Al final del libro de horas, dos santos son los protagonistas de los sufragios: san Antonio y san Jorge. La figura de san Antonio era muy popular en la Edad Media, se le veneraba especialmente por haber resistido las distintas tentaciones del Mal y se le consideraba el protector de varias enfermedades.
San Jorge, representado aquí a partir de un grabado de Israhel van Meckenem que Robinet Testard pintó, alude a un universo nobiliario. San Jorge era el santo patrón de la caballería medieval europea y de todas las órdenes militares (Teutónica, de la Jarretera, etc.). Cuenta la leyenda, escrita por Jacobo de la Vorágine en el siglo XIII, que san Jorge salvó a la hija del rey de Silca de ser devorada por un dragón que causaba estragos en la región. La lucha de san Jorge contra el monstruo representa la victoria de la fe cristiana sobre el Diablo y el Mal. La importancia que se le da a este personaje en el manuscrito no debe sorprendernos: Carlos de Angulema era un príncipe de sangre y debía de prestar especial atención a los símbolos caballerescos. La decisión de representar a este santo caballero sauróctono y no el que se convirtió en santo protector de la corona de Francia con Luis XI, san Miguel, también puede interpretarse como un deseo de desmarcarse del rey. San Jorge guarda mucha similitud con san Miguel, ambos enfrentados al mal y considerados como santos militares. Además, Luis XI fundó en 1469 una nueva orden de caballería en honor de san Miguel. Ignoramos si Carlos de Angulema perteneció a ella, pero el interés que demuestra por san Jorge viene quizás marcado por su independencia respecto de esta asociación. Asimismo, san Jorge también está vinculado a Luisa, esposa de Carlos de Angulema, cuya pertenencia a la dinastía de los duques y príncipes de Saboya favoreció posiblemente la representación de este santo, que ocupaba un lugar preponderante en esta casa, junto con san Mauricio, otro santo militar.
Robinet Testard apenas modificó la miniatura, excepto un detalle: transformó el tocado en forma de cono de la princesa en un turbante, más en boga en la década de 1480.
Séverine Lepape
Conservador
Musée du Louvre