Un modesto conjunto de seis perros bien agrupados y cazando todos de vista, con la cabeza alta, persiguen un jabalí que huye delante de ellos a terreno descubierto entre algunos árboles. El paisaje de «dehesa» es una constante en los dos manuscritos comandados por Fébus y también en el de Nueva York, una constante que transgrede con regularidad el paisajista de nuestro manuscrito. Dos caballeros vestidos de gris, el primero con la espada en alto, el segundo blandiendo una lanza, salen al galope tras el animal. Los dos perreros que van a pie armados con venablo y ballesta se contentan con observar, andando sin prisa detrás de sus perros. Se puede dar caza a un jabalí con la lanza o con la espada, y con la ballesta también, pero la manera más noble de acabar con el animal es con la espada y sin desmontar del caballo. A juzgar por el tamaño de sus colmillos, este jabalí es un ejemplar adulto de cuatro años. Se puede distinguir también su cola en forma de tirabuzón, aunque esta característica es propia del cerdo doméstico. En realidad, el jabalí medieval es representado a menudo con esta cola de cerdo en lugar del apéndice corto y recto que lo caracteriza. Como los cerdos acostumbraban a rondar libremente por el bosque, especialmente en noviembre durante el periodo de la montanera, coincidían con sus primos salvajes en época de celo, dando pie a frecuentes escarceos amorosos entre matorrales. En las ilustraciones de nuestro manuscrito, todos los jabalís, a pesar de ser negros y peludos, ostentan esta cola en forma de tirabuzón que rubrica su bastardía.
Yves Christe,
Université de Genève