Encabezando la perícopa del Evangelio según san Lucas -que describe la Anunciación (1, 26-38), y se leía durante el oficio divino del 25 de marzo, festividad de la Encarnación-, se encuentra el retrato del evangelista con barba, vestido de blanco, en un lujoso asiento de madera decorado con piedras nobles, rematado en una hornacina con forma de venera como atributo de poder, con un atril -mobiliario infrecuente en Francia a principios del siglo XVI-, escribiendo, con su pluma, directamente sobre un códice ya encuadernado -lo que, más que obedecer a un aspecto real, hace referencia a su aparición como autor, no como escribiente, y al propio significado simbólico del libro que escribe como palabra de Dios-. Junto a él, se encuentra un buey alado, su animal teriomórfico. En el fondo, una galería se abre a un amplio paisaje. La pintura, iconográficamente, es un desarrollo cristiano del retrato de autor clásico.