El salmo evoca los momentos más dolorosos y el umbral de la muerte (v. 7, Posuerunt me in lacu inferiori: in tenebrosis, et in umbra mortis// Me han puesto en un hoyo profundo: en lugares tenebrosos, y en sombra de muerte). El peligro de muerte acecha al salmista como a Cristo antes de la Pasión. Tres de las cuatro escenas que componen este salmo son directamente adyacentes a la Pasión de Cristo, pero sus contenidos se ofrecen sobre planos distintos. La única que escapa a estos contenidos evangélicos más evidentes es la primera. En ella un David ya muy anciano, desplazado a la izquierda, toca todavía el salterio acompañado por músicos barbudos de cabello grisáceo, que hacen sonar la flauta y el tamboril, el órgano portátil, la viola, los laúdes, además de otros salterios. No parece tratarse en esta ocasión de una sonoridad festiva. Todo se enfoca sobre el contenido negro del salmo y los músicos, incluido el rey, reflejan en sus rostros cansados el peso de los peores momentos (v.4, Quia repleta est malis anima mea: et vita mea inferno appropinquavit// Porque rellena está mi alma de males: y mi vida se ha acercado al infierno; san Agustín, Enarraciones III, p. 271). La idea del sepulcro, la vida entre los muertos y en lugares tenebrosos, profundos y abominables rige en buena parte del texto que concluye con las interrogaciones del salmista sobre una respuesta divina que todavía no llega. Tampoco es alegría lo que emana de los seis bellos ángeles con Arma Christi, que se han pintado en torno a la cruz con la cuerda, la corona de espinas y los clavos, unos azotes y la lanza, la esponja y el vinagre, unos segundos azotes y un velo transparente y el sudario. La cruz se ha dispuesto como principal símbolo de la Pasión de Cristo, de modo similar a la del folio 149, y pudiera recordar por su intenso protagonismo aquella que, elevada por dos ángeles, Giotto incluyó en el contexto del Juicio Final de la Capilla Scrovegni de Padua.
El cántico afligido de David y los suyos intenta contrarrestar la culpabilidad del hombre que será encarnada de nuevo en Judas. Así se expone en el registro inferior, donde asistimos al Prendimiento de Cristo, precedido por el momento en que Judas realiza la transacción con los príncipes de los judíos, nuevamente representados con las mitras de los obispos cristianos (vid. folio 117). La escena de la venta resulta singular tanto por el amplio espacio que le ha sido dedicado como por los elementos que se definen en el mismo, en particular la mesa detrás de la cual tres de los judíos más sobresalientes reciben a Judas. Sobre ella vemos el saco de donde han salido las monedas, también representadas sobre el tablero y una parte de las cuales es recibida por el apóstol traidor. Se trata de una escena de gran interés que prefigura posteriores actuaciones bancarias. Los judíos, acusados a menudo de usura, se ven así directamente implicados en la circulación del dinero y en su manipulación, según refleja la imagen trecentista. Del mismo modo, el segundo episodio elegido culmina el contenido del salmo, que habla de la traición al Señor, entregado por sus propios fieles al enemigo (v. 9, Traditus sum, et non egrediebar// Entregado fui, y no tenía salida). El abrazo y el beso de Judas, vestido de verde y ocre, tienen lugar en medio de una multitud de soldados que lucen cascos azulados o metálicos. Uno de ellos lleva un escudo con la estrella y la media luna al tiempo que sostiene una antorcha, a la que se añade una segunda, sin llegar en ningún caso a la densidad de palos verticales que fue tópica en otras ocasiones. Más que formas de iluminación los fuegos encendidos parecen tener un significado específico, al que contribuye su elevación hasta el episodio protagonizado por los ángeles. La sombra de la muerte se abalanza ahora sobre Jesús vendido por el apóstol traidor y nos recuerda de nuevo el contenido del versículo 7. De este hábil modo el fuego se orienta al sacrificio y a la pasión, tanto como al castigo de los infieles. Con todo, no se olvida la anécdota asumida por san Pedro que corta la oreja de un Malcus caído y sangrante. Llama la atención la falta de interés por la consiguiente curación del herido que se enfoca más claramente en otras obras. En el Prendimiento Cristo es separado de los suyos, como también reza el salmo (v. 9, Longe fecisti notos meos a me...// Has alejado de mi a mis conocidos...), y puesto en peligro de muerte facilitando la compresión de los lamentos expresados por David.