Veintiséis líneas bastaron para hablar de la caza del gato salvaje, un gato de gran tamaño puesto que se trata de un lince, con manchas oceladas y pequeñas orejas puntiagudas, aunque con la cola demasiado larga. El felino, con una jabalina atravesándole el costado, se defiende con valentía de los dos perros de orejas caídas que le muerden la espalda y el cuello. La sangre que mancha la cabeza del perro blanco indica claramente que el gato le ha mordido en el hocico. Dos perreros los incitan sin intervenir, aunque están listos para lanzar la jabalina. Los dos caballeros llegan más tarde, acercándose al galope. La escena se desarrolla sobre un fondo salpicado de plantas floridas y helechos. Tres viejos árboles aislados sirven de pretexto para una acción secundaria, la de un gato gris que intenta refugiarse entre el escaso follaje del árbol del medio. Su color extraño hace pensar en los gatos domésticos, todavía escasos en aquella época. La única manera de darle caza sería abatiéndolo con una flecha. Pero aquí no corre ningún peligro, puesto que los cazadores no llevan arcos ni ballestas. El gato montés, denominado también lince, es atacado sin orden ni concierto, y por casualidad, durante la persecución del zorro y la liebre. El lance dura mucho y los perros ladran con fuerza, sobre todo si para acorralarlo se utilizan lebreles y sabuesos. Aquí se han contentado con una pequeña rehala de seis sabuesos. Vale la pena confrontar esta imagen con la del ejemplar personal de Fébus, folio 90v: la representación es diferente, más justa y completa. Los dos caballeros galopan a la altura del lince herido mientras los perros le muerden el cuello y el lomo. Podemos deducir que la jabalina acaba de ser lanzada por uno de los dos caballeros. De hecho, los perreros que van a pie no se ocupan en absoluto de abatir al lince. El primero le señala a su compañero el gato encaramado al árbol, y el otro lo apunta con el arco ya tensado.
Yves Christe
Université de Genève