El f.72r es uno de los pocos casos en los que una sola miniatura ocupa la práctica totalidad de la página. Es cierto que no trata un tema cualquiera, ya que estamos ante lo que se ha dado en llamar «la crucifixión», si bien sería más apropiado denominarlo «el Calvario con sus tres crucificados», esto es, Jesús en el centro y los dos ladrones a ambos lados. El sol y la luna aparecen discretamente en las esquinas superiores, en un cielo repleto de estrellas en la parte inferior y de nubes en la superior. Los ladrones no están crucificados igual que Jesús: se entiende que tienen las manos colocadas en el reverso del travesaño de la cruz, en la posición que permiten los brazos levantados verticalmente. Sus cuerpos presentan huellas sangrientas de golpes, sobre todo en las piernas, que, según un pasaje del Evangelio (Jn 19, 31-32), les habrían quebrado para acortar su agonía. De todos modos, ambos parecen todavía con vida. Podemos suponer que el «buen ladrón» (Lc 23, 40-42) es el de la izquierda, que contempla a Jesús, mientras que el de la derecha mira hacia otro lado.
Jesús está clavado en la cruz no con cuatro clavos, sino solo con tres (se trata, así pues, de una crucifixión denominada «triclavista»), en coherencia con la imagen del folio anterior (f. 70r) en la que los soldados lo están clavando. Como no le abren el costado con la lanza hasta después de muerto (Jn 19, 33-34), debemos concluir que en el momento plasmado en esta miniatura Jesús ya ha fallecido. La sangre mana abundantemente de sus heridas, sobre todo de la del costado, que hurga con la mencionada lanza un individuo barbado de mayor rango detrás del cual se encuentra una parte de la tropa, armada y ataviada con cascos. De ese mismo lado de la cruz, a punto de desmayarse o ya desmayada, vemos a María nimbada, sostenida por dos santas también nimbadas, a cuyo lado se encuentra san Juan mirando hacia Jesús. Del otro lado, el centurión, montado a caballo y con un voluminoso turbante rojo, señala a Jesús; sobre el centurión ondea una filigrana con su declaración de fe en latín: «Realmente, este hombre era justo» (Lc 23, 47). Lo siguen cinco jinetes y, más allá, la tropa provista de lanzas.
A ambos lados de la imagen encontramos los ya habituales escudos de armas de los Montauban (de gules con siete losanges de oro).