Un día se levantó una borrasca en el mar y las naves de los tártaros fueron empujadas por el viento con fuerza hacia la costa. Los marineros aconsejaron alejar los barcos de tierra y abandonar la isla. Sin embargo, la fuerte tempestad hizo naufragar muchas naves. Otros consiguieron llegar a una isla situada a unas cuatro millas de Japón, asiéndose a tablas de madera o nadando. Algunas naves, que lograron escapar de la tormenta, regresaron a su patria.