XLII. El Valle del Viejo de la Montaña y sus Asesinos
Esta historia está contada tal como la conoció Marco Polo. Nos habla de Mulecto, una comarca donde, según dicen, habitó en tiempos remotos un malvado señor llamado Aloadín, aunque era más conocido como el Viejo de la Montaña.
Aloadín mandó construir un vasto jardín entre dos montañas, rodeado de enormes palacios de oro. En él habitaban las más bellas damas y jóvenes, todas talentosas en el arte de la música, el canto y la danza. El jardín estaba lleno de placeres inimaginables: ríos de vino, leche, agua y miel, junto con un sinfín de frutas exóticas.
El Viejo de la Montaña hacía creer a los jóvenes que su jardín era el verdadero paraíso. Para ello, les daba una poción soporífera y, mientras dormían, los transportaba a aquel edén. Al despertar, disfrutaban de sus lujos durante cuatro días, hasta que eran llevados de vuelta ante él.
Fue entonces cuando Aloadín les imponía una única condición para regresar: debían asesinar a sus enemigos. Bajo la promesa de que cumpliendo su voluntad, podrían regresar al paraíso, ya fuera en vida o en la muerte. Embriagados por la experiencia, los jóvenes no dudaban en obedecer, esperando su retorno al falso edén.
Así fue como el Viejo de la Montaña eliminó a sus enemigos, al punto de que incluso los señores vecinos preferían pagar por su amistad antes que enfrentarlo.
Con el tiempo, la fama de su letal ejército llegó a oídos del señor de los tártaros de Levante, quien envió a uno de sus barones con un poderoso ejército para acabar con él. La fortaleza de Aloadín resistió el asedio durante tres años, protegida por sus impenetrables muros. Sin embargo, finalmente el hambre venció a los defensores, y el Viejo de la Montaña, junto con sus temibles asesinos, cayó derrotado.
Con su muerte, se aseguró que nunca más existiera otro jardín como aquel ni que se repitieran las crueldades del Viejo de la Montaña.
XLII. El Valle del Viejo de la Montaña y sus Asesinos
Esta historia está contada tal como la conoció Marco Polo. Nos habla de Mulecto, una comarca donde, según dicen, habitó en tiempos remotos un malvado señor llamado Aloadín, aunque era más conocido como el Viejo de la Montaña.
Aloadín mandó construir un vasto jardín entre dos montañas, rodeado de enormes palacios de oro. En él habitaban las más bellas damas y jóvenes, todas talentosas en el arte de la música, el canto y la danza. El jardín estaba lleno de placeres inimaginables: ríos de vino, leche, agua y miel, junto con un sinfín de frutas exóticas.
El Viejo de la Montaña hacía creer a los jóvenes que su jardín era el verdadero paraíso. Para ello, les daba una poción soporífera y, mientras dormían, los transportaba a aquel edén. Al despertar, disfrutaban de sus lujos durante cuatro días, hasta que eran llevados de vuelta ante él.
Fue entonces cuando Aloadín les imponía una única condición para regresar: debían asesinar a sus enemigos. Bajo la promesa de que cumpliendo su voluntad, podrían regresar al paraíso, ya fuera en vida o en la muerte. Embriagados por la experiencia, los jóvenes no dudaban en obedecer, esperando su retorno al falso edén.
Así fue como el Viejo de la Montaña eliminó a sus enemigos, al punto de que incluso los señores vecinos preferían pagar por su amistad antes que enfrentarlo.
Con el tiempo, la fama de su letal ejército llegó a oídos del señor de los tártaros de Levante, quien envió a uno de sus barones con un poderoso ejército para acabar con él. La fortaleza de Aloadín resistió el asedio durante tres años, protegida por sus impenetrables muros. Sin embargo, finalmente el hambre venció a los defensores, y el Viejo de la Montaña, junto con sus temibles asesinos, cayó derrotado.
Con su muerte, se aseguró que nunca más existiera otro jardín como aquel ni que se repitieran las crueldades del Viejo de la Montaña.