«Es la historia: cómo Nuestro Señor Jesucristo descendió al Infierno y desligó los dolores del Infierno así como lo encontramos en los Hechos de los Apóstoles en el segundo capítulo».
El pintor A reaparece por última vez en el ciclo neotestamentario de la Biblia de Nápoles, para encargarse de la ilustración del Descenso de Cristo al Infierno. En el origen de esta tradición se encuentra un texto apócrifo, el Evangelio de Nicodemo (capítulo 24). Pero la glosa remite al discurso de Pedro en los Hechos de los Apóstoles, donde el discípulo cita el Salmo 16 del rey David: «No abandonarás mi vida en la morada de los muertos» (Hechos 2, 27). Durante su estancia en la tumba, Jesús habría descendido al «Limbo de los Padres», un lugar que tiene, a la vez, algo del Infierno cristiano y del Sheol bíblico donde se encuentran las almas de los Patriarcas. El mundo subterráneo está representado al modo de una caverna pedregosa que forma una especie de cúpula por encima de los prisioneros. La gruta está recorrida por grietas y fisuras, por las que se deslizan unos diabólicos murciélagos que acechan a sus presas. La puerta de doble batiente de madera, provista de una cerradura de hierro con una gruesa barra corredera, ha sido arrancada, y Cristo pisotea a Satán, vencido y encadenado, que parece a punto de caer fuera del marco de la miniatura: hollado, «cae» por segunda vez (Lucas 10, 18-19). El Mesías lleva la marca de los clavos de su reciente suplicio, así como el manto blanco de la resurrección salpicado de florones dorados. Su aureola marcada con una cruz roja ilumina con sus rayos la entrada de la siniestra cavidad. Toma por las muñecas a un hombre con barba y pelo blanco que los textos designan como Adán; Eva, velada, se encuentra a su lado, y otros ancianos se apretujan tras ellos mientras los más jóvenes, de pelo uniformemente rubio, aguardan su turno de ser liberados. Los elegidos no están nimbados, pues no conocieron el advenimiento del Hijo de Dios, pero Cristo extiende su misericordia a los elegidos de la Antigua Ley, ahora que ha triunfado sobre el Mal y que ha llegado su reino.
Yves Christe
Universidad de Ginebra
Marianne Besseyre
Centro de Investigación de Manuscritos Iluminados, Bibliothèque nationale de France
(Fragmento del libro de estudio Biblia moralizada de Nápoles)
«Es la historia: cómo Nuestro Señor Jesucristo descendió al Infierno y desligó los dolores del Infierno así como lo encontramos en los Hechos de los Apóstoles en el segundo capítulo».
El pintor A reaparece por última vez en el ciclo neotestamentario de la Biblia de Nápoles, para encargarse de la ilustración del Descenso de Cristo al Infierno. En el origen de esta tradición se encuentra un texto apócrifo, el Evangelio de Nicodemo (capítulo 24). Pero la glosa remite al discurso de Pedro en los Hechos de los Apóstoles, donde el discípulo cita el Salmo 16 del rey David: «No abandonarás mi vida en la morada de los muertos» (Hechos 2, 27). Durante su estancia en la tumba, Jesús habría descendido al «Limbo de los Padres», un lugar que tiene, a la vez, algo del Infierno cristiano y del Sheol bíblico donde se encuentran las almas de los Patriarcas. El mundo subterráneo está representado al modo de una caverna pedregosa que forma una especie de cúpula por encima de los prisioneros. La gruta está recorrida por grietas y fisuras, por las que se deslizan unos diabólicos murciélagos que acechan a sus presas. La puerta de doble batiente de madera, provista de una cerradura de hierro con una gruesa barra corredera, ha sido arrancada, y Cristo pisotea a Satán, vencido y encadenado, que parece a punto de caer fuera del marco de la miniatura: hollado, «cae» por segunda vez (Lucas 10, 18-19). El Mesías lleva la marca de los clavos de su reciente suplicio, así como el manto blanco de la resurrección salpicado de florones dorados. Su aureola marcada con una cruz roja ilumina con sus rayos la entrada de la siniestra cavidad. Toma por las muñecas a un hombre con barba y pelo blanco que los textos designan como Adán; Eva, velada, se encuentra a su lado, y otros ancianos se apretujan tras ellos mientras los más jóvenes, de pelo uniformemente rubio, aguardan su turno de ser liberados. Los elegidos no están nimbados, pues no conocieron el advenimiento del Hijo de Dios, pero Cristo extiende su misericordia a los elegidos de la Antigua Ley, ahora que ha triunfado sobre el Mal y que ha llegado su reino.
Yves Christe
Universidad de Ginebra
Marianne Besseyre
Centro de Investigación de Manuscritos Iluminados, Bibliothèque nationale de France
(Fragmento del libro de estudio Biblia moralizada de Nápoles)