Descripción
Libro de la caza, Gaston Fébus
Bibliothèque nationale de France, París
El libro
El Libro de la caza fue escrito o, mejor dicho, dictado a un escriba, entre 1387 y 1389 por Gaston Fébus, conde de Foix y vizconde de Bearne, y dedicado al duque de Borgoña, Felipe II el Audaz. Hombre de compleja personalidad y vida tumultuosa, Fébus era un gran cazador y un gran amante de los libros dedicados a la montería y a la cetrería. El volumen que redactó con esmero fue, hasta finales del siglo XVI, la obra de referencia para todo aficionado al arte de la caza.
Entre los 44 ejemplares que se conservan de esta obra, el manuscrito Français 616 es sin duda el más bello y más completo. El texto está escrito en un excelente francés sembrado de caracteres normandos y picardos. Este manuscrito, además del Libro de la caza propiamente dicho, contiene el Libro de oraciones también escrito por Gaston Fébus, así como un segundo tratado llamado Déduits de la chasse (Placeres de la caza) redactado por Gace de la Buigne. Ilustran sus páginas 87 miniaturas de impresionante calidad, que se encuentran entre las producciones más atractivas de la iluminación parisina de principios del siglo XV. Es más, pocos son los libros dedicados al arte de la montería cuya riqueza pictórica sea comparable a la de las Biblias.
Las enseñanzas
El Libro de la caza fue, hasta finales del siglo XVI, el “breviario” de los seguidores del arte de la caza o la cinegética. Se trata de un manual de instrucciones para los cazadores, estructurado en siete capítulos enmarcados por un prólogo y un epílogo, que describe en detalle cómo llevar a cabo una cacería. Escrito para los jóvenes aprendices, el texto presenta una enseñanza concisa pero con la vivacidad y el interés propios de a quien le apasiona la temática. Gaston Fébus no se olvida de la importancia de los animales que participan en las monterías, especialmente la de los perros, fieles compañeros de los cazadores. Transmite sus conocimientos acerca de las distintas razas y sus respectivos comportamientos, cómo entrenarlas, cómo darles de comer e incluso cómo tratar sus diversas enfermedades. Resulta patente que la caza, afición por excelencia de cualquier señor de la Edad Media, no es solamente un pasatiempo, sino que conlleva muchas habilidades y cualidades tanto humanas como profesionales.
Pero quedarnos únicamente con su contenido técnico sería obviar la esencia de la obra de Gaston Fébus. En efecto, más allá del ámbito de la caza, este tratado tan personal y original es ante todo una obra propia de su tiempo, un tiempo en que la idea del pecado y del temor a la condenación era omnipresente. Al redactar su obra, Gaston Fébus presenta la caza como un ejercicio de redención que permitiría al cazador el acceso directo al Paraíso. De hecho, la actividad física de quien caza, que requiere de cierta experiencia, es un remedio perfecto para evitar la ociosidad, fuente de todos los males, al tiempo que mantiene la prudencia de cuerpo y mente y evita así toda posibilidad de pecado. Lo que esta obra pone sobre la mesa no es otra cosa que la tragedia de la existencia humana, la búsqueda de la vida eterna después del paso por el mundo terrenal, que es donde nos la ganamos.
La ilustración
Las miniaturas del Libro de la caza fueron encargadas a varios artistas, entre ellos un grupo llamado «corriente Bedford», del que destaca el Maestro de los Adelfos, por su sentido de la observación y la estilización decorativa, que hacen de sus trabajos ejemplos muy representativos del estilo gótico internacional. También asociado a este grupo identificamos al Maestro de Egerton, de estilo cercano al de los hermanos Limbourg. Por último, creemos poder distinguir también al Maestro de la Epístola de Otea, cuyas obras son reconocibles por su textura pictórica gruesa, muy diferente de la factura suave propia de la «corriente Bedford», con la cual parece haber colaborado únicamente en este manuscrito.
Dominando a la perfección los códigos de representación de la Edad Media, los miniaturistas ponen su arte al servicio del proyecto pedagógico de Gaston Fébus. Los segundos planos están bellamente decorados con miniaturas que recuerdan a los tapices de la época, pero en pequeño formato. No se busca tanto representar un espacio real como hacer hincapié en la jerarquía de valores. Todo está calculado y se refleja en un discurso coherente. El paso del tiempo está bien evocado por las diferentes edades de los personajes, sus actividades, sus relaciones y su situación en el espacio; se establece así un paralelismo entre la caza y el proceso de aprendizaje de la vida. El carácter mimético y a la vez ordenado de los elementos confiere al conjunto mucha entidad y cierto aire de serenidad, guiando al lector para que éste descubra los secretos de una montería bien desarrollada. Más allá de una lección de caza, lo que se ofrece es una lección de vida.
Se establece pues un juego de correspondencias típico de la época: las partes del cuerpo se relacionan con los planetas, las estrellas y las flores de la tierra con el cielo. El mundo resuena en un constante eco de sí mismo. Por otra parte, la proximidad de los seres y las cosas, asociada a la dinámica de las líneas, refleja una comunicación entre unos y otros. De hecho, según ha explicado el filósofo Michel Foucault, hasta el siglo xvi el conocimiento del mundo visible e invisible, el arte de representarlo y su interpretación, está basado en la similitud y la repetición: la tierra refleja el cielo, el arte es el espejo del mundo. En el caso específico del Libro de la caza, esta correspondencia se establece a través de la comunión que existe entre los cazadores y sus presas, evocando así la dimensión espiritual de la caza, por la redención y la salvación que promete.
Historia del códice
A lo largo de su historia, el manuscrito ha cambiado en numerosas ocasiones de propietario: Aymar de Poitiers (finales del siglo XV); Bernardo Cles, obispo de Trento, quien poco antes de 1530 regaló el manuscrito a Fernando I de Habsburgo, infante de España y archiduque de Austria, hermano de Carlos V. En 1661, el marqués de Vigneau regaló el Libro de la caza al rey Luis XIV (r. 1643-1715), quien mandó conservar el manuscrito en la Biblioteca Real. En 1709 se extrajo de la biblioteca y fue a parar a manos príncipe heredero de Francia, el duque de Borgoña, quien a su vez lo archivaría en el Cabinet du Roi. En 1726, el manuscrito reaparece en la biblioteca del castillo de Rambouillet, en posesión del hijo natural de Louis XIV, Luis Alejandro de Borbón. Tras su muerte lo heredó su hijo, el duque de Penthièvre. Más tarde perteneció a la familia Orleans y finalmente al rey Luis Felipe, quien en 1834 lo llevó al Louvre. Tras la revolución de 1848 fue devuelto a la Biblioteca Nacional.