de Usatges y Constituciones de Cataluña, entre los que destacan para la fase italianizante tanto el Llibre Verd de Barcelona como el códice conservado en la Paeria de Lérida (ms. 1327). El salmo, plasmado de nuevo en dos registros, se refiere a las injusticias obradas por mano del hombre. La escena que limita con la del juez representa el asesinato y robo de tres individuos: uno desnudo y otro en ropa interior aparecen ya muertos, mientras un tercero esta siendo herido con una espada por una pareja de maleantes que parecen haber vendido sus servicios a un tercer malhechor que negocia con ellos, recordando los feos juegos de los soldados al pie del Calvario. Como anuncia san Agustín, a partir de una primera caída el pecado se multiplica (Connexum est peccatum peccato). El tercer espacio es menor e incluye una sola figura: un juez que avanza por el camino angosto de la vida. Transita con un libro abierto y deberá enfrentarse a la serpiente o áspid sordo que tapa sus orejas –el reptil enroscado que se representa oculto en el arbusto que crece al lado de la estrecha senda– (v. 5, Furor illis secundum similitudinem serpentis: sicut aspidis surdae et obturantis aures suas // El furor de ellos es semejante al de la serpiente: como el del áspid sordo, y que tapa sus orejas) y que, según reza el salterio, emparenta así con los pecadores y los malos hombres que, como los leones del cuadro siguiente, verán su orgullo conturbado. Los leones son mostrados ahora como figuras rampantes que Dios ataca por medio de ángeles arqueros detentores de su voluntad o de la cólera divina, como se ha visto ya en situaciones precedentes (v. 7). Entre los dos grupos de felinos corre un río que refleja el contenido de uno de los versículos del texto (v. 8, Ad nihilum devenient tamquam aqua decurrrens: intendit arcum suum donec intirmentur // Se reducirán a la nada como agua que corre: tuvo entesado su arco, hasta que sean debilitados).
Que el castigo de los malvados provoca el placer de los elegidos es una premisa conocida, que el salmo sentencia (v. 11, Laetabitur justus cum videret vindictam: manus suas lababit in sanguine peccatoris // Se alegrará el justo cuando viere la venganza, sus manos lavará en la sangre del pecador) y que se refleja aquí en el monje que lava sus manos en una fuente de la que brota un líquido rojo (sangre del pecador) para acto seguido dirigir su rezo y alabanza a la divinidad. Esta responde rodeada de ángeles orantes sobre el arco del cielo. No cabe duda de que el elemento más llamativo es la fuente trecentista de base poligonal y color gris-blanco, que imita el mármol y contrasta con el líquido rojo, sobre un paisaje abierto. Recuerda algunas de las pinturas que Pietro Lorenzetti destinó a la predela de la Pala del Carmine (c. 1329), donde cabe subrayar la presencia de fuentes monumentales de tipo similar. La soberbia conlleva su destrucción y el castigo supone el descenso de los condenados al Infierno. Esta es la secuencia elegida por el pintor para cerrar las imágenes, la garganta abierta y temible del Leviatán, en la que se amontonan seres humanos vestidos y desnudos. Estos son empujados por cuatro demonios negruzcos que, pese a la cabeza monstruosa, las garras, las alas de murciélago y la cola que los caracterizan, describen siluetas antropomorfas.
El salmo se inicia con una exhortación a los jueces, hijos de los hombres, para que su juicio sea recto (v. 2, Si vere utique justitiam loquimini: recta judicate, filii hominum // Si verdaderamente habláis justicia; juzgad con rectitud, hijos de los hombres). La miniatura muestra en primer lugar al magistrado, que ahora comparece frontal y entronizado, con el texto de la ley en la mano. Se rodea de aquellos que deben dar testimonio sobre las cuestiones que deberá examinar, al tiempo que un escribano de menor tamaño, sentado en el suelo, levanta acta de la sesión. La figura del escribiente fue habitual en la miniatura catalana de la primera mitad del siglo XIV, sobre todo en libros de Usatges y Constituciones de Cataluña, entre los que destacan para la fase italianizante tanto el Llibre Verd de Barcelona como el códice conservado en la Paeria de Lérida (ms. 1327). El salmo, plasmado de nuevo en dos registros, se refiere a las injusticias obradas por mano del hombre. La escena que limita con la del juez representa el asesinato y robo de tres individuos: uno desnudo y otro en ropa interior aparecen ya muertos, mientras un tercero esta siendo herido con una espada por una pareja de maleantes que parecen haber vendido sus servicios a un tercer malhechor que negocia con ellos, recordando los feos juegos de los soldados al pie del Calvario. Como anuncia san Agustín, a partir de una primera caída el pecado se multiplica (Connexum est peccatum peccato). El tercer espacio es menor e incluye una sola figura: un juez que avanza por el camino angosto de la vida. Transita con un libro abierto y deberá enfrentarse a la serpiente o áspid sordo que tapa sus orejas –el reptil enroscado que se representa oculto en el arbusto que crece al lado de la estrecha senda– (v. 5, Furor illis secundum similitudinem serpentis: sicut aspidis surdae et obturantis aures suas // El furor de ellos es semejante al de la serpiente: como el del áspid sordo, y que tapa sus orejas) y que, según reza el salterio, emparenta así con los pecadores y los malos hombres que, como los leones del cuadro siguiente, verán su orgullo conturbado. Los leones son mostrados ahora como figuras rampantes que Dios ataca por medio de ángeles arqueros detentores de su voluntad o de la cólera divina, como se ha visto ya en situaciones precedentes (v. 7). Entre los dos grupos de felinos corre un río que refleja el contenido de uno de los versículos del texto (v. 8, Ad nihilum devenient tamquam aqua decurrrens: intendit arcum suum donec intirmentur // Se reducirán a la nada como agua que corre: tuvo entesado su arco, hasta que sean debilitados).
Que el castigo de los malvados provoca el placer de los elegidos es una premisa conocida, que el salmo sentencia (v. 11, Laetabitur justus cum videret vindictam: manus suas lababit in sanguine peccatoris // Se alegrará el justo cuando viere la venganza, sus manos lavará en la sangre del pecador) y que se refleja aquí en el monje que lava sus manos en una fuente de la que brota un líquido rojo (sangre del pecador) para acto seguido dirigir su rezo y alabanza a la divinidad. Esta responde rodeada de ángeles orantes sobre el arco del cielo. No cabe duda de que el elemento más llamativo es la fuente trecentista de base poligonal y color gris-blanco, que imita el mármol y contrasta con el líquido rojo, sobre un paisaje abierto. Recuerda algunas de las pinturas que Pietro Lorenzetti destinó a la predela de la Pala del Carmine (c. 1329), donde cabe subrayar la presencia de fuentes monumentales de tipo similar. La soberbia conlleva su destrucción y el castigo supone el descenso de los condenados al Infierno. Esta es la secuencia elegida por el pintor para cerrar las imágenes, la garganta abierta y temible del Leviatán, en la que se amontonan seres humanos vestidos y desnudos. Estos son empujados por cuatro demonios negruzcos que, pese a la cabeza monstruosa, las garras, las alas de murciélago y la cola que los caracterizan, describen siluetas antropomorfas.