Frente a un bosque lleno de árboles, santa Verónica, velada y nimbada, extiende un paño en donde se encuentra impreso el rostro, sangrante y perfectamente simétrico, de Cristo. Su aspecto deriva de la iconografía del filósofo o del pedagogo griego y de la descripción de Jesús que habría sido enviada a través de una epístola al senado romano por Publio Lentulo, el predecesor de Poncio Pilato, en donde se describía los cabellos, sombríos y color de vino, partidos por una raya en medio y cayendo sobre los hombros; la barba abundante, del mismo color que el pelo, y partida.
En occidente, la veneración a la santa faz se basaba, especialmente, en el sudarium sagrado de Verónica (Volto santo), reliquia que, al menos desde el siglo XII, se conservaba en san Pedro de Roma y que despareció en 1527 durante el saqueo de Roma. La figura legendaria de santa Verónica se introdujo como portadora de la reliquia, lo que permitía contemplar el objeto santo y la leyenda en una sola imagen, permitiendo establecer la prueba del origen y de la edad de la reliquia. El gesto mismo de la santa, que presentaba el lienzo con sus manos extendidas como lo hacían los prelados de Roma, incitaba a la veneración. Esta variante, en tanto que imagen dentro de la imagen, era comparable a un relicario, distinguiendo el objeto cultual de su presentación o de su soporte.