Perteneciente, nuevamente al Maestro del Libro de Oración de Dresde y ubicada en el temporal, la pintura muestra, en el extremo izquierdo a los apóstoles –entre los que se identifica, por los cabellos y barba blancos, a san Pedro– siguiendo a Jesucristo, que, vestido con una simple túnica azul y descalzo, bendice con la mano derecha, mientras que, con la izquierda, toma las riendas de la burra que cabalga. Frente a él, dos hombres colocan, en señal de honor, sus ricos ropones en el suelo y una mujer junta sus manos para adorar al Señor. En segundo plano, dos niños subidos a sendos árboles y, en el fondo, otro hombre que deja su túnica en tierra y diversos personajes –entre los que se encuentran judíos– que observan y comentan el acontecimiento frente a la puerta de una ciudad amurallada. En último plano, azuleada ya por la lejanía, otra gran villa fortificada.
Como en la fórmula aparecida desde el Codex Purpureus Rossanensis (Rossano, Museo dell’Arcivescovado, f. 1v.) –escrito en Constantinopla o en Antioquía durante el tercer cuarto del siglo VI –, la dirección de los discípulos, que actúan de comitiva, y la de los habitantes de Jerusalén es contrapuesta, con lo que todo converge en la figura del Señor. Esta escena aparece narrada tanto en los Evangelios sinópticos (Mt. 21, 1-11; Mc. 11, 1-10 y Lc. 19, 29-40), así como en el de san Juan (12, 12-19); sin embargo, que el Señor tenga como montura una burra lo aproxima a la fuente de san Mateo y de san Juan, que interpretan literalmente una profecía mesiánica de Zacarías (Zach. 9:9). El festejo que hacen los habitantes de Jerusalén está tomado de las Actas de Pilato o Evangelio apócrifo de Nicodemo, en donde se dice que «los niños de los hebreos iban clamando con ramos en sus manos, mientras otros extendían sus vestiduras en el suelo".
La escena de la entrada de Jesús en Jerusalén obedece, en sus inicios, a una asimilación, por parte del arte cristiano, de la iconografía imperial derivada del ritual helenístico y romano del soberano visitando una plaza de su imperio o una ciudad conquistada. La forma de cabalgar de Jesús en el Breviario de Isabel la Católica se relaciona, desde la aparición de esta iconografía, con la fórmula romana, al mostrarlo a horcajadas. El hecho de arrojar vestiduras en el camino seguido por el Señor era un gesto de honor al rey ungido (II Re. 9, 13). Las representaciones más antiguas de la entrada de Cristo en Jerusalén datan del siglo IV y están influidas no sólo por la liturgia del Domingo de Ramos, sino también por el significado simbólico de la ciudad de Jerusalén: esta ciudad no sólo es la capital política e ideal de los judíos –centro de las grandes festividades, que tenían lugar en el Templo de Salomón– o el escenario de la Pasión de Cristo, sino también la ciudad eterna, la Jerusalén Celeste de la cristiandad. En las representaciones más antiguas del mundo helenístico, se ponía el énfasis en un significado simbólico de carácter escatológico: el acceso triunfal del Señor a la ciudad del cielo representa su triunfo sobre la muerte. Al igual que la imagen de uno de los paneles de la detallada Pasión del retablo de la Iglesia del Monasterio Schottenstift (Viena, Monasterio Schottenstift), realizado por un maestro vienés antes de 1469, el acontecimiento se traslada a una ciudad medieval fortificada con murallas, torres y un foso.
La orla, sumamente original, muestra ramas de acanto pintadas en camafeo blanco que acaban en formas de manos, cuyos tallos se entrelazan, en la parte inferior, recordando la antigua decoración carolingia de la escuela de Tours, derivada de modelos franco-insulares. Entre las formas vegetales, hay dos hombres encaramados, dos pájaros posados y un pequeño mono. En el suelo de hierba, una urraca y plantas con flores.