Como pintura que abre los siete salmos penitenciales, se muestra a Bestsabé en un pequeño reducto de agua, desnuda, con cabellos larguísimos, acompañada de dos mujeres -posiblemente, sirvientas-. En segundo plano, el palacio del rey David, desde donde el monarca, junto con un súbdito, observa a la mujer. Debe resaltarse que, en el zócalo de uno de los edificios del conjunto regio, aparece una escena de guerra en donde un soldado es abatido con una lanza por otro, como alusión al pensamiento homicida de David para hacerse con la esposa de Urías. Ésta, al igual que Eva, compendia el topos de belleza canónica femenina: blancura de tez, realzada por un toque rosado, cabellera rubia, frente despejada y abombada, disposición armoniosa y serena de los rasgos, rostro delgado, nariz aguda y regular, boca pequeña, labios finos y bermejos, seno breve y amplio vientre -significando fecundidad-. Debe notarse el cabello larguísimo, que, en esta ilustración y en la del pecado original, adquiere un valor erótico; así, es posible relacionar este aspecto con el jardín –poseedor de todos los tópicos del locus amoenus– como lugar de seducción, donde se exponen los encantos femeninos, convirtiéndolo en el punto focal de la escopofilia. A esta lectura andro y heterocéntrica del cuerpo de la mujer, se añade su censura, al aparecer Betsabé enjoyada durante su baño, como aspecto vanidoso que influye, conscientemente, en la seducción. Por consiguiente, en la concepción patriarcal de inicios del siglo XVI, la responsabilidad -o culpa-, se carga sobre Betsabé.