«Es la historia de cómo el ángel apareció a Joaquín y le anunció que santa Ana su mujer debía concebir, y le ordenó que debía regresar a ella, como señal él va a encontrarla en la puerta de la ciudad».
El ángel del Señor habla también con Joaquín, refugiado en el desierto.
La leyenda dorada, y los textos apócrifos anteriores, respetaban implícitamente la jerarquía que reconocía al hombre, futuro cabeza de familia, la primacía moral y decisoria en el seno de la pareja –tanto en la tradición hebraica como en la sociedad cristiana– al recoger que Joaquín había sido el primer informado del próximo nacimiento de María. Pero el ciclo pintado de la Biblia de Nápoles invierte la sucesión de imágenes esperada. La orden celestial dada aquí a Joaquín de abandonar sus montañas se encuentra, pues, colocada frente al Encuentro en la Puerta dorada, representado en el folio siguiente (f. 117r), formando con ella un díptico visual dinámico y agradable en su continuidad narrativa.
El decorado que alberga la escena está sencillamente constituido por medio de elementos iconográficos que de buena gana se calificarían de genéricos: los árboles no difieren en absoluto del «laurel» bajo el que santa Ana se entregaba a sus devociones en el folio precedente. El macizo rocoso en el que arraigan copia, en mayor tamaño, el montículo pedregoso representado en el mismo folio. Ajeno a todo realismo, este paisaje árido y escarpado, reducido a su más simple expresión, está ahí solo para evocar la idea del desierto, sinónimo de retiro espiritual, por oposición al mundo de la ciudad, cuya pintura estilizada ocupa la hoja de enfrente.
Tras la reprimenda de la que ha sido víctima en el Templo a causa de su esterilidad, Joaquín se ha retirado en efecto junto a sus pastores; no quiere regresar a su casa, temiendo escuchar de nuevo por boca de la gente de su tribu el ultrajante reproche sufrido ante el sacerdote. Pero un ángel se le aparece entonces y lo tranquiliza, como cuenta la Leyenda dorada que retoma, palabra por palabra, el Evangelio del Nacimiento de María (capítulos 2 y 3), Dios es el vengador del pecado y no de la naturaleza; si retrasa una concepción, lo hace solo para hacerla luego más maravillosa: Sara y Raquel son la prueba de ello.
El juego de manos que intercambian Joaquín y el mensajero divino concretiza el anuncio de la buena nueva; el anciano la recibe con sus palmas ofrecidas en gesto de acción de gracias: Ana dará a luz pronto y su esposo debe reunirse con ella, su encuentro en la Puerta dorada de Jerusalén atestiguará el prodigio.
Para simplificar su tarea, el miniaturista prolongó verosímilmente la capa de color gris de las rocas cubriendo el esbozo de los corderos; luego repasó la forma de los animales que aparecían por transparencia con una pincelada parda, añadiendo algunos fulgores blancos en los vellones. Como en las escenas precedentes, pinta los árboles sobre el fondo de oro oscuro, de ahí el desportillado de la capa pictórica. La base del oro es visible entre los dedos de Joaquín.
Yves Christe
Universidad de Ginebra
Marianne Besseyre
Centro de Investigación de Manuscritos Iluminados, Bibliothèque nationale de France
(Fragmento del libro de estudio Biblia moralizada de Nápoles)
«Es la historia de cómo el ángel apareció a Joaquín y le anunció que santa Ana su mujer debía concebir, y le ordenó que debía regresar a ella, como señal él va a encontrarla en la puerta de la ciudad».
El ángel del Señor habla también con Joaquín, refugiado en el desierto.
La leyenda dorada, y los textos apócrifos anteriores, respetaban implícitamente la jerarquía que reconocía al hombre, futuro cabeza de familia, la primacía moral y decisoria en el seno de la pareja –tanto en la tradición hebraica como en la sociedad cristiana– al recoger que Joaquín había sido el primer informado del próximo nacimiento de María. Pero el ciclo pintado de la Biblia de Nápoles invierte la sucesión de imágenes esperada. La orden celestial dada aquí a Joaquín de abandonar sus montañas se encuentra, pues, colocada frente al Encuentro en la Puerta dorada, representado en el folio siguiente (f. 117r), formando con ella un díptico visual dinámico y agradable en su continuidad narrativa.
El decorado que alberga la escena está sencillamente constituido por medio de elementos iconográficos que de buena gana se calificarían de genéricos: los árboles no difieren en absoluto del «laurel» bajo el que santa Ana se entregaba a sus devociones en el folio precedente. El macizo rocoso en el que arraigan copia, en mayor tamaño, el montículo pedregoso representado en el mismo folio. Ajeno a todo realismo, este paisaje árido y escarpado, reducido a su más simple expresión, está ahí solo para evocar la idea del desierto, sinónimo de retiro espiritual, por oposición al mundo de la ciudad, cuya pintura estilizada ocupa la hoja de enfrente.
Tras la reprimenda de la que ha sido víctima en el Templo a causa de su esterilidad, Joaquín se ha retirado en efecto junto a sus pastores; no quiere regresar a su casa, temiendo escuchar de nuevo por boca de la gente de su tribu el ultrajante reproche sufrido ante el sacerdote. Pero un ángel se le aparece entonces y lo tranquiliza, como cuenta la Leyenda dorada que retoma, palabra por palabra, el Evangelio del Nacimiento de María (capítulos 2 y 3), Dios es el vengador del pecado y no de la naturaleza; si retrasa una concepción, lo hace solo para hacerla luego más maravillosa: Sara y Raquel son la prueba de ello.
El juego de manos que intercambian Joaquín y el mensajero divino concretiza el anuncio de la buena nueva; el anciano la recibe con sus palmas ofrecidas en gesto de acción de gracias: Ana dará a luz pronto y su esposo debe reunirse con ella, su encuentro en la Puerta dorada de Jerusalén atestiguará el prodigio.
Para simplificar su tarea, el miniaturista prolongó verosímilmente la capa de color gris de las rocas cubriendo el esbozo de los corderos; luego repasó la forma de los animales que aparecían por transparencia con una pincelada parda, añadiendo algunos fulgores blancos en los vellones. Como en las escenas precedentes, pinta los árboles sobre el fondo de oro oscuro, de ahí el desportillado de la capa pictórica. La base del oro es visible entre los dedos de Joaquín.
Yves Christe
Universidad de Ginebra
Marianne Besseyre
Centro de Investigación de Manuscritos Iluminados, Bibliothèque nationale de France
(Fragmento del libro de estudio Biblia moralizada de Nápoles)