Detrás del muro de un jardín, David, con vestiduras regias, el bonete en el suelo, aparece en señal de humildad, de rodillas, con las manos juntas y mirando hacia el cielo, a la media figura de Dios que sostiene tres flechas en su mano. En el lateral izquierdo se ha representado lo que sería el palacio regio, formado por un amplio conjunto de edificios, bajo el aspecto de la arquitectura flamenca de finales del siglo xv, uno de ellos con pórtico y, al final, una gran torre. Una construcción amurallada cierra el conjunto, en cuyo espacio vacío se ve a jinetes en liza, con sus escuderos esperando, y a un hombre llevando un caballo.
La figura es la habitual en numerosos libros de horas: David, con ropas amplias bordeadas y forradas de armiño regio, se arrodilla en el suelo, ya sea con las manos cruzadas humildemente en el pecho o juntas, y dirige su mirada a lo alto, donde bien se encuentra Dios, bien un ángel –con tres flechas o una espada–, bien ambos. Por lo general, la expiación tiene lugar ante un paisaje natural, no urbano, como el caso de la pintura del Libro de horas de Juana I de Castilla, que se continuará, de forma prácticamente idéntica, en las Horas de los Espínola (f. 166r.), sólo que enriquecida con mayor añadido de elementos decorativos y secundarios. Este espacio urbano, relativo al conjunto regio, se encuentra, sin embargo, en una de las pinturas de un libro de horas atribuido al Maestro de Jaime IV de Escocia y a Gérard David (f. 166v.), prácticamente igual a la del Libro de horas del Queens College de Oxford (f. 143v.) sólo que, además del tocado en el suelo, se encuentra el arpa, instrumento que no aparece en las Horas de Juana I de Castilla; se continuará en las Horas de Jaime IV de Escocia (f. 118v.) o en el Libro de horas de los Rothschild (f. 147v.), aunque el fondo urbano es el único elemento común con la pintura que se está analizando. El modelo más próximo del David penitente del Libro de horas de Juana I de Castilla aparece en la pintura, casi idéntica, de un libro de devoción realizado por el Maestro de las miniaturas de Houghton, hacia 1480. En ambas, la poderosa curva de la espalda de David le da un aspecto digno y de autoridad. Esta imagen se vuelve a encontrar, no sólo en las Horas de Juana I de Castilla, sino en otras cuatro obras, destacando una de Simon Bening, que demuestra un mayor desarrollo arquitectónico.
La tradición medieval atribuye la autoría de los siete salmos penitenciales al rey David, que los compuso como penitencia de sus graves pecados. Estas transgresiones incluían el adulterio con Bethsabé y el asesinato de su esposo Urías. El profeta Natán recriminó al rey y, a pesar de su arrepentimiento y del perdón de Dios, su hijo murió. David mostró mayor compunción y fue perdonado. Una vez más, el monarca volvió a pecar: David ofendió a Dios con su orgullo al ordenar el censo de Israel y Judá. En esa época, el profeta Gad censuró al gobernante, y Dios envió, como castigo, que eligiera entre hambre, guerra o pestilencia (II Re. 24, I Cro., 21). Tras los estragos de la plaga, la penitencia de David apaciguó la indignación divina.
Detrás del muro de un jardín, David, con vestiduras regias, el bonete en el suelo, aparece en señal de humildad, de rodillas, con las manos juntas y mirando hacia el cielo, a la media figura de Dios que sostiene tres flechas en su mano. En el lateral izquierdo se ha representado lo que sería el palacio regio, formado por un amplio conjunto de edificios, bajo el aspecto de la arquitectura flamenca de finales del siglo xv, uno de ellos con pórtico y, al final, una gran torre. Una construcción amurallada cierra el conjunto, en cuyo espacio vacío se ve a jinetes en liza, con sus escuderos esperando, y a un hombre llevando un caballo.
La figura es la habitual en numerosos libros de horas: David, con ropas amplias bordeadas y forradas de armiño regio, se arrodilla en el suelo, ya sea con las manos cruzadas humildemente en el pecho o juntas, y dirige su mirada a lo alto, donde bien se encuentra Dios, bien un ángel –con tres flechas o una espada–, bien ambos. Por lo general, la expiación tiene lugar ante un paisaje natural, no urbano, como el caso de la pintura del Libro de horas de Juana I de Castilla, que se continuará, de forma prácticamente idéntica, en las Horas de los Espínola (f. 166r.), sólo que enriquecida con mayor añadido de elementos decorativos y secundarios. Este espacio urbano, relativo al conjunto regio, se encuentra, sin embargo, en una de las pinturas de un libro de horas atribuido al Maestro de Jaime IV de Escocia y a Gérard David (f. 166v.), prácticamente igual a la del Libro de horas del Queens College de Oxford (f. 143v.) sólo que, además del tocado en el suelo, se encuentra el arpa, instrumento que no aparece en las Horas de Juana I de Castilla; se continuará en las Horas de Jaime IV de Escocia (f. 118v.) o en el Libro de horas de los Rothschild (f. 147v.), aunque el fondo urbano es el único elemento común con la pintura que se está analizando. El modelo más próximo del David penitente del Libro de horas de Juana I de Castilla aparece en la pintura, casi idéntica, de un libro de devoción realizado por el Maestro de las miniaturas de Houghton, hacia 1480. En ambas, la poderosa curva de la espalda de David le da un aspecto digno y de autoridad. Esta imagen se vuelve a encontrar, no sólo en las Horas de Juana I de Castilla, sino en otras cuatro obras, destacando una de Simon Bening, que demuestra un mayor desarrollo arquitectónico.
La tradición medieval atribuye la autoría de los siete salmos penitenciales al rey David, que los compuso como penitencia de sus graves pecados. Estas transgresiones incluían el adulterio con Bethsabé y el asesinato de su esposo Urías. El profeta Natán recriminó al rey y, a pesar de su arrepentimiento y del perdón de Dios, su hijo murió. David mostró mayor compunción y fue perdonado. Una vez más, el monarca volvió a pecar: David ofendió a Dios con su orgullo al ordenar el censo de Israel y Judá. En esa época, el profeta Gad censuró al gobernante, y Dios envió, como castigo, que eligiera entre hambre, guerra o pestilencia (II Re. 24, I Cro., 21). Tras los estragos de la plaga, la penitencia de David apaciguó la indignación divina.