En la segunda mitad del siglo XVI el imperio Otomano era el más extenso y poderoso: sus dominios se extendían desde Budapest a Bagdad, desde Omán y Túnez a la Meca y Medina, cerca del Mar Rojo; e incluía ciudades de la importancia de Damasco, Alejandría o El Cairo. Los turcos estaban a las puertas de Viena y controlaban la Ruta de la Seda, el Mar Negro y la mitad oriental del Mediterráneo. El sultán, con su corte y su harén, gobernaba el imperio desde Constantinopla, donde arquitectos, pintores, calígrafos, joyeros, ceramistas, poetas, etc. trabajaban a su servicio. Sultanes como Süleyman I el Magnífico o su nieto Murad III, cultos y sibaritas, se convierten en los grandes mecenas del arte y responsables del espectacular desarrollo de los talleres del Serrallo, que crearon un arte otomano original que se desprendió de la influencia persa todavía presente en el siglo XV.
El siglo XVI e inicios del XVII representan para la pintura turca otomana el periodo más fecundo, y la época de Murad III (1574-1595) fue especialmente fértil en obras hermosas, como el Matali’ al-sa’adet de Mohamed ibn Emir Hasan al-Su’udi.
Traducido de un original escrito en árabe por orden del propio sultán (cuyo retrato aparece en el f. 7v), el Libro de la Felicidad contiene una detallada descripción de las características de los nacidos bajo cada uno de los doce signos del zodíaco, una serie de pinturas representando distintas situaciones del ser humano según la conjunción de los planetas, unas tablas de concordancia fisonómicas, tablas para la correcta interpretación de los sueños, y un enigmático tratado de adivinación con el que cada cual puede pronosticar su suerte.
El mundo oriental se despliega ante nuestros ojos en cada miniatura: personajes misteriosos con extrañas poses, exóticas vestiduras de vistosos colores, lujosas mansiones y suntuosos palacios, mezquitas desde cuyos minaretes los muecines llaman a los fieles a la oración… Caballeros de porte elegante pasean sobre sus estilizados caballos enjaezados con ricos adornos. Multitud de animales exóticos pueblan las páginas de este manuscrito: exuberantes pavos reales, serpientes marinas extraordinarias, peces gigantes, águilas y otras rapaces, así como golondrinas, garzas y otras aves, cuyo dibujo estilizado y elegante revela una notable influencia de la pintura japonesa. También se ha dedicado una sección completa a los monstruos del imaginario medieval turco, poblado por demonios amenazadores y bestias fantásticas.
Todas las pinturas parecen haber sido realizadas en el mismo taller, bajo la dirección del célebre maestro Ustad ‘Osman, sin duda autor de la serie inicial de pinturas dedicadas a los signos del zodíaco. ‘Osman, activo entre c. 1559 y 1596, dirigió a los artistas del taller del Serrallo desde 1570, y marcó un estilo que siguieron otros pintores de la corte, caracterizado por la precisión en los retratos y un soberbio tratamiento de la ilustración.
El sultán Murad III estaba completamente absorbido por la intensa vida política, cultural y sentimental del harén. Tuvo 103 hijos, de los que sólo 47 le sobrevivieron. Sin embargo, Murad III, cuya admiración por los manuscritos iluminados sobrepasaba la de cualquier otro sultán, encargó este tratado de la felicidad especialmente para su hija Fátima.
Traído desde El Cairo a París por Gaspard Monge (1746-1818), reputado geómetra y conde de Péluse, fue depositado en la biblioteca en nombre de Napoleón Bonaparte.