Dentro de los sufragios de los santos dedicados a las mujeres, santa María Egipciaca aparece ante un pequeño edificio tardogótico -posiblemente, la ermita en donde vivía- inserto en un paisaje, como referencia al alejamiento que llevó a cabo durante su expiación. La santa aparece desnuda, prácticamente cubierta por sus largos cabellos rubios, llevando entre sus manos tres panes. La leyenda, atribuida al obispo de Jerusalén Sofronio y divulgada en la Edad Media por Hildeberto de Mans y Jacopo da Varazze, cuenta que fue una cortesana alejandrina que, tras diecisiete años de vida disoluta, se arrepintió y se retiró al desierto de Transjordania para hacer penitencia. Un desconocido le dio tres denarios con los que compró tres panes que la alimentaron durante sesenta años. Al cabo de los años, tras deshacerse sus vestiduras, sus cabellos llegaron a cubrirle su cuerpo, adquiriendo, como muestra la imagen, el aspecto iconográfico de mujer salvaje. En el texto se la invoca para interceder por el perdón de los pecados del dueño del libro de horas.